MILITANTE SIN ANTEOJERAS 

El golpe de Estado de 1973 iba a cerrar un ciclo largo de mi vida invertidos en la actividad política, después de mis horas de estudio en los primeros años, y de trabajo una vez diplomado de la Universidad. Años cincuenta del siglo pasado en Chile, años sesenta en Cuba y luego, otra vez en Chile, hasta la caída de la Unidad Popular. Si tengo algo de qué lamentarme de esas experiencias, no podría decir que fue el fracaso o los errores cometidos, sino mas bien el peso de una opción personal que había privilegiado políticamente la realización de experiencias prácticas y relegado al traspatio o al menos para mas tarde (en realidad, al final, muy tarde) el análisis político público. Esta opción por la práctica no significaba sin embargo que para mi propia cocina yo olvidaba que era indispensable “caminar con los dos pies”, es decir, cruzar las experiencias concretas con el análisis de las dinámicas políticas y del comportamiento de los actores. Mi negativa a trabajar intelectualmente la política fue una opción desgraciada que no he dejado de lamentar, que en un primer tiempo tuvo que ver con mi juventud y mi escasa experiencia, y después sumergido en la militancia y las urgencias de los trabajos políticos, no hubo espacio ni tiempo. Mucho mas tarde iba a revisar esta explicación para pensar que la adopción de esa postura respondió sobre todo a una cierta imagen que yo me había forjado del contexto político chileno de los años cincuenta cuando llegué a Santiago como estudiante.

Efectivamente, estudiante universitario interesado en la política, muy rápidamente yo sensibilicé de manera negativa el exceso de ideologización con el cual se manejaban por los políticos, jóvenes o viejos, los problemas de la sociedad chilena de entonces. Yo venia llegando de una sociedad sureña fuertemente impregnada de una cultura rural, marcada tradicionalmente por las prácticas y por las creencias y no podía sino desconfiar del exceso discursivo, sobre todo si no se acompañaba de prácticas consecuentes. Muy pronto llegué al convencimiento de que había que ir mas allá de los discursos y de que por debajo de los grandes esquema ideológicos y políticos y aun a pesar de los entrabes de las estructuras, había siempre para los individuos o actores un margen de maniobra, de creación y de invención de la política en los niveles al alcance de cada militante a la búsqueda de mejorar la condición de las gentes.

Terminada dramáticamente la experiencia de la Unidad Popular, pasé un buen tiempo acusándome a mi mismo de la absurdidad de haber renunciado al análisis político público al calor de la actividad práctica, de no haber trabajado sistemáticamente para llevar al debate público la confrontación entre análisis social y prácticas políticas. En todo caso, era ya demasiado tarde para lamentarse interminablemente, tanto mas que, seguramente, nada ni nadie habría podido influir poderosamente en el sentido de inflexionar la dirección ciega en que se desarrollaron los acontecimientos políticos bajo el gobierno de Salvador Allende.

Al salir al exilio en dirección a Francia, a fines de diciembre de 1973, mas de dos meses después del golpe de Estado en Chile, yo lo hacia convencido de que un largo ciclo político de la izquierda chilena se había cerrado definitivamente y que talvez el socialismo igualitario se había alejado para siempre. Salía también convencido de que las concepciones y las prácticas políticas no podrían seguir siendo como las que habían dominado el escenario durante casi medio siglo.

De todas maneras, ya antes del golpe de Estado yo había hecho, para mi propio peculio, la evaluación de mis errores y de mis aciertos en los niveles intermedios en que me tocó participar y, por cierto, había asumido sin vacilaciones mi responsabilidad en los acontecimientos erróneos o acertados. Por eso, en el contexto del exilio, yo no me consideré nunca como una victima de los acontecimientos, ni siquiera como victima de la dictadura, sino como un militante que asumía su pasado y reconocía su responsabilidad en los acontecimientos en que le tocó participar. Por otra parte, yo había realizado ya un buen camino en la evaluación de mi propio comportamiento político y había iniciado la rectificación de puntos de vista que me habían guiado durante esos años de práctica. Asumiendo los procesos históricos tal cual sucedieron y tal cual yo los había practicado y sensibilizado, creo que es comprensible que yo considere haber salido de esas experiencias con la conciencia mas bien tranquila y preparado intelectual y psicológicamente para pasar a otra cosa. 

El exilio significó muchos descubrimientos y sobre todo me abrió nuevos horizontes. Mis inquietudes políticas no se enterraban, pero su prosecución pasaba esta vez por otros caminos y talvez con otros métodos. En todo caso, me dije que la implicación debía ser mas prudente, en el sentido de menos voluntarismo y menos practicismo, encontrar una posición de equilibrio entre práctica y reflexión, mejor adaptada a un periodo marcado por la crisis de las ideologías y por la incertidumbre instalada en cuanto al futuro. Me pareció que la hora estaba para privilegiar el análisis centrado en la confrontación del análisis social con la práctica política. El nuevo horizonte francés y europeo me estimulaba a tratar de entender y de analizar los procesos vividos e indagar en el sentido de la previsión, de los escenarios del futuro. Este camino iba a ser favorecido por mis ocupaciones de investigador sobre temas del desarrollo en diferentes países de la América Latina.

El acceso al escenario chileno dominado por la dictadura me estuvo vedado durante mas de diez años y no fue sino hasta la mitad de la década de los años 1990 que pude hacer algunas entradas sobre el terreno para analizar de cerca realidades locales y regionales y sentir al mismo tiempo las pulsaciones del cuerpo político nacional. A pesar de eso, aunque ocupado en otros ámbitos geográficos que el chileno, yo no dejé de seguir a la distancia y a través de los años la evolución social y política en Chile y de tiempo en tiempo publiqué algunos artículos que no siempre fueron bien comprendidos o interpretados en algunos sectores universitarios o políticos porque mis interpretaciones escapaban a la imagen o a los criterios habituales propios de la cultura política de las izquierdas de ese entonces. Hoy, después de haber publicado una recopilación de esos artículos dispersos, algunos publicados anteriormente y otros inéditos[1], siento como una necesidad de decir que lo que está allí escrito tiene sus fuentes explicativas en una larga historia personal[2].

Una historia personal que viene de muy lejos. Por eso, antes de seguir quisiera volver atrás para tratar de explicar cuales habían sido mis motivaciones para participar activamente en la política, ¿De donde ellas venían?, ¿Cómo habían influido en la construcción de un militante critico? Porque, si hay una constante que se impone con fuerza a lo largo de mis existencia como ser pensante es que yo nunca fui un militante “creyente” en la verdad de los partidos o de los lideres, y mas aún, creo que en relación con los errores, las debilidades o las taras de las estructuras políticas formales y de lo que yo sensibilizaba como una cultura de izquierda fuertemente satisfecha de si misma - reinante sobre todo en Santiago -, la noción de adepto de la “ruptura” es la mas adecuada o la mas útil para interpretar mis tomas de posición y mis comportamientos de militante a los largo de largos años.

¿Porqué ocuparse de la política? Cuando hago el recuento de mis diversas militancias llego a la conclusión que las motivaciones venían de muy lejos, seguramente desde la infancia misma y tenían que ver con la frecuentación de la pobreza y con el abandono de las islas del archipiélago de Chiloé, mi tierra de origen, por el gobierno central de Santiago. A esto se unían un sentido muy agudo de la justicia transmitido por mis padres y un aprecio de las prácticas de la solidaridad que ellos practicaban de la misma manera que los otros habitantes del lugar. Profesor primario, imbuido de los buenos principios republicanos, mi padre desde muy temprano, desde que éramos chicos en edad escolar, como buen profesor de escuela nos inculcó la importancia de cultivar los valores cívicos, de tener siempre un comportamiento social y conciencia de la ciudadanía, aprender a vivir en una comunidad y por lo mismo sentirse implicado en lo que tiene que ver con la vida de las gentes. Uno de mis recuerdos imborrables es que con ocasión de celebraciones importantes, mi padre convocaba a toda la familia, muy temprano, en torno al mástil de la bandera tricolor estrellada que se elevaba en el patio de nuestra casa familiar, para cantar todos el himno nacional y decirnos él algunas palabras a propósito de los comportamientos y de la disciplina necesarios para enfrentar la vida. Nada de patrioterismo barato, sino afirmación de valores !

La conciencia de pertenecer a una comunidad me iba a conducir naturalmente a la política. Pero yo portaba conmigo ciertos rasgos de carácter que iban a tener mucha importancia andando el tiempo en mi manera de concebir mi implicación en la lucha social, de ver y apreciar la política y los partidos, lo que iba a influir no poco en mi comportamiento critico como militante.

Salido del medio campesino del litoral oriental de la Isla Grande de Chiloé, en relación directa con la naturaleza y la actividad cotidiana de esos hombres independientes, mitad campesinos mitad hombres de mar que eran los chilotes, yo había crecido cultivando o acariciando ese espíritu de independencia y de libertad que flotaba en el contexto isleño. El respeto de mis padres por la individualidad de cada componente de su numerosa familia favorecía indudablemente la iniciativa individual y al mismo tiempo nutría el sentido de responsabilidad personal. Creo que no estoy inventando nada al decir que desde la infancia yo me forjé como un individuo autónomo, que con el andar del tiempo emplearía esta autonomía en la construcción de su vida profesional y en el accionar político.

De mi padre, profesor primario y agricultor de autoconsumo, yo había aprendido a rechazar las imposiciones autoritarias y las decisiones no suficientemente razonadas y de su rol de juez de paz en su localidad (creo que lo ejercía de manera espontánea por la confianza que sus vecinos acordaban a sus consejos y a su ayuda) aprendí a valorizar el sentido de la negociación en los conflictos. Me inclino hoy a ver en los comportamientos de mi padre en su relación a sus vecinos, en su tratamiento afectuoso con los padres de familia, en su constante interés por escuchar antes de opinar, en su sentido didáctico para explicar las cosas, como algo que correspondería en el lenguaje de hoy a lo que seria un actor consciente e implicado en la práctica de la democracia local. No recuerdo si en los años de mi infancia la palabra democracia era conocida en Chiloé, para mi en todo caso no era parte del lenguaje chilote. Creo que mi padre en su época actuaba en sociedad como un verdadero demócrata.

¿Es que todos esos aspectos evocados iban a tener influencia en lo que ha sido una constante de mi interés mantenido a través del tiempo por la política y del carácter no conformista de mi militancia pasada? Digo pasada, no para decir que he abandonado la política, porque si hoy no milito en ningún partido no por eso he abandonado principios fundadores de la coexistencia social, ni dejado de participar en causas que me parecen justas. En todo caso, mi actividad política estuvo marcada por una tendencia constante a someter a la prueba de la práctica las decisiones adoptadas por las instancias centrales y mi actitud natural para apreciar la política en general, y los partidos políticos en particular, ha sido una desconfianza de principio hacia los centros de las decisiones, hacia los discursos repetitivos, hacia la rigidez de las estructuras partidarias. Desconfianza hacia los centros geográficos del poder y desconfianza hacia las cúpulas de los partidos : ¿Lejano reflejo de una existencia comenzada en las márgenes, en la periferia del mundo y del sistema político?, ¿Pulsión subjetiva respondiendo a una percepción intima de la tensión permanente entre el mundo rural y el mundo urbano, el primero subordinado siempre  al segundo?

A la edad de 10 años, habiendo ya abandonado Calen, mi lugar de nacimiento, para vivir en la ciudad de Puerto Montt en el fondo del golfo de Reloncavi, tuve mi primer encuentro con la política bajo una forma mas bien insospechada, un poco extraña para mi, pero a la vez simpática y atractiva : un desfile de militantes y trabajadores bajando desde Bellavista en la parte alta de la ciudad, al son de un canto colectivo muy entusiasmante que después me enteré era el himno de los socialistas chilenos, el cual reproducía la música de la Marsellesa, el himno famoso de los revolucionarios franceses devenido el himno nacional del país galo. Yo los seguí con cierta timidez bajando por la calle Pérez Rosales, en la cola del desfile como una suerte de militante de retaguardia, y nos dirigimos hacia el centro de la ciudad. Una vez allí, escuché por primera vez los discursos de las reivindicaciones populares, los dirigentes que tomaron la palabra hablaban de problemas que a veces eran poco comprensibles para mi, pero otras veces hablaban de cosas conocidas y de injusticias que yo mismo resentía en mi interior y eso me causó gran impresión.

A partir de allí, me interesé en los discursos políticos, principalmente de los lideres nacionales, y a guisa de juego tomé el gusto de repetir pasajes y simular posturas de tribuno en mi circulo familiar, sin darme cuenta que repetía mecánicamente. Así, durante un par de años, con mis pseudos discursos encendidos, antes de disponerme a dormir le hacia la vida imposible a mi pobre hermano mayor, con quien compartía el mismo cuarto. Con el tiempo, ese interés y el deseo de descubrir se convertiría en deseo o voluntad de implicarme en la política, entendida ésta como el espacio disponible  para hacer algo en vista del mejoramiento de la condición de las gentes sencillas y de tratar de eliminar las causas de los males sociales.

Lo que era claro a la hora en que resentía el deseo de implicarme en las problemáticas sociales es que toda iniciativa pasaba por los partidos políticos y que en Chile no existían otros espacios para los interesados en modificar el orden de cosas. Las organizaciones de la sociedad civil no existían en esa época, ninguna ley particular favorecía la asociatividad de los ciudadanos comunes. Mi padre había sido muy crítico  y muy desconfiado de los partidos políticos que en su época se disputaban la supremacía en la Isla Grande de Chiloé, principalmente el Partido Conservador y el Partido Radical. Por este último tenia una cierta simpatía. Los procesos electorales en la época eran dominados por la práctica generalizada del cohecho, de manera que el grueso de los votantes esperaba pacientemente que las ofertas de los candidatos subieran suficientemente como para decidirse a depositar su voto en las urnas. Un soporte importante del cohecho a favor del Partido Conservador eran los curas o párrocos que la Iglesia Católica tenia distribuidos en la Isla Grande y otras islas del archipiélago.

