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En los días de la revolución sandinista yo era investigador de una centro de estudios sobre América Latina en Francia. A esa altura había hecho un largo camino en la política de izquierda que se proponía como perspectiva la revolución socialista. Había pasado un largo periodo de la “construcción” del socialismo en Cuba, y de mi experiencia chilena de la Unidad Popular venia de vuelta, convencido que la única tabla de salud para los países de América Latina estaba en una gestión democrática de la sociedad y de su desarrollo. Allende no era marxista leninista y su proyecto, en el contexto chileno de la época, no podía sino conducir al caos. Por eso, cuando llegó la hora del exilio, yo estaba convencido de que el socialismo sin dictadura totalitaria era una utopía en América Latina,  por lo mismo no valía seguir luchando por tal utopía. Para mi, las experiencias cubana y chilena habían sido enormemente esclarecedoras. Me parecía que en Chile se habían concentrado históricamente condiciones singularmente favorables como para operar transformaciones profundas con sello socialista de carácter democrático y todo ello había fracasado. Por eso, consolidar y enriquecer la democracia me parecía la tarea del futuro para las generaciones interesadas en la política.

La aparición de la revolución sandinista me parecía ir a contrapelo de la historia de la misma manera que la revolución salvadoreña me parecía ya una revolución “en tiempo pasado”. Me propuse seguir el desarrollo de la revolución sandinista con la idea de desmontar los mecanismos de la manipulación de masas, del oportunismo político y de las contradicciones del discurso. Propuse al CNRS un proyecto de investigación sobre las “contradicciones del sandinismo” que fue aceptado y que iba a financiar algunas misiones de estudio sobre el país “nica”. Éramos un equipo multidisciplinario compuesto de un historiador, dos geógrafos y una especialista de la literatura [1].

Sin ningún agenciamiento oficial, sin ningún  acuerdo de colaboración ínter universitario, solamente con la autorización de visa para entrar al país como turistas, no teníamos contraparte nicaragüense y debíamos arreglarnos solos y con nuestro propios medios. Esto en razón de nuestra voluntad de guardar celosamente nuestra libertad de movimientos y nuestra independencia intelectual.

Llegamos a Managua y nos albergamos en un hospedaje moderno pero simple, cerca de un hotel de clase internacional. Era un propietario que había logrado construir con sus propios medios una capacidad de hospedaje para seis personas. El establecimiento consistía en una casa central, estilo colonial modernizado, ubicada en el centro de un espacio relativamente grande y que poseía dos cuartos para huéspedes y al fondo después de atravesar una “pelouse” bordeada de  hileras de flores, cuatro habitaciones contiguas, también mirando al patio interior. No estaba nada de mal para nuestros recursos y nuestras pretensiones. A nuestra colega la instalamos en la casa central y con mi colega historiador nos ubicamos en dos cuartos al fondo de la pelouse. Íbamos a comprobar después, a la hora de la siesta obligada en el trópico, que habíamos hecho una buena elección, pues los ventiladores eran poco eficaces y que abriendo la puerta de nuestros cuartos teníamos al menos la vista de la verdura y de las flores.

Llegamos a Managua en el periodo de endurecimiento del régimen. La “Contra” había hecho su aparición y era un pretexto para que el gobierno endurezca su política frente a los intelectuales que no participaban de la ideología oficial, o frente a aquéllos que hacían criticas sin estar forzosamente en la oposición. Las expropiaciones de los bienes de la escasa burguesía contribuia ampliamente a la desarticulación de la economía sobre una situación general de pobreza, lo que creaba una situación considerablemente caótica sobre la cual trataba de navegar el régimen revolucionario. Pese a todo, nada se interpuso a nuestra libertad de movimientos y tuvimos oportunidad de desplazarnos a diversas regiones del país y encuestar sobre los temas que interesaba a cada uno de nosotros. Como los temas estudiados fueron publicados en su época, no voy a insistir sobre ellos y aquí, se trata mas bien de recuerdos de situaciones no previstas que nos tocó vivir.