Mas tarde, mis estudios de historia universal en la Universidad de Chile me iban a permitir asomarme a las complejidades de la historia humana, al auge y decadencia de los imperios, a la fuerza y las debilidades del poder preparándome así para estar en condiciones de relativizar la fuerza de las ideologías, dudar de la veracidad de los esquemas explicativos y desconfiar de las imágenes maniqueístas y totalizadoras de la realidad. Bueno, no quedaba mas remedio que hacer con lo que había, pero ¿Cómo elegir un partido político?

Una vez en la Universidad en los años cincuenta, yo había conocido o establecido contactos con estudiantes vinculados a diversos partidos políticos, en particular con militantes socialistas y radicales asistiendo a algunas de su actividades y manifestaciones. También tenia entre mis compañeros del  Departamento de Historia y otras disciplinas algunos que seguían al trotskismo de la Cuarta Internacional y otros al Partido Comunista, lo que me permitía poseer información suficiente como para decidir de una primera militancia. Haciendo el “desgrane”, como decían los campesinos de la época, llegué a la conclusión que lo mas serio por su formación, por su disciplina y capacidad organizativa estaba del lado de los comunistas. Sin embargo, yo llegaba al final de mis estudios, era ayudante en el Departamento de Geografía y además tenia la idea de que los jóvenes comunistas se conformaban con recibir y ejecutar órdenes venidas de las instancias superiores del partido, por lo que me parecía que era mejor aproximarse directamente del Partido Comunista. Me transformé consecuentemente en simpatizante, estatus con el que permanecí cerca de cuatro años.

Este partido marxista, fundado por Recabarren como un partido revolucionario en la época en que los mineros del norte empezaban sus luchas reivindicativas había evolucionado desde su participación en el Frente Popular en 1939 e iba, a fines de los cincuenta y comienzos de los años sesenta, a optar por la vía pacifica para acceder al poder y mostraba una clara voluntad de alianza con otras fuerzas que luchaban también por el cambio social. A favor de su imagen de partido serio jugaba el hecho de que con él simpatizaban o militaban los mas destacados intelectuales y artistas del país. Militar en el PC tenia también algo de aventura porque en esos años era el único partido político clandestino, puesto fuera de la ley en 1949 por el gobierno de González Videla. Así, en 1958 hice mi entrada formal en el partido, en un contexto que para los comunistas continuaba siendo ambiguo pues se estaba y a la vez no se estaba en la clandestinidad.

En dos “frentes”, lenguaje usual en el partido, tuve actividades una vez que me incorporé como militante : un trabajo destinado a organizar y a conquistar el campesinado de la provincia de Santiago para la causa revolucionaria ( que se avenía bien con mis tareas de investigador del mundo rural, exigente en trabajo de terreno ) y otra actividad, que yo llamaría sindical universitario/intelectual ( ligada a mi status de profesor auxiliar en la Universidad ) al interior de la APEUCH o Asociación de profesores y empleados de la Universidad de Chile. Las actividades realizadas en uno y en otro sector me conducirían a la vuelta de cuatro años a la conclusión de que la militancia en el partido se avenía mal con la manera como yo concebía la práctica política y la consideración debida a los militantes.

Mi pertenencia a una célula universitaria del partido ( estructura de base del PC ) a la cual pertenecían profesores de la Universidad y profesionales de la comuna de Ñuñoa[3], mi paso por el comité local de la comuna así como por la Comisión Agraria del partido, me convencieron de que yo no creía tanto en las formas políticas sino en las fuerzas políticas, para emplear la formulación de Ostrogorski[4], leído por mi muchos años después, dos nociones que por desgracia tanto en Chile como en otros países se ha tendido sistemáticamente a confundir. Por las formas, en el PC reinaban el culto de la organización, la exigencia de una devoción sin fallas a la dirección, la ortodoxia transformada en un objeto intocable, la obligación de aceptar decisiones contestables en razón de los imperativos de la unidad del partido. En cuanto a las fuerzas políticas, en realidad el partido se interesaba poco en los hombres concretos que eran su soporte y se interesaba mucho menos en sus capacidades, en sus disposiciones personales, en su estado de espíritu, en su capacidad de imaginación y de audacia, de crear o inventar políticas, que fundamentalmente en su lealtad y sumisión al partido.

La bipolarización de la realidad, lo uno o lo otro, lo negro o lo blanco, ellos o nosotros, en los debates de células, en los documentos del partido y en la actividad militante habitual eran posiciones que yo resentía muy negativamente. La prohibición de lectura de la “prensa burguesa” (en realidad toda la que no era del partido) por los militantes, el control sobre otras lecturas “desviacionistas” o peligrosas para la ideología eran medidas que tendían a asegurar la conservación de la línea política y la integridad misma del partido, pero yo me impedía pensar en la necesidad de tales interdicciones. La Comisión de Disciplina, bajo el ojo vigilante del camarada Pinto (seudónimo de combate), miembro del Comité Central, era temida por su rigidez, por su autoritarismo y por sus juicios definitivos.…Actuando de tal manera el partido se autocensuraba, se negaba a conocer el pensamiento de los otros sectores, literalmente se negaba a conocer al “enemigo de clase”, sus posiciones ideológicas y politicas, las luchas internas de sus tendencias, sus virajes…Debo decir que, por mi parte, yo nunca dejé de leer El Mercurio, confrontándolo regularmente con El Siglo, diario oficial del Partido, y que me negué rotundamente a todo reproche sobre la cuestión.

Una serie de constataciones realizadas en esos años me condujeron a plantearme la posibilidad de la ruptura. En el dominio rural, mi tema favorito de estudios, yo descubrí que la ortodoxia convertía la complejidad agraria chilena en la cuestión de la tierra “para los que la trabajan”, que los campesinos con tierra se confundían con los asalariados agrícolas al interior de los sindicatos y de las cooperativas, que las contradicciones entre campesinos indios y criollos o mestizos en la Araucanía era subestimada, que la reforma agraria era vista como la panacea para superar los problemas de la sociedad chilena, que la lógica del capitalismo operando en la agricultura se confundía con el perfil de los señores feudales atribuido a los dueños de fundo.

En cuanto al aparato del partido, yo descubrí que por salvar el culto de la organización la Comisión de Disciplina actuaba como una máquina inquisitorial y que el “centralismo democrático”, fórmula encantatoria inventada por Lenin que sonaba bien, era una construcción imposible y que detrás de ella se escondía el autoritarismo y el dirigismo. En cuanto a los intelectuales, descubrí que muchos de ellos adherían al partido por oportunismo ( el PC de la época era una potencia económica y podía  actuar como resorte de ascensión social ), que abundaban los disconformes que se cuidaban de no iniciar el mínimo debate critico al interior y que se callaban hacia el exterior, que los intelectuales que abandonaban el partido eran inmediatamente tachados de trabajar para la CIA…

La ruptura vino en 1961, cuando se trató en el partido la condenación de la revolución china dirigida por el presidente Mao, devenido “revisionista” número uno del marxismo-leninismo y por lo mismo enemigo político de la revolución mundial y por cierto de la Unión Soviética. Yo me negué a aceptar la nueva verdad, en realidad por razones de principio, mas que por una adhesión ciega al maoísmo, yo conocía muy poco del proceso de la revolución china. Mi argumentación fue la siguiente : no se puede condenar a los dirigentes chinos sin saber cual es su rumbo actual y cuáles son sus argumentos frente a las acusaciones de la URSS, sin haber analizado previamente la evolución revolucionaria de la sociedad china, analizar sus diferentes etapas, sus dificultades y la manera de hacerles frente, las modalidades particulares que ha seguido el modelo maoísta, los orígenes y el estado actual de la controversia…

Lo cierto era que hasta allí, ningún documento había circulado entre los militantes  del partido sobre los orígenes de la vieja desconfianza de la Unión Soviética hacia el liderazgo consagrado del presidente Mao, las opiniones de este mismo, siempre, por su lado, muy desconfiado de la URSS de Stalin, según pude conocer mas tarde. No sabíamos nada sobre la historia de los acercamientos y distanciamientos que habían tenido las relaciones exteriores de los dos países. En realidad, sobre el estado de la disputa chino-soviética en ese momento, algunos documentos de proveniencia china y otros de proveniencia soviética eran conocidos exclusivamente por los miembros de la Comisión Política, pero no obstante el Comité Central exigía que fuera el conjunto del Partido, a través de sus miles de células a lo largo del país quienes debían condenar por unanimidad la traición al marxismo de Mao Tsé Tung y sus camaradas de lucha, como anteriormente se había condenado el “desviacionismo” yugoslavo del mariscal Tito.

En la discusión realizada en mi célula yo fui el sólo contradictor dispuesto a hacer de esa cuestión un motivo suficientemente grave como para plantearse un cuestionamiento de la dirección del partido y aun más, la posibilidad misma de irse del partido. Otros militantes, los intelectuales principalmente, fueron sensibles a mi argumento central pero fieles “bolcheviques” no se atrevieron a poner en juego su calidad de militantes. Coincidió que en esos días yo estaba integrado a un Comité de Solidaridad con la revolución cubana y sabía que en la isla caribeña se necesitaba toda clase de profesionales y técnicos. Por lo mismo, declaré a mis camaradas comunistas que, como las cosas eran como eran, yo abandonaba el partido y esperaba hacer mis valijas para irme a Cuba con la intención de vivir allí y participar en una experiencia concreta de construcción del socialismo y ver como es que se podía construir la nueva sociedad de hombres libres sin tener que rendir cuentas todos los días a la Unión Soviética. La Revolución Cubana en esos días daba muestras de querer seguir un camino inédito hacia el socialismo y había indicios de una búsqueda de otros caminos posibles.

Así se terminaba mi primera militancia en la política chilena, de la segunda, con el MIR, trataré en otra parte. Esa primera implicación me había permitido también hacer el test de mis propias intenciones y disposiciones personales. Era claro que mi intención no era hacerme un profesional de la política. El partido me había sondeado a través de un miembro de su Comité Central, Fernando Ortiz en la ocurrencia, para una eventual candidatura a diputado por el Tercer Distrito de Santiago, pero mis respuesta negativa fue inmediata. Entrar en la política no era para mi la búsqueda de poder o de un medio para ganarme la vida, tampoco un trampolín para asegurar mi éxito personal. Yo tenia mi profesión para asegurar mi subsistencia. Mi interés por la política estaba íntimamente ligado a mi condición primera de ser un individuo que vive en sociedad y que, quiéralo o no, está todos los días expuesto a los efectos o a los impactos de la interrelación con los otros, que lo hace obligadamente sentirse parte de deseos colectivos, de alegrías y sufrimientos comunes, de tensiones y de conflictos. Sometido sin cesar a los impactos de iniciativas oficiales sobre los cuales el individuo no tiene mas que dos alternativas : transformarse en actor políticamente activo o simplemente dejando que las cosas pasen… En este segundo caso, soportando y quejándose, o aplaudiendo lo bien fundado la política de los otros. Para mi la primera opción correspondía a mi temperamento.

Yo era consciente que la política exige un esfuerzo y un compromiso personal perseverantes, es una actividad suis generis que está llena de escollos, al mismo tiempo que obliga a un ejercicio de construcción no siempre fácil, de creación con los otros en la acción colectiva. Seguramente a este esfuerzo se refería Max Weber cuando ponía como exigencia para quienes se interesaban en la tarea política “à la fois de la passion et du coup d’oeil”. Yo agregaría a esos requisitos, que también la imaginación y la prudencia y la audacia son indispensables.

Debo admitir que, mas allá de la crítica, la experiencia en el Partido Comunista me brindó también algunas satisfacciones. En primer lugar, la alegría de trabajar por la acción colectiva detrás de objetivos considerados como parte del progreso social. En segundo lugar, el encuentro con algunas amistades verdaderas entre personas que consideraban la causa del pueblo ( o mas ampliamente de la humanidad ) como estando por encima de todo partido y de la política mal entendida y que, por lo mismo, también habían abandonado el Partido Comunista en diferentes momentos. Algunos de ellos han muerto (entre otros, el inolvidable Rafael Baraona), pero con otros sobrevivientes conservo todavía lazos de amistad. La política iba a seguir siendo para mi una motivación fuerte, acompañándome en mi experiencia cubana. El implicarse en ella iba a seguir teniendo un sentido altamente positivo, a condición de una práctica libre de esquematismos y de estructuras castratrices.

 



[1] La publicación se llama “Chile de lejos y de cerca. 1975-2010”, ediciones Ceder, Universidad de Los Lagos. Osorno, 2011.

[3] Entre ellos militaban dos miembros del Comité Central y el historiador mas destacado del partido, Hernán Ramírez Necochea, autor del libro La guerra civil de 1981. Antecedentes económicos. También eran miembros de esta célula el historiador y ayudante de Ramírez Necochea Fernando Ortiz, César de León y el filosofo  Néstor Porcell, estos dos últimos ambos del Comité Central del Partido Comunista de Panamá.

[4] Moïse Ostrogorski, La Démocratie et l'organisation des partis politiques, publicado por primera vez en Paris en 1903.

 

 

ESPERANZAS FRUSTRADAS : El MIR

Mi regreso a Chile desde Cuba en febrero de 1968 se hizo con las dificultades que el lector puede imaginar al saber de una ausencia de siete años en un país sometido al bloqueo internacional mas intenso durante los años sesenta. En razón del aislamiento total de la Isla respecto de Chile y del continente, con la sola excepción de México, fueron interrumpidos completamente mis contactos personales y profesionales. Aterrizamos, por lo mismo en casa de los padres de mi mujer, quienes habitaban en la comuna de Calera de Tango, a la espera de poder arrendar un departamento en Santiago. En un primer tiempo estuve ocupado de la logística familiar, de rehacer mis contactos abandonados y de ocuparme de encontrar un empleo. Por cierto mis búsquedas se centraron en la perspectiva de volver a la Universidad y pronto tuve algunas noticias alentadoras. Mientras tanto la situación de la familia era de estrechez y ciertamente si la situación duraba podía devenir angustiante. Volvía a Chile con mi mujer y tres hijos, dos de ellos nacidos en Cuba, con 50 dólares canadienses en el bolsillo ( dólares que casi nadie conocía en el país ) y un cofre chino por el cual tenia mucho apego, talvez porque era una pieza de cierta antigüedad ; venia repleto de nuestros enseres personales. En mi bolso de viaje había previsto una provisión de cigarros habanos de gran calidad que en de vez de fumármelos los iba a vender a un precio suficientemente elevado como pata permitir nuestra subsistencia entre tres o cuatro meses.

Al mismo tiempo que buscar trabajo y alojamiento, no podía dejar de  lado la necesidad de sondear el “estado de los lugares” en lo referente a la política : mi principal preocupación era de saber cómo implicarme en el panorama chileno y con quiénes. Por cierto no era cosa de volver al Partido Comunista y tampoco de intentar una experiencia en el partido Socialista, partido que yo había logrado conocer en los años cincuenta cuando se forjaba la unidad de la izquierda para dar vida al Frente del Pueblo, antecedente histórico de la Unidad Popular. Yo tenia buenos amigos que allí militaban, pero para mi fuero interno, yo veía que se trataba de un partido “poco serio” para el socialismo, su perfil mas bien populista que había conocido en esos años no me gustaba nada, tanto mas que en su interior era el escenario de permanentes escaramuzas y disputas por la dirección, llegando a veces hasta la división por el juego de las ambiciones personales. Yo decía, medio en broma medio en serio ya en los años cincuenta, que se trataba de un partido de “montoneros” no armados.

Antiguos amigos, también disidentes del PC, algunos habiendo experimentado ya la decepción de un pasaje por las tendencias maoístas presentes en Chile, y otros por el trotskismo, se habían aproximado al MIR o estaban ya militando en este nuevo movimiento nacido del seno de la juventud universitaria de Concepción y cuya filiación era hasta allí decididamente castrista. Sus dirigentes estaban interesados en acelerar el curso de la historia chilena.

Lo que me interesó particularmente del MIR, en 1968 todavía un grupúsculo mas que un partido, fue su composición fundamentalmente juvenil, en ruptura con las practicas habituales de la vieja generación, por lo mismo con el futuro abierto a múltiples  perspectivas. A priori, y a pesar de sus posiciones extremistas, se podía considerar que políticamente era mas prometedor que los ya conocidos antiguos partidos pseudos revolucionarios o reformistas. Podía imaginarse que la posibilidad de su transformación en un partido de masas, podría hacer del movimiento naciente una estructura apta para un socialismo novedoso, una real alternativa a la izquierda tradicional. Decidí entonces hacer mi contribución personal en esa perspectiva en el dominio que me era conocido, es decir, el de los problemas campesinos y agrarios.

Entre 1968 y 1971 me dediqué a actividades destinadas al desarrollo del Movimiento Campesino Revolucionario (MCR) cuyo objetivo era la captación de las masas rurales para la línea revolucionaria del MIR. Fue un trabajo a la vez de programación y de terreno. Primero pasaba por la definición de las áreas donde el MIR debía invertir con mayores posibilidades de resultados favorables sus escasos recursos humanos, porque correspondían a zonas que yo llamé de mayor “potencial revolucionario”. Después, había que inspeccionar las dificultades, las necesidades y la calidad el trabajo que realizaban los compañeros designados para tal o cual zona, este trabajo de terreno me llevó a Cautín, a Melipilla, a Mallarauco, a Curicó, a Chillán y a Panguipulli. Mi interlocutor con el MIR era Bautista Von Schwagen, de quien yo era un consejero para temas agrarios y campesinos. Lo veía de tiempo en tiempo y a las horas mas imprevisibles, generalmente para pedirme información sobre la evolución de la situación en el campo y discutir de las ultimas medidas tomadas por el gobierno. Era uno de los mas prestigiosos jóvenes dirigentes del partido, inteligentísimo, reflexivo y sobrio en su conducta. Yo le tenia una gran estimación y nos entendíamos bien.

Complementariamente a las actividades ligadas al campo, colaboré también con la llamada Comisión Militar, en una actividad que de cierta manera yo le vendí al MIR. Era una actividad completamente clandestina pues se trataba de montar un laboratorio, con ayudantes técnicos e infraestructura, destinado a preparar una cartografía para la guerra apoyándose en documentación existente y en información proporcionada por exploradores desplegados en ciertas zonas del país. De qué guerra se iba a tratar ?  Una pregunta que yo me hacia con frecuencia mientras el trabajo progresaba, porque el MIR no parecía darle importancia a ese trabajo. En dos años de funcionamiento, una sola vez la dirección se interesó en ver lo que se estaba produciendo, enviándonos uno de sus recientes miembros acompañado de un agente cubano. No hubo discusión sino que nos limitamos a mostrar el estado de avance de las tareas que estaban programadas. Al final de la visita, yo expresé mi molestia por la ausencia de un debate interno sobre la cuestión de la guerra y la sola respuesta del joven dirigente – que me pareció arrogante y autoritario – fue que era una cuestión que no estaba prevista. En dos otras ocasiones me dirigí a miembros de la Comisión Militar con la misma inquietud, con el mismo resultado.  A mi me parecía completamente inviable la línea de la “guerra irregular y prolongada” que era la versión oficial transmitida a la militancia y me inclinaba vista la evolución concreta del proceso político, a ver mas bien una salida por la guerra popular. Una guerrilla durable ( “guerra irregular”) en Chile me parecía completamente fuera de contexto.

En cuanto al MCR, desde 1968 en adelante tuvo un desarrollo rápido y el MIR captó o ejerció influencia sobre una buena parte de los trabajadores del campo y campesinado indígena Mapuche. Por otra parte, el movimiento tuvo gran éxito entre los pobladores de las grandes ciudades, principalmente en Santiago, y ganó  cada vez mas influencia entre los obreros del sector mas difícil de la industria manufacturera - porque era controlado férreamente por el Partido Comunista. Si embargo, mis esperanzas de su transformación en un gran partido revolucionario, a la medida de esos éxitos, se vieron frustradas. Ni sobre el plan estructural, ni sobre las practicas autoritarias hubo transformaciones indicando que un viraje podría producirse mas adelante. Mas que interesado en apoyarse en la lucha de masas el MIR continuó soñando en la perspectiva guerrillera …

En suma, el MIR contribuyó poderosamente a la radicalización de la política chilena pero no se planteó nunca sus implicaciones en términos de una salida por la guerra popular, línea que a mi juicio   tenia fuertes soportes en la cada vez creciente radicalización de las masas. Para la dirección, la cuestión de la guerra siempre estuvo concebida como algo que debería venir “después” de la derrota de la Unidad Popular, reproduciendo con ello el esquema castrista de dictadura y guerrilla exitosa ( durable ) apoyada por el movimiento popular, sin imaginar que ya a fines de 1971 las cosas habían ido tan lejos en términos de exacerbación de la lucha de clases que el fin del gobierno de la Unidad Popular iba a ser una catástrofe para la izquierda y para el pueblo chileno, de la cual difícilmente iba a poder levantarse otro movimiento político revolucionario, ni siquiera otro movimiento reformista en el mediano plazo.

Mi posición a fines de 1971 era que el MIR debía dejar a la Unidad Popular consolidar algunas conquistas y él adoptar una posición de espera, al precio de correr el riesgo de ser victima de una cierta represión por parte del gobierno de la Unidad Popular. Darse el tiempo necesario para construir un verdadero partido y para imponerse sobre la escena política un par de años mas tarde. Esta posición era inaudible para la dirección mirista que, por otro lado, no aseguraba para nada la retaguardia popular. Por otra parte, nunca la dirección se decidió a abordar el tema de la guerra popular como una perspectiva de salida política. Pero no solamente eso : su desarrollo en términos de movimiento de masas no había influido en absoluto sobre sus concepciones políticas, tampoco sobre sus modos de funcionamiento personalistas y jerárquicos, ni terminado con la esencia autoritaria de la dirección. Reiteradas demandas a la Comisión Militar de abrir una discusión interna sobre el tema de la guerra y el destino de ciertas actividades especializadas quedaron sin respuesta y fue así como yo llegué a la conclusión que no podía seguir militando en la oscuridad y a favor de una catástrofe política previsible y anuncié que abandonaba mis trabajos diversos y me marginaba del partido. ¿Qué hacer a partir de allí?

El conocimiento que tenia de los otros partidos de izquierda me impedían adoptar una decisión. Por el lado de los partidos de la Unidad Popular no había salud posible, sus contradicciones internas y entre ellos y los debates interminables sin salida de humo blanco, neutralizaban el gobierno de Salvador Allende y la ingobernabilidad era evidente para todo el mundo. ¿Qué hacer, a la espera del golpe militar? Para mi, la sola respuesta a esta cuestión fue que había que apartarse del “movimiento ciego” de la política partidista y tratar de construir algo. Mas precisamente, mi respuesta fue que había que “plantar árboles”, los cuales escaparían al menos a las represalias de los militares y de la extrema derecha.

En enero de 1972 los responsables de la Corporación Nacional Forestal (CONAF) aceptaron la contratación de un pequeño equipo técnico (2 forestales, 1 agrónomo, 2 geógrafos) bajo mi dirección para hacerse cargo de una veintena de proyectos localizados en la región central ( principalmente en el llamado secano costero) que habíamos previamente identificado en nuestras andanzas rurales y comenzado a definir en sus contenidos. “Plantar árboles” era una manera de decir, en realidad esos proyectos eran muy diversos, cierto, habían miles de hectáreas pertenecientes a los fundos expropiados o en proceso de expropiación por la reforma agraria, donde los recursos naturales estaban de tal manera agotados que las tierras no tenían otro destino que la reforestación. Los obreros de esos fundos se habían quedado sin salario, pues los patrones habían abandonado los predios o habían sido expulsados por los obreros y en tales circunstancias terminaban por comerse los animales, es decir el capital para poder producir. 

En tales circunstancias, la reforestación o los trabajos en otros proyectos manejados por la Corporación iban a aportarle algunos recursos permitiendo la sobrevivencia de las familias de los trabajadores y evitándoles la emigración a la ciudad, a la cual estaban sino condenados. En la sola comuna de Pichilemu, en la parte alta de esta zona costera de la provincia de Colchagua, se plantaron 10.000 hectáreas en 1972, campaña que movilizó a numerosos trabajadores, principalmente durante el periodo comprendido entre el otoño y la primavera de ese año.

Fuera de la reforestación, el equipo tenia responsabilidad sobre proyectos que tenían como objetivo la conservación y el manejo de especies nativas del secano costero, entre las cuales la acacia cavenia (quillay) y la palma chilena de Cocalán ; otros tenían que ver con utilización de subproductos forestales (por ejemplo del álamo) , con manejo de cuencas y con contención de dunas. En todos ellos los implicados eran obreros de fundos precarizados o campesinos empobrecidos, jornaleros organizados a veces en comités de cesantes, muchas veces movilizados por militantes radicalizados del MIR o del PS. De manera que nuestros interlocutores estaban todos, de una u otra manera, implicados en el proceso político que vivía el país, lo que me permitía decir con propiedad que esta actividad era ni mas ni menos la “continuación de la política” por otros medios. Era una actividad apasionante que llegó a su término con el presentido golpe de Estado de septiembre 1973.

 

 

 

 

 

 

LA POLITICA POR OTROS MEDIOS...

Yo estaba completamente “descolgado” de toda militancia partidaria en la izquierda desde hacía ya mas de un año cuando se produjo el golpe de Estado, el 11 de septiembre de 1973. A fines de 1971 había llegado a la conclusión de que el MIR debía dejar a la Unidad Popular consolidar algunas conquistas y él adoptar una posición de espera al precio de correr el riesgo de ser victima de una cierta represión por parte del gobierno de la UP. Al final del gobierno de Allende el MIR no era un partido, sus militantes hacían mas bien una agrupación de jóvenes montoneros que obedecían ciegamente a los lideres, sin cuestionamientos y sin responsabilidad política sobre la complejidad del proceso y la profundidad de la lucha de clases desencadenada, lo que explica en gran medida que la dirección del movimiento haya vuelto la espalda a los preparativos para hacer frente a una guerra popular, que habría sido el acompañamiento lógico de su política radicalizada al extremo. Por eso, después de algunas iniciativas, sin resultado, destinadas a abrir en la Comisión Militar ( con la cual yo estaba en contacto a propósito de la cartografía para la guerra ) un debate sobre el tema de la guerra popular, yo llegué a la conclusión que lo mejor era “tirar la esponja” y abandonarla militancia. 

Ya he dicho en otra parte que mi alejamiento del MIR me dejó en una situación nada confortable pues no era cuestión de volver atrás siguiendo las consignas de los partidos de la Unidad Popular, ni tampoco podía imaginar el abandono puro y simple de toda responsabilidad, de mi implicancia en el conflicto social y la suerte de la gente que seguía inconscientemente actuando para llegar a la catástrofe. Mi decisión fue la de actuar buscando una manera de darle continuidad a la política por otros medios. El espacio para la realización de esta idea lo encontré en la Corporación Nacional Forestal (CONAF) cuya Vicepresidencia aceptó mi proposición de crear un pequeño equipo técnico para abordar una serie de proyectos de su incumbencia en el área costera de Chile Central. Cuando trabajé en INDAP con colegas forestales habíamos identificado en nuestras andanzas rurales, principalmente en el llamado secano costero desde Aconcagua hasta el Mataquito, algunos temas susceptibles de ser transformados en proyectos, de manera que sobre ese espacio costero yo habia acumulado bastante información y comenzado a definir lo que podrían ser los ejes de futuros proyectos de desarrollo. Por eso cuando digo que mi opción fue por “plantar árboles” no es mas que una fórmula de facilidad  porque en realidad esos proyectos posibles eran de contenido muy diverso: tenían que ver con reforestación, pero también con conservación y manejo de especies nativas, con utilización industrial de subproductos forestales, con manejo de cuencas, con contención de dunas. En todos ellos los interesados o beneficiarios inmediatos eran obreros de fundos con recursos precarios, campesinos empobrecidos o jornaleros organizados a veces en comités de cesantes, la mayor parte de las veces movilizados por militantes radicalizados del MIR, del PS o del MAPU.