Asi por, ejemplo nuestra colega, muy ligada a los medios intelectuales de la izquierda nicaragüense y por lo mismo admiradora de la revolución, especialista del poeta Cardenal, devenido ministro de la educación, se encontró con que las cosas habían cambiado considerablemente en relación con sus viajes precedentes y que el medio que ella frecuentaba con entusiasmo en los años anteriores estaba ahora dominado por un ambiente no solamente moroso sino mas bien pesado. Eso, unido a que el trópico, la pobreza y el caos dominantes en Nicaragua no parecían ser para ella (muy aséptica y rigurosa en su vida cotidiana) un medio muy aceptable y entusiasmante, hizo que a la semana de nuestra estadía cayera en una crisis de nervios. Se encerró en su cuarto sin querer hablar con nadie ni recibir comidas, al segundo día empezamos a preocuparnos seriamente y le propusimos, en la noche, salir con nosotros a un restaurante, o traerle algo agradable que ella quisiera consumir, con respuesta negativa. Le preguntamos si quería la visita de  un médico o la ayuda de alguien, con el mismo resultado. Con el colega historiador empezamos a preguntarnos qué hacer, partiendo de que nuestra colega estaba sumida en una depresión profunda y que era necesario comenzar a imaginar un repatriamiento y para ello al día siguiente consultar en la agencia Aeroflot por el próximo vuelo. Íbamos a saber al día siguiente que era necesario esperar mas de una semana.

Al día siguiente, al mediodía volvimos al hospedaje y decidimos, para escapar al habitual gallo pinto ( arroz, porotos, cebolla, ajos, pimientos, aceite, sal)  de los restaurantes del barrio, ir a almorzar al considerado como el mejor restaurante de la ciudad. Pero antes de partir decidimos hacer presión sobre la colega para invitarla a conversar y eventualmente acompañarnos. Le pedimos abrir su puerta pero no quiso. Por la ventana abierta (en el trópico se trata en realidad de una persiana) le dijimos que ya era imperioso que ingiriera algo, que yendo al mejor restaurante de la ciudad podríamos, por ejemplo, traerle un gran trozo de buena carne de vacuno, un Chateaubriand, por ejemplo, o una costilla espesa o un buen steak. Nos contestó que si, que iba a comer. En el restaurante, reputado como el mejor de la ciudad, la comida era efectivamente calidad y al sentarnos a la mesa pedimos al garzón que nos servia que queríamos que nos preparen una costilla de vaca para llevarla a domicilio, que al irnos queríamos llevarla caliente, acompañada de papas al horno y de una ensalada simple.   

Volvimos a nuestro hospedaje con una caja de cartón muy bien presentada y con una botella del mejor vino que pudimos encontrar y nos dirigimos al cuarto de nuestra colega. Nos abrió la puerta esta vez, estaba pálida y demacrada y sus movimientos y pasos en el cuarto mostraban las huellas de un ayuno de dos días sobre un cuerpo sufriente, le entregamos el paquete y la dejamos mientras se ocupaba de mover una pequeña mesa sobre la cual iba a organizar su almuerzo. Estábamos cada uno en su respectivo cuarto preparándonos para una pequeña siesta, cuando súbitamente escuchamos un grito desgarrador, de horror, de esos que vienen de lo mas profundo del ser humano, que venia del cuarto de nuestra colega. Salimos corriendo y la encontramos, ahora con la puerta abierta, con una cara de espanto, casi sin poder hablar, le dimos tiempo de recuperarse y cuando la vimos tranquila le preguntamos por la causa que la había espantado. Lo que ocurrió es que cuando ella hubo terminado de quitar el papel que envolvía la caja de cartón y levantaba la tapa, súbitamente de adentro salió volando una enorme cucaracha, de esas tropicales de gran talla que vuelan haciendo un ruido de helicóptero y que no dejan de espantar a aquéllos que no han frecuentado sino sitios muy tranquilos y asépticos en los países templados.

Los trópicos son el paraíso de las cucarachas, como de otras alimañas, se introducen por todas partes y es difícil de controlar, pero volviendo a pensar en el afamado restaurante, es cierto que su construcción era antigua y que la cocina, como en todos los restaurantes antiguos estaba en el fondo de la gran sala, completamente escondida a la vista del público, contrariamente en los establecimientos modernos la cocina es una espacio transparente, el trabajo del chef y de sus ayudantes está  expuesto a la visión del publico. La limpieza y la preocupación sanitaria es por lo mismo una exigencia permanente. En las cocinas tradicionales, escondidas del publico, esta permanente preocupación tiende a subestimarse y por lo mismo en su interior pueden ocurrir cosas imprevisibles, incluso en el mejor de los restaurantes. Era preferible pensar en esta posibilidad mas que en la acción deliberada de algún ayudante de cocina que buscaba asi disminuir el prestigio del restaurante por razones política o simplemente por hacer daño al patrón por alguna oscura razón personal.

Para decirlo en lenguaje popular puedo decir que nuestra colega fue curada por el espanto, su estado depresivo se terminó casi automáticamente y mas aún, la crisis política personal que sufría por la decepción debida al giro estaliniano que tomaba la revolución en la cual ella creía, si no la había superado totalmente por lo menos la condujo a relativizar un poco las cosas…. 