El problema mas absorbente, en el primer año sobre todo, fue dar una respuesta a través de la reforestación a la sobrevivencia de los trabajadores que en los fundos expropiados habían quedado sin salario y en algunos casos con nada que vender, ni siquiera carbón. Los animales en su mayor parte habían sido vendidos o trasladados por los propietarios temerosos de la reforma agraria. En esos fundos expropiados o en proceso de expropiación había en ese entonces miles de hectáreas disponibles, pero en la mayor parte de ellas los recursos naturales estaban de tal manera agotados que muchas tierras no parecían tener otro destino inmediato que la reforestación, actividad que, además, podía asegurar salarios durante los meses mas críticos al mismo tiempo que permitía evitar la emigración a la cual los trabajadores parecían condenados. En la sola comuna de Pichilemu, en la zona costera de la provincia de Colchagua, se plantaron 10.000 hectáreas en 1972, bajo nuestra dirección y control técnico. Hubo que superar muchos problemas para asegurar una buena plantación y luego protegerla. Por ejemplo, no fue posible encontrar mallas en el mercado para proteger las plantitas, principalmente de los miles de conejos que poblaban la meseta interior de Pichilemu. ¿Solución? Ofrecer un pago por cada piel de conejo mostrada a la CONAF. El sistema funcionó perfecto: cada vez que visitábamos un campamento ocupado por los trabajadores, los corredores en medio de los cubículos donde dormían, estaban oscuros de tanta piel de conejo que colgaba del techo…

Hubo que vencer también las trabas burocráticas. Recuerdo que en uno de los fundos que debían ser expropiados por la CORA, contando ya con el acuerdo del dueño, existía una plantación de pinos realizada en los años 1930 de la cual se conocía su extensión (un poco mas de tres hectáreas) pero no se conocía el volumen de madera existente, dato indispensable para estimar lo que la CORA debía compensar al propietario y legalizar la expropiación. La solicitud para que los técnicos realicen la mensura de las existencias en madera estaba ya vieja de dos meses cuando empezó a funcionar nuestro equipo y como a pesar de nuestra presión no se hacía, yo decidí cortar por lo sano y solicité a la CONAF poner a mi disposición  una caravana de su propiedad y que pasaba en el garaje la mayor parte del tiempo. Me puse de acuerdo con un técnico que conocía este tipo de trabajo y programamos nuestro viaje a las alturas de Pichilemu para pasar allí todo el tiempo necesario, hasta terminar la medición tan esperada. Instalamos la caravana en el fundo Cóguil, donde se encontraba la plantación y luego tomamos contacto con los miembros del Comité por la expropiación del fundo, quienes quedaron muy contentos porque también ellos estaban cansados de esperar que la expropiación sea legal y así poder programar y negociar algún proyecto productivo. Al día siguiente de nuestra llegada comenzamos la medición de las existencias en madera y terminamos el trabajo en casi tres días, bajo la lluvia y por terreno escabroso. Los obreros del fundo estaban tan contentos de nuestra presencia que programaron un asado para despedirnos, cosa que sucedió al cuarto día de nuestra estadía en Cóguil. Le reiteramos nuestro interés por reforestar una parte de las tierras del fundo y la participación que esperábamos de ellos en el mes de julio. Prometimos volver con los datos del proyecto que íbamos a desarrollar y discutir con ellos su ejecución. 

La reforestación del lago Peñuelas, que surte de agua a Valparaíso, fue algo en que nos empeñamos con mucho placer porque lo que se veía desde la ruta yendo desde Santiago siempre me había parecido muy desolador. Era un fundo que pertenecería, por esas razones del poder difíciles de explicar mas allá de los intereses personales de alguien bien instalado en el sistema, al antiguo Seguro Social. Había allí un administrador y trabajadores que lo único que hacían era ocuparse de manera muy ligera de un rebaño de corderos y también de cabras que habían degradado completamente la cuenca y los antiguos árboles habían sido explotados para fuego en las cocinas locales. Por cierto los corderos eran reservados para los asados a las visitas políticas que los jefes del Seguro Social (había sido un monopolio del Partido Radical por muchos años) invitaban los fines de semana. Hicimos lo posible por su rápido paso a las manos de la CONAF y emprendimos la reforestación de la cuenca con especies nativas y también con pinos y eucaliptos. En la actualidad, cada vez que tengo la oportunidad de hacer la ruta en auto de Santiago a Valparaíso, forzosamente tengo que detenerme a ver el paisaje siempre arbolado del lago Peñuelas y mostrar a mis parientes o amigos algo que hace cuarenta años pocos podían imaginar. Por cierto, por discreción, me guardo de decir que en esa época yo tenia ya aires de moderno ecologista.

Del resto de los proyectos, no citaré sino algunos, donde el equipo desplegó también mucho esfuerzo, a comenzar en las negociaciones destinadas a convencer partenaires poco inclinados a trabajar con la CONAF: Plan de manejo para la explotación de las palmas chilensis de Cocalán, fabrica de cajas para embalaje de frutas en Doñihue en base a los deshechos de una fosforera, para dar empleo a trabajadores cesantes reforestación de la cuenca del embalse Rapel, rescate de la Acacia Cavenia en el secano interior de la costa de Melipilla…

Para mi, esta actividad fue ni mas ni menos que la “continuación de la política” por otros medios. Fue un periodo de experiencias apasionantes que ocuparon útilmente mi tiempo, mis preocupaciones y reflexiones, obligándome a estudiar campos disciplinarios nuevos implicados en la relación hombres/recursos naturales. La relación con el universo humano muy singular del secano costero fue también un aliciente para invertirnos en un intenso trabajo. Por otra parte yo tocaba también, a veces, temas del interior de nuestra institución operando en las tierras de nuestros proyectos. Me tocó en dos ocasiones jugar el rol de mediador en la búsqueda de conciliación de intereses en conflictos producidos entre directivos provinciales de la CONAF (de la UP) y  sus ingenieros forestales (todos de derecha). Los conflictos fueron allanados y todo el mundo quedó satisfecho y volvió a sus funciones habituales.

Desgraciadamente, toda esta actividad de múltiples facetas llegó a su término con el golpe de Estado del 11 de septiembre 1973.

La víspera del golpe de Estado yo me encontraba en Puerto Montt pues mi padre acababa de morir. No pude regresar a Santiago sino tres días después, en la primera flota de buses que fue autorizada a partir de la ciudad bajo custodia militar. El viaje demoró tres días, con una escala nocturna en un cuartel de Temuco y otra en el regimiento de San Fernando. Una vez en Santiago, decidí volver a mi trabajo en la CONAF, convencido de que allí no corría riesgo político inmediato porque con mi equipo habíamos adquirido una imagen de profesionales serios, que hacían bien su trabajo y que no mezclaban la politiquería en sus actividades profesionales a pesar de que nuestra clientela estaba formada principalmente por trabajadores o campesinos politizados. Yo sabia que nuestros proyectos habían sido visitados en terreno por gente que trabajaba para la inteligencia militar y, por cierto, no habían encontrado en ellos nada sospechoso. Pensaba que pasarían varios meses antes de que mis carpetas de estadía larga en Cuba en los años 60 y luego sobre mis diversas actividades en relación con el MIR, desde 1968, fueran reunidas como para despertar el interés de los inquisidores.

Por cierto, no sin preocupación, volví a mi oficina ubicada en la Alameda, casi frente a la Biblioteca Nacional. Todo estaba allí tranquilo, como habitualmente, los componentes del equipo estaban preguntándose qué hacer, tanto mas  que toda actividad de terreno estaba suspendida, que los jefes no aparecían por ninguna parte y que la comunicación no funcionaba con las oficinas fuera de Santiago, todo creaba la impresión de que vivíamos como en un tiempo suspendido. Miré mi agenda y de pronto descubrí que a los dos días tenia fijada una entrevista con el Director del Instituto Cartográfico Militar, un coronel del ejército. Mirado desde el punto de vista de un hombre de izquierda, no era nada evidente ir a “meterse en la boca del lobo”, lo que era todavía menos evidente para quien habia militado en el MIR desde el año 1968 y tenia un pasado de siete años en Cuba. Me dije que el coronel tenia seguramente muchas otras preocupaciones como para prestar atención a esa entrevista, de manera que dado el contexto, podría perfectamente no ir a la cita. Por otra parte, a falta de funcionamiento de los circuitos normales de la información, a causa del control sobre los diarios, la televisión y las radios que ejercían los militares, era muy difícil en esos días saber cual era la profundidad y la extensión de la represión y faltaban elementos para imaginar lo que iba a pasar en las semanas siguientes y en consecuencia lo que iba a ser el destino de cada uno. Pensándolo bien, me dije que desde ese punto de vista la entrevista con el coronel-director podría resultar interesante y yo podría utilizar la ocasión para tomarle el pulso al estado de ánimo de los militares, obtener elementos para saber cómo las fuerzas armadas veían la evolución del proceso que acababan de desencadenar y cuales eran sus designios.

Decidí ir a la entrevista y pensé que, por seguridad, lo indicado era hacerme acompañar por alguien de confianza. En mi entorno inmediato habia una compañera (ME) que yo habia invitado a formar parte del equipo. Se trataba de una de mis ex estudiantes en geografía agraria, joven de inteligencia brillante y por mas añadidura simpática y trabajadora, que habia comenzado su actividad profesional en INDAP, institución donde no se sentía a gusto y mas bien se sentía frustrada a causa del caos institucional reinante, producto del cuoteo político. Antes de venir a la CONAF, de vez en cuando yo le pedía alguna ayuda que tenia que ver con el MIR y por lo mismo me atrevería a decir que era una simpatizante informal. Era a mi juicio la compañía ideal para asistir a la entrevista puesto que su presencia era agradable : era simpática, rubia, nada mal parecida y venia de una familia de la clase alta.

El Instituto Cartográfico estaba en esa época situado en la calle San Ignacio, a cuatro o cinco cuadras de la Alameda, albergado en diversos módulos de construcción ligera de un piso, comunicados entre ellos por corredores de madera. En ese mismo campus funcionaba también la Escuela Politécnica del Ejército destinada a la formación técnica de los oficiales, de carácter internacional, donde yo ejercí como profesor de geografía física e interpretación de fotografía aérea en el año 1961 precisamente antes de mi viaje a Cuba. Los inmuebles del Instituto estaban situados a unos cincuenta metros al fondo de un gran espacio que se anteponía a la calle. Cuando llegamos con ME, ese espacio estaba ocupado por dos tanquetas y una ametralladora de calibre mediano y por algunos soldados en tenida de guerra. Pero lo que mas nos sorprendió fue que el perímetro de este espacio, asi como la entrada a la dirección y los corredores estaban vigilados por unos personajes vestidos de civil con trajes oscuros y todos ellos portando gafas oscuras. Siniestros personajes, como los del exterior, vigilaban los pasillos interiores del inmueble y uno de ellos nos llevó hasta la puerta del Director-coronel. Que la Inteligencia Militar haya asumido el control total del establecimiento fue una primera constatación que no dejó por cierto de interesarme para un posterior análisis.

El Director-coronel nos recibió muy amablemente. Estaba vestido en uniforme de campaña, es decir de camuflaje, y portaba en su brazo izquierdo una banda de tela bicolor con la consigna del día. Le recordé el tema de nuestra primera entrevista hacia varias semanas, un proyecto aerofotogramétrico destinado a obtener para la CONAF imágenes del secano costero de la zona norte del río Mataquito, para un plan de forestación con pequeños campesinos. Me interrumpió muy pronto para decirnos que la hora no estaba para discutir de programas civiles pues toda la atención del Instituto, como de todo el ejército, estaba centrada sobre “la guerra” que las fuerzas armadas estaban librando con un enemigo muy escurridizo que les planteaba por lo mismo muchos problemas. Nos dijo que estaban en una situación de alerta máxima pues temían que de un momento a otro podía irrumpir en la escena un movimiento popular armado. De todas maneras, nos dijo, “esta situación de guerra puede ser durable y estamos obligados a no bajar la guardia mientras no estemos seguros de haber eliminado el peligro latente. Solo cuando terminemos esta guerra podremos hablar del proyecto que les interesa a ustedes en la CONAF”.

Después de estas precisiones, el coronel se puso a hablar de lo que significaba para él y sus compañeros del Instituto esta nueva situación, con las nuevas exigencias de actividad ligadas a la información y el reconocimiento de escenarios de guerra, de las grandes exigencias en tiempo de dedicación, lo que le impedía ocuparse de su madre y de sus problemas personales. Aquí estamos trabajando hasta tarde en la noche dijo y a veces hay que asistir a reuniones de otro orden, por ejemplo mañana tengo que asistir a un baile de camaradería y de celebración en la Escuela Militar, es una obligación que vaya por solidaridad. Diciendo esto, de repente tuvo como una inspiración y se dirigió a mi acompañante para preguntarle por su formación profesional, el tipo de actividad que realizaba y también sobre algunos aspectos personales, para de pronto preguntarle si no le gustaría ir con él al baile del día siguiente. Explicó que no tenia esposa y que tampoco veía muy bien a quien podría invitar como acompañante. Tomada de sorpresa mi colega de trabajo se sonrojó y no supo como contestarle pero el coronel salvó la situación diciéndole que no era urgente su respuesta, que ella podría llamarlo por teléfono por ejemplo, que habia tiempo. Le dió su tarjeta de visita, se puso de pie y dió por terminada la entrevista.

Cuando salimos al patio delantero, muy bajito, yo dije a mi acompañante “chiquita vámonos lo mas rápido posible de aquí, esperando que los “siniestros” personajes de oscuro nos entreguen nuestras respectivas cédulas de identidad”. Las conclusiones de nuestra entrevista las sacaríamos en mi oficina. Primero, era evidente que la Inteligencia Militar habia asumido el rol mas relevante al interior del ejército y no solamente para todo lo que sea la represión sino también para todo lo que significaba peligro para la integridad de la institución y en tal sentido ella venia a ponerse por encima de las jerarquías del mando normal. La segunda conclusión fue que, en el diagnóstico de los militares, ellos estaban “en guerra” y por lo mismo los enemigos visibles o detectados habia que eliminarlos. La tercera conclusión fue que como temían un levantamiento popular armado en fecha imprevisible estaban obligados a mantener la vigilancia y la represión en su grado máximo durante un buen tiempo, hasta que este temor se disipe.

Quedaba un punto por resolver, es decir ¿Qué hacer con la invitación del director-coronel para que ME lo acompañe al baile de la Escuela Militar? Teniendo en cuenta la riqueza de la información obtenida en nuestra entrevista, nos dijimos que podría ser la ocasión de obtener información complementaria y mas detallada, discutimos sobre los riesgos que podría correr y consideramos que, si bien ella simpatizaba con el MIR, no tenia antecedentes políticos como para inquietarse, no estaba fichada. La conclusión de esta evaluación yo la resumí diciéndole : “va al baile chiquita”, no hables mucho, mas bien pregunta y observa.

Ese día, al final de la tarde, llamó al coronel para decirle que como no tenia compromisos para la noche siguiente si le gustaría ir al baile a la Escuela Militar. Era un baile estrictamente de oficiales, pero no estaban presentes los miembros de la Junta Militar. No habia civiles, hecho significativo, sino las esposas o amigas de los oficiales, como nos había dicho el coronel todos los oficiales estaban con su respectiva acompañante : todo oficial que se apreciaba tenia forzosamente alguna admiradora. El ambiente según ME no era de gran alegría a pesar de la música, del baile y de los cócteles, un poco lejos de una celebración de victoria. Las conversaciones políticas expresaban mas bien una gran preocupación y por cierto la animosidad, talvez menos odio que rabia hacia “los comunistas” (el enemigo genérico) , no era tanto por ideología o por un compromiso de clase con la burguesía y el capitalismo de parte de los oficiales, sino mas bien por ser los izquierdistas los causantes de una situación que los habia sacado de la vida tranquila de cuartel, que iba a romper talvez con la normalidad del ascenso de grado y, sobre todo, que los exponía a peligros insospechados. Sobre el compromiso institucional no habían voces disidentes, ningún riesgo de división por lo tanto, y la Junta Militar podía contar con todo ellos sin excepción.

Con tales informaciones podía razonablemente imaginarse que los militares no habían intervenido en el conflicto político para entregar el poder al mes siguiente. Con lo cual nada estaba claro sobre la continuidad de mi trabajo en la CONAF y la posibilidad de esperar la apertura de espacios libres para ejercer una actividad política. La situación era un poco diferente para mi colaboradora, joven sin pasado político y sobrina de un ex ministro de relaciones exteriores. Los días que siguieron, para mi fueron decisivos pues veía que debía tomar una decisión personal. La oficinas de la regional forestal donde funcionaba nuestro equipo y la mía propia habían sido hasta allí lugares de trabajo técnico adonde no llegaba clientela política, como sucedía en la mayor parte de las instituciones del Estado que practicaban el terreno como INDAP, la CORA y otras mas, donde habia un trafico permanente de trabajadores o campesinos que venían a alegar sus derechos o a pedir ayuda o solución a sus problemas.

Pero de repente este escenario tranquilo empezó a cambiar pues venia gente a verme, buscando ayuda o consejo. ¿Quiénes eran?: todas gentes del agro o ligadas al agro, todas en dificultad buscando protección, ayuda o alguna información útil, eran dirigentes campesinos de la región metropolitana que yo habia conocido en mis actividades anteriores, compañeros que venían escapando de las provincias de Concepción o de Valdivia, militantes o interventores de empresas forestales con los cuales yo o algún miembro de nuestro equipo teníamos relaciones. Dirigentes campesinos de Melipilla o Mallarauco que seguían al diputado Núñez y que habían tenido relaciones con el MIR. Unos necesitaban alojamiento, otros una chaqueta porque habia escapado en camiseta o en camisa, el otro que buscaba un consulado o una embajada para asilarse. Por otro lado, mi teléfono se puso a funcionar incesantemente, hecho totalmente inhabitual. De golpe mi posición en la oficina se hizo peligrosa, las secretarias, que mantenían buenas relaciones conmigo y con el equipo se miraban y escuchaban, sorprendidas de todo este ajetreo, eran todas de “buena familia” de derecha ( la CONAF de esa época estaba poblada de ingenieros agrónomos de apellidos rancios, Vial, Izquierdo, Valdivieso…) y no era buen signo. Tomé la decisión de abandonar la CONAF, una vez terminada esa semana y… no volví mas. Una semana después enviaba mi demision, aduciendo que me iba a hacer cargo de una propiedad que mi padre, recientemente enterrado, me había dejado en el sur, una manera de evitar sospechas. En realidad nada de eso, me iba no mas a incrementar el contingente de cesantes políticos…

En cuanto a ME, ella continuó en su trabajo un par de semanas, al mismo tiempo que se integraba a una red de solidaridad de cooperantes europeos organizada para proteger y hacer entrar en las embajadas de sus países a personas perseguidas por sus actividades profesionales, sindicales o militantes en las zonas rurales, principalmente aquéllos ligados a la reforma agraria y a las intervenciones a propósito de fundos expropiados por sus trabajadores. En esta actividad, que era por cierto clandestina, participó un par de meses, hasta que su jefe de enlace tuvo que salir del país por su propia seguridad. Para protegerla, le obtuvo antes de irse una beca de estudios del gobierno francés, país a donde viajó a fines de diciembre. A fines de diciembre ibamos a encontrarnos de nuevo, en Paris, esta vez, como refugiados.

Mientras ME estaba en estas actividades, yo rehice el contacto con algunos disidentes del MIR y del Partido Socialista en particular. Con ellos, antes del golpe habíamos iniciado ya una serie de reflexiones destinadas a evaluar desde el punto de vista de la evolución del capitalismo mundial la experiencia fracasada de la Unidad Popular. Ahora se trataba de evaluar el nuevo contexto y de ver las posibilidades de levantar una nueva bandera política. A fines de octubre llegamos a la conclusión de que si se quería hacer avanzar una nueva línea política en Chile ello no era posible sino a partir del extranjero. Si permanecíamos en el país era claro que a la vuelta de un par de meses no estaríamos mas en libertad, y a lo mejor ni vivos. La decisión de exilarse, una vez tomada, habia ahora que buscar una embajada para cada uno.

Después de dos semanas del golpe, las embajadas posibles estaban ya plenas, esperando el laissez-passez de la Junta Militar para poder expatriar a los asilados. Por otra parte, ellas estaban estrechamente vigiladas por los carabineros y el ejército. Para qué decir las anécdotas y aventuras vividas durante la búsqueda de contactos y la observación de las condiciones operativas para entrar clandestinamente o por la fuerza en alguna embajada. Un solo ejemplo: un amigo muy solidario me consiguió una entrevista con el embajador de la república Siria. La cosa no tenia nada de descabellada. Mi idea era que siendo este embajador amigo intimo del embajador de México, yo podría pasar unos días en la embajada árabe y luego ser trasferido hacia el país azteca o salir directamente de allí con una visa mexicana. Solamente que desde hacia varias semanas la embajada mexicana no era accesible sin contactos diplomáticos por estar estrechamente vigilada por fuerzas militares y carabineros desde que el embajador habia partido a su país con un avión pleno de personalidades de la Unidad Popular que habían decidido exilarse en ese país. Y el embajador no volvia…

Fuimos de todas maneras con mi amigo a la embajada de Siria, que se encontraba en esa época en un alto edificio que daba al Parque Forestal, no lejos de la embajada americana, entramos al ascensor y al abrirse las puertas en el piso correspondiente fue para nosotros el  Estupor !!! Dos carabineros con sendas ametralladoras vigilaban la embajada. uno de cada lado del descanso! Mi reacción inmediata fue que estaban allí para impedir la entrada de posibles asilados pero ¿Qué hacer? Felizmente mi amigo, que tenia la consigna de la embajada, se aproximó rápidamente al ojo de la puerta y esta se abrió casi automáticamente. Era el embajador en persona que nos esperaba. Le dijimos nuestra inquietud por la vigilancia de los carabineros y nos explicó que estaban allí para proteger la embajada de posibles atentados pues en la noche se habia desencadenado la guerra con Israel, la  que iba a ser conocida como guerra de Kipour. El embajador fue muy amable y nos dijo que no habia ningún problema para recibirme en su embajada, pero que como no se sabia si su amigo el embajador de México regresaba al país, cosa que a él le parecía dudosa, mi estadía allí podía durar mas tiempo de lo que podría imaginarse. La perspectiva de estar encerrado varios meses y probablemente tener que ir a parar al hervidero del Medio Oriente me hizo recordar la fórmula esa de mi amigo cubano Juan Pérez de la Riva que decía “salir de Guatemala para caer en guatepeor”. Agradecí al embajador por su amabilidad y quedamos en que si yo no encontraba otra puerta de salida, en la embajada siria seria siempre bien recibido.

El camino hacia las embajadas estuvo también matizado de anécdotas o aventuras. La salida de SZ, ex dirigente del MIR, fue la mas arriesgada. ME jugó un rol decisivo en la búsqueda de su salida al exilio, ella obtuvo de la red de los cooperantes europeos ya citada, el acuerdo de hacerlo entrar en la embajada de Bélgica, con destino a Lovaina. Organizamos un operativo para llevarlo hasta esa embajada. El compañero estaba en la clandestinidad, buscado por la policía después de un tiroteo con los carabineros del cual salió herido, se desplazaba penosamente ayudándose con un par de muletas y asi logró llegar hasta el viejo Land Rover conducido por otro miembro del grupo y muy amigo mío, AR. El herido fue instalado difícilmente en uno de los asientos traseros y las muletas a pesar de los esfuerzos por disimularlas quedaban francamente a la vista. Decidimos que el trayecto mas rápido para ir a Las Condes, donde se encontraba la embajada pasaba por la Alameda; desafiando el intenso trafico de mediodía, viniendo desde el sur oeste. Si mal no recuerdo, abordamos la avenida desde la calle República y avanzamos hacia el centro, sector donde circulaba un público numeroso pues era casi el mediodía, lo que favorecía el pasar desapercibidos. Llegamos a la altura de Arturo Prat y tuvimos que detenernos porque el semáforo habia pasado a rojo. Precisamente en esa esquina, sobre la vereda central donde estaba el semáforo y en cuyo borde se detuvo el Jeep, estaba de guardia un carabinero. El semáforo iba a pasar al verde cuando el motor se atora y se detiene y van a pasar treinta segundos, un minuto, y todavía otros segundos angustiosos mientras nuestro chofer maniobra y maniobra sobre el estárter antes de que se produzca el milagro y el vehiculo arranque de nuevo. Uf, Uf, Uf….Por suerte el flujo de peatones que atravesaba o pretendían atravesar la avenida distrajo suficientemente al carabinero como para impedirle fijarse en el interior del Jeep.

Cada uno de nosotros, candidatos al exilio, teníamos vicisitudes que contar. Yo mismo, que en principio estaba destinado a Bélgica, supe a ultima hora que se habia decidido que mi destino era la Francia. Dije al amigo francés que me esperaba en Providencia para presentarme en la embajada, que como la decisión de exilarme estaba tomada irrevocablemente me daba igual si me hacían viajar a la Cochinchina. El compañero que hizo de chofer del Jeep en la operación anterior, excelente y desinteresado odontólogo, debía partir conmigo ese mismo día, pero se arrepintió de partir y no llegó a la cita fijada en la avenida Providencia, le dije al amigo que lo esperáramos quince minutos, pasados los cuales sin resultado, nos dirigimos a la embajada. El arrepentimiento del compañero y amigo, lo iba a pagar muy caro un mes más tarde, con cinco años de cárcel y luego expulsión a México, país donde residió unos meses antes de ir a establecerse en Canadá.

Los que llegamos Europa, fuimos a parar a países diferentes, a Inglaterra, Bélgica, Italia, Francia. Pero como ya no estábamos en la ínsula chilena, al cabo de un cierto tiempo pudimos entrar en contacto de nuevo, encontrarnos, organizar jornadas de discusión y continuar la publicación de un diario cuyo primer número había sido editado en Chile una semana antes del golpe de Estado. Se llamaba “Correo Proletario”, titulo que estaba lejos de reflejar la evolución ideológica de la mayoría de los participantes, pero que otros encontraron acertado al calor de la efervescencia de los últimos días del gobierno de Allende.

Lo que pasaría después con nuestras buenas intenciones políticas es otra historia. Lo cierto es que hemos permanecido fieles a nuestros viejos principios humanistas y siempre implicados en los temas de la justicia y la libertad. Cada uno por su lado, hemos tratado de crear algo que trascienda nuestros limites personales y de guardar intacta nuestra capacidad de entusiasmarse con alguna causa justa como en el pasado. M.E. hizo una brillante carrera político-administrativa en Burdeos y en Paris, Luis Angel, periodista notable, luego de una estadía en Inglaterra se transformó en un mago de las redes del conocimiento vía Internet en Barcelona. Jaime, filósofo y redactor del Correo, se instaló en Turín como critico literario y traductor de grandes editoriales. SZ, filósofo también, y político hasta los huesos, desarrolló a partir de Lovaina investigaciones sobre la ética y la medicina y tuvo como interlocutores a Castoriadis y otros filósofos importantes. Siempre con esos temas irreverentes regresó a Chile. Yo, me dediqué varios años a darle visibilidad política a los indígenas en Ecuador...