En cuanto a mi colega y yo, descansábamos sistemáticamente después del almuerzo para seguir la costumbre obligada en el trópico y a veces hasta lográbamos dormir una breve siesta. Era la hora de la siesta, a veces yo dormía un poco y a veces no y me ocupaba de mis notas de trabajo o de contemplar el espectáculo fascinante que se instalaba en el inmueble de enfrente, bajo un techado abierto visible desde mi puerta abierta, cuando el propietario del hospedaje se instalaba sistemáticamente en su hamaca a las dos y media de la tarde, se deleitaba fumando un puro lentamente y luego se dormía con el sueño de los justos. En realidad, él aprovechaba un momento del día excepcional pues a esa hora, fuera de que comenzaba a instalarse en Managua un calor intenso, que enviaba todo el mundo al reposo, en el aire se producía una suerte de inmovilidad total, nada ni nadie se movía, se había instalado a la vez una especie de transparencia tal y de silencio que hacia que ni el ruido de los insectos se percibía fácilmente, era un momento único curiosamente reposante en el ambiente caliente del trópico. No podía  dejar de recordar esos versos de Rubén Darío que en mi juventud me parecieron tan extraños, pero que ahora parecían recuperar todo su sentido: “era un aire suave de pausado giro... el hada armonía ritmaba su vuelo, etc.” y me imaginaba que el patrón del hospedaje se dormía acuñado por estos versos del poeta, su poeta, puesto que Rubén Darío como muchos deben saber era nicaragüense.

Si en Managua había una cierta capacidad de alojamiento para los visitantes venidos de afuera, en el interior del país no era lo mismo y muy pronto nos dimos cuenta que la situación era completamente diferente. Hasta ahora, el país había vivido casi completamente encerrado, siendo muy escasos los visitantes extranjeros que se interesaban mas allá de visitar la ciudad de Managua y por lo mismo no había hoteles ni residenciales formalmente reconocidas. Cierto día, yo acepté la invitación de mi colega historiador para acompañarlo a la ciudad de Granada, capital ganadera en el oeste del país. Su intención era  entrevistar a un historiador que allí residía y que acababa de ser expulsado de la Universidad Central por ser critico de la revolución. La intención mía era la de entrevistar al día siguiente dos o tres grandes ganaderos de la región, habitando en la ciudad. Granada tenia fama por su riqueza ganadera y por lo mismo no nos interesamos por reservar alojamiento para la noche. La ciudad nos pareció muy modesta aunque de un aspecto mas bien colonial, agradable. Allí llegamos cerca de las cuatro de la tarde y nos dedicamos rápidamente a buscar el lugar de residencia del profesor de Universidad buscado por mi colega. Su casa la encontramos sin mayores dificultades.

Se trataba de un hombre de unos cuarenta años que era bastante conocido en el país por sus trabajos sobre la historia nacional, un intelectual liberal, de espíritu muy abierto pero que tuvo al principio cierta reticencia para conversar con nosotros. Nos dijo, después de un momento de explicaciones de nuestra parte, que ello se debía a que temía ser espiado por los servicios de seguridad y que por eso había tenido desconfianza de nosotros. Nos habló del ambiente difícil reinante en la Universidad, de su puesta en causa por sus posiciones personales, de su expulsión del aula universitaria, de lo que podía esperarse del liderazgo de los hermanos Ortega, de la emergencia del levantamiento armado en la Costa Atlántica… 

La entrevista duró dos horas y cuando salimos a la calle eran las 6 y media de la tarde y ya empezaba a obscurecer. Como se sabe, en el trópico la noche cae casi de un golpe, en media hora mas ya iba a ser de noche y nos pusimos rápidamente en campaña para encontrar un hotel en la ciudad. Nos indicaron el único existente y hacia allá nos dirigimos. Era una casa grande, alargada a lo largo de una calle que parecía ser la principal de la ciudad y tenia una sola entrada por una puerta que se abría directamente sobre un bar –restaurante. En realidad se trataba de una vulgar cantina llena de hombres que bebían cerveza a destajo o ron de baja calidad. Muchos de ellos estaban ya borrachos y algunos muy alterados en torno a una mesa donde su jugaba al naipe. A pesar del espectáculo nada edificante y mas bien amenazador, preguntamos por el dueño o la dueña del establecimiento y alguien nos trajo a una señora que dijo ser la propietaria del bar y del hotel. Le preguntamos si tenia alojamiento para dos personas y nos dijo que si, que la sigamos por el pasillo que se abría mas allá de la sala de la borrachera. Ya habíamos reparado en la suciedad y el desorden reinante en el bar, pero nada era comparable al espectáculo de los cuartos alineados uno detrás del otro. Los dos cuartos que nos mostró estaban libres, efectivamente, pero de mirarlos costaba imaginarse que alguien pudiera dormir allí, las puertas estaban estropeadas, los vidrios de su parte superior quebrados, y las camas de una suciedad inimaginable, las sábanas blancas tenían por lo menos un mes de uso y estaban oscuras, la silla estaba quebrada…Pensé que una pesebrera era seguramente mas limpia que cualquiera de los cuartos que proponía el supuesto hotel. Me imaginé que era perfectamente posible que los cuartos iban a ser ocupados por algunos borrachos del bar cuando se sintieran incapaces de irse a sus lugares de origen o simplemente a sus casas.