 

JUEGO DE CARTAS EN LA EMBAJADA

Muy pronto, luego del 11 de septiembre, la embajada de Francia en Santiago ofreció asilo a personalidades del gobierno de la Unidad Popular que por alguna razón habían anudado relaciones con la representación del país galo. Pero pasando las semanas, sus puertas se abrieron también para militantes que no tenían lazos particulares con la embajada, pero que eran presentados por alguna de las redes que se organizaron para proteger militantes en peligro. A fines de noviembre del 1973, cuando yo entré en la embajada, los asilados en  los locales de la calle Condell, subían a alrededor de 60 personas. La composición de este contingente era muy diversa: militantes de diversos partidos, status social o profesional muy diferenciados, responsabilidad política muy desigual, lugares de origen extendidos a lo largo de Chile, edades comprendidas mayoritariamente entre 20 y 40 anos.

Por sobre esa diversidad había un rasgo común a la mayor parte de ellos  : querían al interior de la embajada prolongar el debate político “entre sordos” que había dominado todo el periodo de gobierno popular. Cuando digo la mayor parte de ellos me refiero a los refugiados que ocupaban, la sala circular del subterráneo y espacios superiores del inmueble en que estaban las oficinas y también algunos cubículos en la terraza, no me refiero a los “exclusivos”, es decir a ciertas personalidades que habían tenido responsabilidades institucionales y que habían sido instalados en departamentos privados en otra ala del inmueble. Ellos llevaban una vida un poco secreta y se habían arreglado con el conserje de la embajada (republicano español refugiado en Chile), para hacerse llegar alcoholes y algunas provisiones de calidad.

La gran mayoría de los asilados eran estudiantes, cuadros partidarios, profesionales e intelectuales que habían entrado a la embajada con el acuerdo de los consejeros o del embajador mismo, pero un día aparecieron de manera sorpresiva simples militantes poblacionales. Tres de ellos decidieron forzar las cosas y “descendieron” a la embajada, digo descendieron porque saltaron el alto muro de un patio de luz  pequeño que quedaba entre la embajada y la casa vecina. Difícil de explicar a qué tipo de ejercicio se libraron para poder llegar a ese espacio porque desde la calle no se veía cómo poder entrar sin efracción a la casa vecina, talvez vinieron por los techos desde mas lejos. Lo cierto es que entraron al patio de luz que daba contra ese muro de la embajada y se encontraron a boca de jarro con algunos “intelectuales” que discutían en ese momento y cuya reacción ante la manera inusitada de llegar y el perfil proletario y desaliñado de los tres pobladores los llenó de pánico y hubo exclamaciones que denotaban que el miedo hace perder el control. Una vez pasada la sorpresa, algunos de ellos reaccionaron de manera chocante, pues comenzaron a retar a los recién llegados, diciéndoles que tenían que irse porque no era la manera de llegar a la embajada, tenían que pedir autorización primero. Pero los recien llegados se resistieron y dijeron que de allí no los sacaba nadie. En lo que tenían razón, pues como nos explicaron mas tarde, estaban realmente perseguidos por los servicios de inteligencia, a la caza de diversos dirigentes poblacionales. ¿Es que la falta de solidaridad de los militantes “intelectuales” respondía a la angustia de una intervención de los carabineros o de los soldados al interior de la embajada que los pondría a ellos también en peligro?

Las discusiones de los simples militantes eran interminables a proposito de quien había tenido la buena estrategia, quien había cometido los errores, quienes eran los responsables de la derrota, etc., etc. El tono de la discusión se elevaba con frecuencia y a veces se hacia violento exigiendo la intervención de un apaciguador o mediador del debate. Algunos de los que considerábamos que no era en ese sitio donde se iban a zanjar las diferencias y donde iba a construirse el improbable consenso, y que tampoco era una cuestión de corto plazo el de reconstruir una izquierda en desbandada, pensamos que había que crear las condiciones para apaciguar los ánimos, inventar medios de distraer la atención y de interesar los asilados en otra cosa. ¿Porqué no crear algún entretenimiento?

En la sala circular subterránea convertida en campamento de ocasión puesto que allí habíamos mas de treinta asilados, yo había encontrado un compañero conocido en la persona del ex gobernador de uno de los departamentos mas indígenas de la provincia de Cautín. Lo había conocido en una de las intervenciones políticas que me toco realizar en esa provincia buscando negociar situaciones conflictivas creadas por comunidades mapuches que seguían la política radical del MIR. El era un antiguo militante comunista, de esos de la “vieja guardia”, hombre serio, honesto, cultivado y de cierta apertura. Nos pusimos a conversar y coincidimos en que el ambiente reinante no era nada de bueno para el equilibrio de personas en dificultad ni edificante desde el punto de vista de las responsabilidades políticas. Le dije que deberíamos buscar un entretenimiento para distraer el interés de los maniacos del debate sin fin. Le pregunté si él jugaba a las cartas y me contesto que si, que era una distracción que practicaba con su familia y amigos. Le sugerí organizar un juego que concitara el interés de  muchas personas, un campeonato de naipes talvez. Talvez nosotros podríamos comenzar, para ver qué pasaba, talvez como ejemplo de una manera sana de matar el tiempo que en la embajada sobraba. La mayor parte de los asilados no ocupaba su tiempo en leer, como algunos lo hacían. Decidimos comenzar con el rummy, juego en el que pueden participar de 2 a 7 personas y cuyo objetivo es que cada jugador busque deshacerse lo mas rápido posible de sus cartas efectuando las buenas combinaciones. Reclutamos dos otros participantes para comenzar a cuatro.

Instalamos una mesa pequeña en un lugar estratégico: el “descanso” que ofrecía a mitad de camino la ancha escalera conduciendo a la sala circular subterránea transformada en campamento. La escalera era muy frecuentada por un bajar y subir de compañeros que iban a conversar con otros, también asilados.

A pesar de conocer el ambiente reinante, no dejamos de sorprendernos de la reacción de los militantes mas furibundos. ¿Cómo era posible tal irresponsabilidad de la parte de compañeros que parecían serios? ¡Era un abandono de los principios revolucionarios ! Estábamos traicionando la causa del pueblo!!! Nosotros dejábamos pasar y hacíamos como que no escuchábamos y que nos concentrábamos mucho mas en el juego…El discurso moralista después del fracasado discurso revolucionario nos nos conmovía para nada. Pasaba el tiempo y poco a poco nos dimos cuenta que teníamos un publico que observaba y seguía el juego con gran atención. Nos mirábamos entre jugadores y sonreíamos. Después de dos o tres horas de juego preguntamos a los observadores si quisieran ellos reemplazarnos en la mesa de juego, la respuesta fue inmediata pero eran demasiados candidatos y hubo que mediar para ver quienes ocupaban el primer turno. Al término de la jornada, la cuestión ya no era si el juego de cartas era revolucionario o no, si estaba o no de acuerdo con los principios, si no era contradictorio con la política, sino como podría  organizarse un campeonato para permitir la participación de las mayor parte de los militantes.

Habíamos ganado por lo menos “la batalla de la embajada”. A tal punto todo el mundo estaba contento que en los días siguientes algunos compañeros tomaron la iniciativa de conseguir o preparar pequeños entremeses o algo por el estilo para hacer mas agradable la nueva sociabilidad creada por el campeonato de naipes. Pero la iniciativa mas sorprendente e inesperada vino del lado de esos compañeros que aparecían como los mas duros revolucionarios, es decir los llamados por la Junta militar “terroristas de Valparaíso”, , los militantes del Partido Socialista mas buscado por los golpistas, denunciados en todos los diarios del país, los hombres que, como se decía, bajo la ordenes de Altamirano habían ensayado de infiltrar la armada nacional e incluso  se habían apoderado de un pequeño arsenal de la marina.

Habían llegado a la embajada burlando el cerco militar y permanecían mas bien aislados entre ellos. El cabeza visible del grupo no era tanto el Secretario regional del partido, intelectual radicalizado, sino el cabo Chamorro, marinero de verdad, un chileno de pura cepa, persona de gran simpatía, militante audaz y hombre de mano. Pero bueno, para volver a las iniciativas en torno al campeonato de cartas Chamorro y sus compañeros de Valparaíso decidieron preparar para compartirla con todos los demás la mas chilena de las ensaladas, es decir “tomates con cebolla a la pluma”. No recuerdo exactamente en qué lugar de la embajada se instalaron para la preparación culinaria, pero si recuerdo muy bien como en el momento en que se desarrollaba la enésima, o no se qué otra fase del campeonato, empezó a subir por la escalera un aire cargado de ese olor inconfundible de la ensalada chilena de tomate con cebolla “a la pluma”, invención  criolla que invadió rápidamente la embajada. En esa época yo no era sensible a las alergias provenientes de tales emanaciones, pero me acuerdo que algunos compañeros de cierta edad comenzaron a resentir los efectos y no dejaban de refregarse los ojos. No recuerdo que del lado de los empleados o guardias de la embajada haya habido reacción frente a la contaminación ambiente y me imagino que en esos momentos ninguna visita diplomática estaba prevista. En todo caso, a lo que parecía todas esas actividades para matar el tiempo no deberían afectar para nada el prestigio ni el honor de la embajada de Francia.

De golpe, el clima de paranoia política reinante en los primeros días en la embajada había cedido el paso a uno mas sereno, mas solidario y de cierta manera se había instalado una suerte de sociabilidad a la chilena. La izquierda iba a tener mucho tiempo por delante parra rehacer sus fuerzas, mucho camino que andar….y sobre todo mucho que reconstruir. Talvez la experiencia pasada no desenmascararía nunca su verdad verdadera. Pero, por otra parte, una vez mas, esta vez en nuestra experiencia de refugiados, se demostraba que después de un gran fracaso el ejercicio de pensar de verdad puede ser el mejor consejo para tomar un poco de distancia de la experiencia empírica, interrogarse sobre sus pasiones y relativizar la vida.

 

   

 

 

 

CAVERNO

El golpe militar del 11 de septiembre de 1973 provocó la desbandada en las estructuras partidarias y entre los militantes de base de los partidos populares. Sin embargo, muchos militantes y simpatizantes esperaban, inocentemente, que de repente emergieran respuestas militares de la parte de los partidos que mas habían radicalizado el proceso político y que habían hablado de sus Comisiones Militares y de sus preparativos para la eventualidad de un golpe de Estado, principalmente el Partido Socialista y el MIR. Por cierto, se quedaron esperando…

No voy a tocar aquí el tema del “pseudo-militarismo” en estos partidos, cuyo análisis parcial he hecho en otros escritos, sino que quiero mostrar simplemente como a través de dos casos, uno en el MIR y otro en el Partido Socialista, se pone al desnudo el grado de irresponsabilidad con el cual fue tratado el tema de una eventual guerra popular.

En noviembre de 1973 iba a entrar en la embajada de Francia en Santiago en condición de asilado político y dos días antes de esa fecha apareció en mi casa (donde había, por medida de seguridad, arrendado hacía apenas dos meses atrás) un compañero del MIR con el cual yo había trabajado cuando tenia todavía mis relaciones con la Comisión Militar del Movimiento, en relación con una tarea muy concreta que era el levantamiento de una Cartografía útil para una situación de guerra popular en Chile. Yo había simpatizado con este compañero que era mi principal ayudante para el traslado de la información procesada a la carta, era estudiante de diseño con grandes condiciones para el dibujo y la caricatura, muy serio, muy discreto y muy trabajador y que por añadidura venía, como yo, de Chiloé. Yo rompí con el MIR en febrero de 1972 quedándose él a cargo del taller clandestino que manteníamos en un local arrendado cerca de la Alameda a la altura del Colegio Don Bosco. 

Habíamos trabajado más de un año juntos y un cierta amistad se había establecido entre nosotros de manera que de vez en cuando nos visitaba y se entretenía mucho con mi hijo, inventándole juegos diversos. Lo dejé de ver en los últimos cuatro meses antes del golpe militar y por eso me quedé sorprendido de su visita en tales  momentos difíciles y peligrosos para todos los militantes, muchos de los cuales preferían cortar sus amarras políticas. Me venia a pedir consejo pues no sabia qué hacer con el taller-laboratorio pleno de documentación y de una enorme cartoteca que habíamos logrado acumular y producir, con la información de una veintena de exploradores que visitaban zonas y punto estratégicos desde Santiago al sur del país. El tenia, por su parte, un colaborador dibujante para que le ayude en los dibujos sobre las cartas topográficas y para la creación de planos con detalles. Sus contactos partidarios hacia arriba habían desaparecido o lo habían abandonado y no podía dejar todo eso tirado asi no mas.

Le dije que yo con otros compañeros de izquierda habíamos hecho el análisis de la situación y que nuestra conclusión era muy pesimista, a corto plazo no había ninguna salida política y habíamos decidido exilarnos por un tiempo, continuar la reflexión comenzada y ver lo que podíamos hacer a futuro. Agregué que si él quería una prueba mas, allí estaba: primero la nula importancia que la llamada Comisión Militar había acordado a nuestro trabajo especializado durante mas de un año, segundo, a mi demanda de discutir el tema de la guerra como salida revolucionaria a la crisis de gobernabilidad no tuvo nunca respuesta y, tercero, la desarticulación del MIR era completa y él era un huérfano político. Única solución: que busque la manera de quemar lo antes posible toda esa documentación, no dejar trazas y desaparecer, volviendo por ejemplo a los estudios o irse al sur donde tenia familiares.

El otro caso, se refiere al mismo problema de los pseudo preparativos militares en el Partido Socialista, que había también creado su Comisión Militar al comienzo del gobierno de la Unidad Popular y de la cual los militantes hablaban mucho. Como las semanas habían pasado cuando entré como asilado en la Embajada de Francia, me encontré allí con mas de 90 militantes de diferentes partidos y niveles y a los dos días de circular entre el primer piso y el subterráneo, donde dormíamos,  noté que en el descanso amplio de la escalera que descendía a la gran sala circular subterránea donde estábamos instalados unos 40 asilados, detrás del mesón-bar que era utilizado de tiempo en tiempo con ocasión de alguna recepción o reunión ampliada, se había instalado con su catre de campaña un personaje que me llamó la atención. A la media mañana, ponía sobre el estrecho mesón un transistor de talla mediana y con él trabajaba en tratar de poner a punto un texto grabado por él relatando los acontecimientos del asalto a la Moneda el día del golpe militar. Esta operación se repitió exactamente igual en los dos días. Preguntando, me enteré que era un periodista sindical del Partido Socialista y que se hacía llamar “Caverno”, su nombre de batalla.

Al cuarto día de estar en la embajada me acerqué a conversar con él y me contó la parte mas reciente de su historia: efectivamente, era un militante socialista antiguo, periodista del sindicato de la construcción, de tendencia trotskista, que en los últimos meses había estado en contacto con la “Comisión militar” del partido y que a pedido de ésta había asumido la responsabilidad de encargado militar (“jefe”) del frente de los obreros de la construcción del Metro santiaguino. Recordaré que al menos unos 20 000 obreros trabajaban diariamente allí en las excavaciones y transporte de material, en obras de contención, etc.

Dos o tres días antes del golpe, el compañero recibe la consigna de estar infaltablemente todas las mañanas muy temprano en su puesto de responsabilidad político-militar, en la Alameda Bernardo O’Higgins, pues había señales de un posible golpe militar. Se le asegura que en caso de concretizarse el golpe, él recibirá para su distribución a los obreros, al menos dos camiones cargados con armas. Se le exige el mayor secreto sobre esta operación, diciéndole que desde ese momento las únicas órdenes que debe seguir son las provenientes del Comité Central. A partir de allí un tiempo de espera se instala. El día 11 de septiembre, cuando se disponía a dirigirse a su puesto de responsabilidad, hacia las 8 A.M., recibió un llamado telefónico de una personalidad muy conocida, miembro del Comité Central y parlamentaria, pidiéndole venir a buscarla en auto (con su vehiculo de función) para llevarla de urgencia a un sitio todavía no precisado. Llegado a la dirección indicada, se le explica que la dirigente en cuestión debe asilarse en la Embajada de México y que, como la misión es delicada e importante, se necesita que un compañero eficaz y responsable se encargue de transportarla y entregarla en manos del embajador de ese país. Ese hombre es él.

No se imaginaba, el compañero, que una vez cumplida con éxito esta tarea, considerada políticamente importante, que se le iban asignar dos otras misiones del mismo tipo, determinando que el “responsable militar de los obreros del Metro” pase la mayor parte de la mañana ocupado en transportar dirigentes que habían decidido asilarse y abandonar el país. Término del relato: el compañero “Caverno” no tuvo necesidad de mayores evidencias para pensar que la situación era de “desbandada” y decidió que él mismo debía también asilarse, eligiendo para ello la Embajada de Francia. No sé si había tenido contactos previos con ella. No se sabe tampoco cuál fue, en ese día, la suerte de los obreros del Metro…y de los camiones con armas nunca nadie hizo mención. 

La historia de 'Caverno' refleja bien el clima creado en la izquierda por el golpe militar: incredulidad, estupor, desorganización, repliegue de los militantes en el ámbito protector de la familia o búsqueda de una escapatoria hacia el exilio. El movimiento ciego de “avanzar sin transar”, consigna propia del Partido Socialista, quien nunca se preguntó para donde avanzar es decir qué tipo de socialismo buscaba construir, había conducido a los dirigentes a un callejón sin salida, el golpe de Estado inminente no había sido tomado en serio por ellos, a tal punto que, salvo excepciones, ninguno había tomado precauciones para proteger su propia libertad y su propia vida en circunstancias de golpe militar. Es asi como los golpistas “recogieron” sin gran dificultad la mayoría de los ministros de Salvador Allende y numerosos líderes políticos y sindicales, la mayor parte de ellos enviada a la desolada Isla Dawson en el extremo sur de la Patagonia. A fines de septiembre de 1999, la Cruz Roja internacional había constatado la presencia allí de mas de 90 prisioneros políticos. En el primer mes de represión la izquierda había quedado descabezada y el pueblo dejado a su propia suerte.

Lo mas sorprendente de la actitud de los dirigentes de la izquierda ante el golpe militar y la liquidación del gobierno de la Unidad Popular es que con ello daban la impresión de haber vivido su experiencia en un mundo confortable, seguro e irreal, sin poder sensibilizar, o imaginar, la agudeza y la violencia con que las contradicciones se habían ido agudizando a nivel social asi como tampoco el desencadenamiento de las pasiones y del espíritu de revancha que anidaba en la población. Seguramente pensaban, de manera completamente equivocada, que los militares iban a asumir un rol de simples agentes del orden público y que una vez logrado ese objetivo iban a entregar rápidamente el gobierno a los civiles, es decir, a la Democracia Cristiana y a la derecha política.

La imagen que tenían de los militares no correspondía en nada a lo que un análisis serio de la evolución de las fuerzas armadas chilenas en los últimos veinte años, anteriores al golpe militar, habría podido entregar. No estaban enterados de la preparación de la represión interna a la cual se habían abocado desde hacia tiempo los servicios de inteligencia militar y se encontraron asi, de golpe, con la brutal realidad.

El disciplinado militante “Caverno” salió del país entre los primeros exilados y llegó a Francia, siempre con su grabadora y la intención de escribir un libro sobre la “batalla de Chile”, perseverando tanto que al final logró su objetivo en un país vecino, con una publicación que, por cierto, no se planteó ningún cuestionamiento sobre la responsabilidad del liderazgo político en los acontecimientos donde él mismo fue actor subordinado…

 

PRIMEROS DIAS DEL GAP

Una de las historias vividas por mi que he contado a muy pocos amigos, yo creo que durante un buen periodo de tiempo mas bien por consideraciones de seguridad personal y después por pudor, o mas bien por el sentimiento de haber realizado actividad que no iba conmigo y que, además, no me ofreció ninguna satisfacción personal. De todas maneras fue una experiencia muy breve pero que evalúo como rica en enseñanzas pues me permitió conocer de cerca diversas facetas de la personalidad de Salvador Allende y por cierto observar el contexto en el cual se movía en esos primeros días después de su elección. Si por largo tiempo fue un tema delicado para mi, hoy, libre de ataduras puedo ofrecer este testimonio.

Quiero hablar del GAP, el Grupo de Amigos Personales del presidente Allende y su organización y primeros pasos. Fue en una declaración a los periodistas que habían identificado políticamente al grupo como formando parte del MIR y que insistían en emplear el mote de “guardia personal del Presidente” que éste, para evitar todo escándalo político de una alianza inconfesable con el MIR, se refirió a los hombres que lo acompañaban a todas partes como tratándose de “amigos personales”, que se habían ofrecido a  prestarle protección en esos tiempos de fuerte tensión política. Ningún presidente de Chile había hasta ese momento utilizado una escolta personal de protección, signo de que los tiempos habían cambiado.

Efectivamente, los tiempo eran difíciles, la tensión política se sentía por todas partes, el MIR estaba informado de las actividades de grupos de derecha dispuestos a la provocación y a la realización de atentados, todo ello destinado a provocar inestabilidad política para evitar la accesión de Allende al gobierno si éste salía ganador en las elecciones. En cualquier caso, nadie se equivocaba, Allende no obtendría de ninguna manera la mayoría absoluta y el Congreso Nacional estaría llamado a decidir. 

Allende tenia por Miguel Henríquez una gran estimación (“joven inteligente e idealista de gran porvenir político”) se dejó convencer por él pero también por su sobrino Andrés Pascal Allende y por su futuro yerno, agente cubano, que debía preocuparse de su seguridad personal y en consecuencia prever la creación de una escolta personal en caso de triunfar en las elecciones, pues a partir de ese momento su vida iba a estar en peligro según los indicios detectados por la información del MIR. Esta cuestión implicaba manejo técnico de los temas de seguridad y al mismo tiempo un cierto entrenamiento paramilitar.

En estos temas el joven movimiento revolucionario - que no compartía el mismo camino de Allende para la conquista del poder por pueblo - había ya hecho sus pruebas en actividades clandestinas que implicaban fuertes dosis de trabajo de seguridad. En los últimos días antes de las elecciones la dirección del MIR había declarado su apoyo a una eventual victoria popular, guardándose el derecho de continuar con su propia política al interior del proceso conducido por la Unidad Popular. Al mismo tiempo la dirección se cuidaba de llamar a la abstención a sus propios militantes y, para la cocina interna de las estructuras, ordenaba el “acuartelamiento” de todas sus unidades “político-militares” el día de las elecciones. Los dirigentes del MIR esgrimían el peligro de golpe inminente.

Entonces, ¿ Quien mejor que el MIR podría proteger a Allende en caso de victoria ?

Fue así como unos diez días antes de la elección del 4 de septiembre de 1970, en la cual por lo demás el MIR no iba a participar pues había llamado a sus limitantes y simpatizantes a no votar, Miguel Henríquez me transmitió un mensaje diciendo que tenia necesidad de conversar conmigo y si yo aceptaba que me enviaría otro mensajero para precisar el lugar de la entrevista. El lugar elegido por él fue el bar del restaurante Charles, en Las torres de Tajamar, lugar chic que estaba a la moda en esta primera torre santiaguina y era frecuentado por gente bien del barrio Alto y por extranjeros. Respondí que yo me haría acompañar de mi mujer y que la hora me parecía bien. Las seis de la tarde era una hora discreta para encontrarse con un líder político en la clandestinidad, lo mismo que practicaban también los otros dirigentes de la Dirección del movimiento. Miguel Henríquez estaba ya instalado en un lugar un poco alejado del mesón del bar, alumbrado por una luz tamizada que convenía bien a la discreción que se imponía. Bebía un jugo de fruta o de tomate, no recuerdo bien, y después de saludarnos nos preguntó lo que queríamos beber. Mi mujer por su lado pidió un jugo y yo una cerveza.

Comentamos los últimos acontecimientos y luego Miguel Henríquez fue al grano. Dijo que había muy fuertes posibilidades de que Allende triunfe en las elecciones, sobrepasando en votos al candidato demócrata cristiano y al candidato de la derecha y que a partir de ese momento Allende entraba en una situación difícil para su seguridad personal y que el MIR, a pesar de su abstención en el proceso electoral, estaba en condiciones de ofrecerle una protección personal segura. Sin estados de alma, Miguel prosiguió diciendo que esta actitud del MIR podía ser tachada de oportunismo político pero lo que importaba era la suerte final del proceso revolucionario al servicio del pueblo. Me dijo que ya el MIR estaba en conversaciones con Allende y que en principio éste estaba de acuerdo en aceptar la ayuda del MIR, organización que se manejaba bien en aspectos que tenían que ver con la seguridad y la inteligencia. El posicionamiento del MIR, según lo enunciado por Miguel, era caminar hacia el desbordamiento del proceso reformista de Allende

Me dijo que la operación era delicada, porque iba a suscitar la desconfianza, la crítica y el resquemor de los partidos y militantes de la Unidad Popular, los cuales veían al MIR con malos ojos, principalmente el Partido Comunista. Agregó que el grupo operativo que iba a asumir la responsabilidad debía presentarse con una imagen de solidez, de experiencia y de seriedad como para neutralizar a los potenciales críticos. La Dirección había decidido plantearme a mi, si yo podía estar presente en el grupo que se estaba constituyendo y que era compuesto de gente desconocida para mi, excepción hecha de Max Marambio, el jefe operacional del grupo por constituirse, quien venia llegando directamente de Cuba después de haber hecho sus estudios normales en la Isla y sobretodo habiendo recibido formación militar estilo comandos.

Miguel agregó que como persona mayor que yo era ( había un desfazaje de 15 a 20 años con los componentes del grupo ) que tenia una historia política detrás mío y que gozaba de la confianza de los cubanos, fuera de que  además tenia el estatus de profesor de la Universidad de Chile, él me veía  como jugando el rol de una suerte de moderador político ( evitaba decir comisario político )…Le hice algunas preguntas para tener mas claridad sobre el tema de las relaciones que iban a establecerse entre el MIR y el presidente electo, no asi con la Unidad Popular al interior de la cual el Partido Comunista no quería saber nada con el MIR como lo he dicho en otra parte.  

De verdad la proposición de Miguel Henríquez me sorprendió. Hasta allí, yo me veía como siendo capaz de cumplir muchas tareas y explorar muchos campos de actividad política pero de allí a concebir un rol que venia a ser como de guardaespaldas de un personaje político, había un espacio sideral. Le dije que lo iba a pensar, que en todo caso yo no me veía ninguna vocación para ejercer tal función durablemente y que al día siguiente le daba mi respuesta.  

En la noche discutimos el tema con mi compañera, yo veía bien el interés del MIR de asegurar una buena imagen para el equipo de seguridad del Presidente, veía también la constitución del equipo como una manera de garantizar una alianza política sui generis que podría ser beneficiosa para la organización, pero creo que mi decisión la tomé mas bien considerando la presencia de Max Marambio como jefe operacional del equipo. Yo conocía bien a su padre, el diputado por la provincia de Colchagua, cacique político del Partido Socialista, hombre de pocas palabras pero de gran eficacia, quien me había invitado luego de mi regreso desde Cuba a visitar su provincia para conocer los trabajos de organización campesina que él impulsaba. Con ocasión de los trabajos de movilización rural del Movimiento Campesino Revolucionario que yo impulsaba en la región central, había, incluso, pasado una alianza política con él en interés del Movimiento Campesino Revolucionario.