Era ya casi de noche y nos dijimos que tal vez lo mejor era regresar a Managua. Preguntamos por la manera de viajar a la capital en la noche y nos dijeron que el ultimo bus había partido a las cinco de la tarde y que se debía esperar hasta el día siguiente. De los tres taxis que había en la ciudad, ninguno hacia el viaje de noche, era demasiado peligroso y expuesto. Preguntamos por algún camión y nada. Estábamos decididamente anclados en Granada y no teníamos donde dormir, era ya de noche y dije a mi colega que vayamos a visitar el cura- párroco de la ciudad, como hombre de pensamiento laico se sorprendió de esta idea y le tuve que explicar que era siempre un recurso posible para viajeros perdidos en las pequeñas localidades de Latinoamérica. El cura párroco podría buscarnos una solución. La ciudad estaba ya sumida en la oscuridad y llegamos, no sin dificultad a la casa parroquial, donde habitaba el cura. Nos abrió la puerta su ama de casa, una dama imponente por su talla y envergadura, para decirnos que el señor cura estaba viajando y que ella no podía recibir a nadie sin su autorización de su parte. Desgraciadamente no había manera de comunicarse con él. Nos sugirió de ir a ver un misionero canadiense que tenia un albergue para jóvenes y seguramente tenia espacio para nosotros. Estaba lejos de donde nos encontrábamos y había que atravesar la ciudad en dirección a una colina. Por suerte la luz eléctrica había sido dada, no había muchos postes y alumbraba apenas, pero suficiente para ver los obstáculos del camino y para reconocer los rostros. Era consecuencia del racionamiento eléctrico con el cual vivía todo el país. En el trayecto nos encontramos con un grupo que salía de una  de una casa que afichaba un letrero de Secretaria Regional del FLN, nos preguntaron quienes éramos y nos presentamos, le explicamos nuestro problema diciéndoles que íbamos en busca del misionero canadiense para ver si nos daba alojamiento. La reacción del grupo fue instantánea, se creó el silencio completo y el Secretario con aire de pocos amigos nos dijo lacónicamente que podíamos seguir.

Hacia las ocho y media de la noche llegamos a la misión compuesta de una Iglesia, de un edificio de administración y al interior del gran patio de dos corridas paralelas de grandes edificios de madera donde se albergaban los jóvenes estudiantes. El misionero estaba ausente, había salido con estudiantes a una finca de la misión donde hacían practicas veterinarias y agrícolas, nos dijeron que lo esperáramos en la pequeña oficina de recepción y allí estuvimos hasta las 11 y media de la noche, fatigados ya de tantos andares y sobre todo con bastantes deseos de comer algo. Cuando llegó, vimos un hombre rubicundo y de gran talla, un poco sorprendido al principio, pero luego dispuesto a discutir con nosotros. De acuerdo para alojarnos, nos preguntó si habíamos comido y a nuestra respuesta negativa nos invitó a su mesa, comimos frugalmente y lo escuchamos largamente. Nos contó las dificultades cotidianas que tenia para realizar sus labores, la presión permanente a que era sometido por los sandinistas locales, as trabas para el reconocimiento de su labor educativa…A la una y media de la mañana le pidió al guardián nochero que nos llevara al cuarto en que íbamos a dormir.

Bajo la muy escasa luz existente vimos un cuarto que parecía abandonado desde hacia mucho tiempo, en el piso, al borde de uno de los muros había una montón de deshechos o restos de vestuario y se había acumulado una capa de polvo por todas partes. Los dos viejos catres de campaña existentes, que era todo el mobiliario, tenían cada uno una frazada ligera de color indefinible en total desorden. Es seguro que en otras condiciones habríamos rechazado de plano el ofrecimiento pero no era el caso. Nos miramos con mi colega y le dijimos buenas noches y gracias al guardián, no quisimos importunar a nuestro buen misionero que estaba seguramente ya instalado para un bien ganado dormir, quedamos de pie un momento como preguntándonos qué hacer y yo tomé la decisión de lanzar lejos las frazadas, espolvorear los catres, elegir el mío y sin mas tenderme encima simplemente. Apagamos la luz pensando que con el cansancio que nos invadía íbamos a encontrar el sueño sin dificultad, pero el sueño no llegó, lo que llegó fueron la pulgas, que las sentíamos caminar sobre la piel, no eran muchas pero yo me imaginaba atacado por docenas de animalejos. Luego me puse a imaginar la próxima llegada de otras alimañas, ratones, camaleones, arañas venenosas. A todo esto empecé a sentir frío, lo que era explicable: los catres estaban instalados directamente sobre la placa de cemento y los muros eran también de construcción sólida, además el cuarto no tenia puerta. Mi compañero sentía también frío y me dijo que comenzaba a experimentar tercianas. Creo que en su caso, era una mezcla de frío y de miedo. Me levanté a sacudir las frazadas que habíamos desechado por mugrientas y con ellas nos envolvimos. Pero el sueño no llegó tampoco. Hacia un poco mas de la tres de la mañana mi colega, que yo sentía darse vuelta y vuelta en su camarote, indicando que tampoco dormía, de golpe me dice que está con tercianas y que tiene frío y me pregunta si puede venir a mi camarote conmigo. Yo estaba seguro que además de las tercianas estaba muerto de miedo esperando que pase cualquier cosa en cualquier momento en un sitio tan insólito. Para él, hijo de buena familia, educado desde temprano para ser intelectual, no tenia ninguna experiencia de las que yo había ya atravesado en mi larga vida y dejando de lado toda otra consideración le dije que traiga su frazada y que se acurruque al lado mío teniendo encima dos frazadas. El camarote era tan estrecho que no conseguimos cerrar un ojo y eran casi las cuatro de la mañana y teniendo en cuenta que en una hora mas estaría aclarando tomamos la decisión de levantarnos y salir a la calle. ¿A donde ir? Yo dije que lo mejor era ir a la plaza de la ciudad y allí nos dirigimos. En la Misión todo el mundo dormía y por suerte para nosotros el portón de entrada estaba sin candado. Henos aquí entonces a las 4 y media de la mañana en plena plaza publica caminando a lo largo de su gran perímetro para calentar nuestros músculos entumecidos.

Hacia las cinco de la mañana comenzó a aclarar y la primera alma que asomó por la plaza fue un comerciante ambulante empujando un carrito muy colorido y en forma de barco, que como todo barco que se aprecie levantaba a popa una chimenea pequeña desde la cual se escapaba el humo pero también el perfume inconfundible de los cacahuetes tostados. Fue como un milagro en pleno desamparo. Pero no solamente traía cacahuetes, sino también chocolates y galletas diversas, pero sobretodo traía café, bendito café para nuestra situación de desamparados, una gran taza de café iba a reconfortar nuestros cuerpos transidos y nuestro espiritu desmoralizado. El almirante del buquecito nos dijo que a partir de las seis de la mañana podía esperarse que pase algun camión en dirección a Managua, pero no apareció nada antes de las siete. Se trataba de un camión que conducía simpatizantes sandinistas a una manifestación programada para ese día en la capital, el chofer no hizo historia para que nosotros montáramos en el camión y he aquí entonces, nosotros dos, los estudiosos neutros venidos del extranjero, en medio de una multitud de sandinistas enarbolando banderas negro y rojo y cantando canciones revolucionarias.

Yo no dejé de experimentar sentimientos contradictorios con este encuentro, de una parte una cierta alegría interior por esta promiscuidad involuntaria que me traía recuerdos personales de otras épocas y de otras circunstancias, porque mas allá de la ideología estaban esta gentes sencillas que se olvidaban de su miseria por un momento y se ponían a soñar en otro destino…que era sobretodo de mejoramiento económico, y de otra parte, el sentimiento nacido de las experiencias personales en Nicaragua de que la revolución urgente que necesitaba el país, no era tanto de estructuras económicas e institucionales sino mas bien de orden cultural y de transformación de los hábitos  populares.

 

 

 



[1] Las misiones realizadas dieron origen a, entre otras, una publicación titulada « Las Contradicciones del sandinismo », cuya primera edición se agotó rápidamente en Francia y mereció rápidamente una segunda edición.