Al día siguiente llamé por teléfono a  Miguel Henríquez y le dije que aceptaba participar en la organización y primeros pasos de la guardia personal pero a condición de liberarme a la vuelta de un mes. Tomaba nota de que los primeros pasos del equipo debían ser pasos seguros y que por eso aceptaba. Quedamos en que los miembros del equipo debían concentrarse ( en lenguaje militar habría sido “acuartelarse” ) en una casa de seguridad previamente elegida el día de las elecciones a las 9 de la mañana. La dirección de la casa de seguridad me seria comunicada oportunamente.

Fue asi como el 4 de septiembre de 1973 yo me encontré, en la dirección que me entrego el emisario enviado por Miguel, con algunos compañeros del MIR que yo conocía por sus nombres “de batalla”, como yo mismo tenia el mío, pero además me encontré allí con nuestros interlocutores socialistas designados por el Presidente para tratar con nosotros. De la constitución del grupo y sus tareas. Uno de ellos era el médico personal de Allende, Eduardo (“Coco”) Paredes quien, una vez Allende en el gobierno, iba a ser designado Director General de Investigaciones, otro era un amigo personal de Allende de larga data, hermano del periodista Olivares, destinado a asumir el mando de Vicepresidente de la LAN. El tercer interlocutor era Beatriz Allende, la hija favorita de Allende, casada con Luis de Oña encargado de la antena latinoamericana de la Inteligencia cubana y gestor, junto con Max Marambio, de lo que iba a ser el GAP. Allende tenia en su propia casa a la vez el G2 cubano y el MIR, cosa que no habría dejado de crear un escándalo si hubiera habido por allí una infiltración periodística. A Beatriz yo la había conocido anteriormente en la militancia del MIR y no dejé de sorprenderme de la relación de intima confianza que mantenía con su padre. Al “Coco Paredes” lo íbamos a tratar con cierta frecuencia en todo el mes que siguió. Ellos se retiraron al comienzo de la tarde para seguir la última etapa de la elección.

 

Pasamos toda la tarde “acuartelados” en la “casa de seguridad” esperando los resultados de la elección y nos hacíamos muchas conjeturas sobre lo que iba a pasar con el proceso político si Allende triunfaba efectivamente. Todos teníamos tan poca confianza en el camino reformista que era el de Allende, que en un momento, por hacer una broma, yo dije que como Allende iba a estar en nuestras manos podíamos perfectamente imaginar que lo raptábamos, haciendo pasar el rapto por una acción de comandos de la extrema derecha, y eso provocaría tales reacciones populares que en la confusión nosotros podríamos ganar posiciones y abrir el cauce de desbordamientos violentos. Por cierto, todo el mundo rió de la broma de mal gusto y algunos compañeros agregaron incluso su grano de arena.

Cuando supimos el resultado oficial de las urnas, confieso que yo me quedé pasmado, diciendo para mis adentros que se había abierto un camino sumamente peligroso y que iba a conducir muy probablemente a la catástrofe. Transmití este sentimiento a mis compañeros, los cuales no parecieron sorprendidos aunque si emitieron sus dudas. Este sentimiento, poco a poco, andando el proceso iniciado, se iba a transformar en mi en una convicción profunda. Pero por ahora y en lo inmediato, se abría sobre todo un tenso tira y afloja político lleno de tensiones y de peligros, cuya salida normal, si todos respetaban la Constitución, debería ser la confirmación por el Congreso Nacional del presidente electo, como quien dice la “segunda vuelta” del proceso eleccionario. Nada seguro, sin embargo, en esos primeros días !

Conocida la noticia del triunfo abandonamos la “casa de seguridad” en dos flamantes Fiat para dirigirnos a la búsqueda del candidato - Presidente quien debía dirigirse desde su casa en la calle Guardia Vieja a la sede de la Federación de Estudiantes de Chile, casi frente a la Biblioteca Nacional. Iba a hacer su primera presentación pública en tanto candidato vencedor. Era ya muy tarde cuando llegamos con él a la FECH, talvez cerca de las once de la noche. Había una tal multitud abigarrada en los alrededores del inmueble y en la entrada misma del local que tuvimos bastante trabajo para acceder por la estrecha escalera antigua que llevaba al segundo piso del inmueble de la Federación y empleando fuerza, codazos y algunos puntapiés logramos que Allende llegue sano y salvo hasta el balcón del segundo piso frente a la Alameda, adonde iba a hacer su discurso. Muchos miles de personas se habían reunido entre el cerro Santa Lucia y la iglesia de San Francisco para aclamar al líder triunfante. Por cierto, en torno a Allende, había los principales dirigentes de la UP. Recuerdo haber tropezado en un momento con Luis Corvalán, Secretario General del Partido Comunista, que  se contorsionaba para buscar en el fondo de uno de sus bolsillos una pequeña botella de wisky, bebida que le ayudaba a continuar en pie a pesar de la fatiga de una jornada de espera larga y angustiosa.

Poco después de la medianoche condujimos Allende a la casa de uno de sus amigos, antiguo ingeniero de Obras Públicas, adonde iba a reunirse con su equipo de campaña y luego iba a pasar allí la noche. A este propósito, tengo que decir que, por medidas de seguridad impuestas, se decidió que pocas veces Allende iba a dormir en su casa de Guardia Vieja durante este periodo de interregno. Durante el día, por el contrario, hacia de su casa su cuartel general, allí recibía a su amigos y colaboradores y también atendía las audiencias de las personas que querían entrevistarse con él. La responsabilidad de saber quien era el solicitante de la audiencia cuando el personaje no era de relieve publico y si el tema que quería tratar con el Presidente electo merecía atención era principalmente responsabilidad del GAP. La primera noche de nuestra función de protección iba a proseguirse hasta tarde. El amigo que había recibido y prestado la casa para el Presidente electo esa noche, poseía en realidad una verdadera mansión, la sala de recibo amplia y magnifica y las dependencias cubiertas de gruesas alfombras y en los muros colgaban cuadros de gran valor. En el subterráneo, toda la enorme superficie estaba destinada exclusivamente a las diferentes unidades de la cocina y a un comedor familiar de lujo, pero esa noche no había allí ninguna actividad todo y debíamos como todo el mundo conformarnos con un par de sándwiches.

Nos ocupamos de instalar la guardia en las dos puertas de acceso a la mansión y los otros nos fuimos al salón, donde se encontraban junto a Allende otros personajes, entre ellos el tesorero de la campaña, de cierta manera un hombre de la sombra, un señor de gran gordura e imponente de apellido Claro, no recuerdo su nombre de pila pero sí su imagen, inconfundible porque se asemejaba sorprendentemente a la conocida y poco agradable estatua de Budha. Esa noche hubo rendimiento de cuentas de la campaña del estado de las finanzas y del estado general de las finanzas. Estaban también allí Jaime Suárez, futuro Secretario General del Gobierno, el “Coco” Paredes médico y encargado de su seguridad, su edecán naval amigo personal, entre otros. Recuerdo que nos saludamos con Jaime Suárez riéndonos del rol bien diferente que cada uno estaba jugando, yo lo conocía bien porque éramos ambos profesores del Instituto Pedagógico. Esa noche él iba a dormir en lecho normal y yo por tierra, es decir en saco de dormir instalado sobre una de la gruesas moquetas de la mansión, como el resto de mis compañeros.

Al día siguiente, hacia las nueve de la mañana nos dirigimos a la calle  Guardia Vieja donde tenia su vivienda el candidato vencedor. Se nos instaló en un ala del inmueble donde había una sala con grandes ventanales, la casa se abría hacia un largo patio interior con una salida a una calle transversal que pasaba al fondo. Descubrimos también en nuestra investigación obligada para asegurar la protección del Presidente electo, que había una puerta lateral por el lado derecho, mas o menos en la mitad del patio. Era una puerta un tanto inexplicable puesto que estaba instalada casi en el centro de un largo y alto muro de separación de la casa de Allende con los edificios vecinos. La puerta abría la comunicación con el inmueble de varios pisos situado frente al patio y que daba a la calle que se llamaba, si mal no recuerdo, Jorge Isaacs. Como nuestra responsabilidad era de tomar todas las medidas de seguridad para Allende, nos interesaba saber a donde conducía y averiguando nuestra información se completó : la puerta favorecía la relación entre dos familias amigas, o mas estrictamente, facilitaba las relaciones de amistad que Allende mantenía con los esposos Ropert y mas particularmente con la esposa Miria Contreras, conocida en el circulo de amigos de Allende como la Payita. Esta última se había convertido en el curso de la campaña en su colaboradora íntima, llevaba la agenda del Presidente electo y todos se referían a ella como una organizadora eficaz.

En apariencia, las relaciones de Allende con su propia esposa no eran muy afectuosas desde hacia bastante tiempo y entre ellos apenas se soportaban, situación que era conocida por los amigos y allegados. De acuerdo con lo que llegó a nuestros oídos algo parecido pasaba entre la Payita y su marido. Fuimos también testigos del clima de tensión que la presencia de la señora Tencha, esposa de Salvador Allende, creaba en la casa de Guardia Vieja toda vez que su marido estaba presente. Ruido de puertas que se cerraban a grandes golpes, frases lindando con la histeria, pronunciadas en los pasillos…  Por el simple hecho de estar a cargo de la seguridad personal de Allende, sin quererlo deliberadamente, nosotros nos enteramos de esos detalles familiares que no incumbían mas que a los propios interesados.

Allende había sido visto llegando a su casa de Guardia Vieja al día siguiente de su triunfo y a los dos o tres días después empezó a agruparse gente delante de la casa, unos esperando verlo simplemente y aplaudirlo mientras que otros estaban allí buscando la posibilidad de una entrevista con el Presidente electo. En el curso de esa semana Allende decidió conceder audiencia a personalidades y a personas que tuvieran un motivo justificado. A estas ultimas se les pidió que hicieran, cola delante de la puerta. De los que llegaron a la cola en el primer día, la mayoría presentaba su tarjeta de visita, eran hombres políticos o personajes de diversos sectores de actividad que no tenían acceso al teléfono personal del Presidente electo. En la mañana del primer día de audiencia, yo estaba a cargo de la puerta de calle para recepcionar las tarjetas de visita y después hacer el chequeo para seleccionar las que deberían llegar a manos de Allende.

Yo tenia entera libertad para practicar una suerte de filtro de las personas que convenía que sean recibidas por el Presidente electo, de manera que unas tarjetas pasaban a su escritorio y las otras iban directamente al basurero. Me acuerdo haber hecho pasar, entre otros, a Alejandro Hales, Carlos Contreras Labarca y a algunos personajes del Partido Radical. En eso estaba cuando de repente diviso con sorpresa a alguien que yo había conocido hacía unos quince días. Se trataba del rector de la Universidad Católica del Norte, con sede en Antofagasta. El me conoció y por cierto se sorprendió un poco, nos saludamos y pensé que no era indispensable preguntarle para qué quería ver al Presidente electo y le dije que su carta de visita sería vista por el destinatario. Para ir rápido : el Rector tuvo su entrevista con Allende, fue bien acogido en apariencia y en las semanas que siguieron a la investidura presidencial fue comisionado como embajador itinerante para todas las relaciones, negociaciones y acuerdos de cooperación con las Universidades del bloque comunista. ¿Apitutamiento?, ¿Cartas en la mano? ¿Propuesta imaginativa?...

El Presidente electo tenia una agenda diaria nutrida y sus jornadas eran largas, prolongándose en esos días hasta pasada la medianoche. Los desplazamientos con él se hacían generalmente en la tarde y muchos en la noche según las visitas o entrevistas programadas. Cuando se trataba de encuentros con políticos o reuniones con sus colaboradores mas próximos lo acompañábamos hasta los sitios mismos del encuentro, pero a veces las entrevistas estaban llenas de misterio, pues su escolta no tenia acceso a la dirección precisa y el equipo se quedaba apostado en el barrio, de la manera mas disimulada posible. Recuerdo que una noche, con Max Marambio nos quedamos apostados con nuestro Fiat último modelo, que Max manejaba con el placer que puede imaginarse de esos choferes entrenados para operaciones de comando, a alta velocidad y dispuestos a superar cualquier obstáculo. Buscamos estacionamiento en una calle de la parte alta de Providencia, donde había un pequeño parque al cual daban diversas casa muy lujosas. Habíamos dejado a nuestro protegido en una calle transversal a Providencia y debíamos esperarlo hasta que él nos llame por teléfono.

Al frente de nosotros había una mansión con muchas puertas -ventanas vitradas que daban al jardín antepuesto a la calle, lo que nos permitía ver que al interior se realizaba una reunión social con muchos concurrentes. A pesar de haber estacionado del otro lado del parquecito, del interior de la mansión se dieron cuenta de nuestro estacionamiento y de nuestra permanencia en el vehículo y nos dimos cuenta que nos vigilaban. Después de una media hora de este ejercicio recíproco, de la casa salió una señora, tal vez la dueña de casa o alguna invitada que tenia mas coraje y se dirigió a nosotros interrogándonos qué hacíamos allí a esa hora de la noche. Claramente le dijimos que acompañábamos al Presidente electo que estaba de visita en una casa vecina y que esperábamos que nos llame para recogerlo. La dama era una señora de la burguesía y evidentemente se veía que era presa de una gran inquietud.

Por su interés en saber un poco mas de ese mundo “comunista” que según todas las probabilidades iba a acceder al poder por la via electoral, nos interrogó sobre diversos puntos para tratar de saber hasta adónde Allende y los comunistas estaban decididos a llegar con su política. Nos confesó que su familia y sus amigos próximos estaban con un gran miedo. Tratamos de tranquilizarla diciéndole que el miedo a los comunistas no tenia sentido y que Allende seguramente iba a neutralizar a los extremistas. Para qué asustarla mas todavía, parece que nos dijimos ambos sin cruzar palabra, diciéndole lo que en verdad nosotros pensábamos de la evolución del proceso. Esta conversación tenia lugar en plena calle a las 11,30 de la noche entre una dama de la burguesía y nosotros, los extremistas. Nunca antes visto ni imaginado !

Nuestro protegido estaba en verdad haciendo una visita íntima, como otra a la cual me tocó también escoltarlo, en la calle Londres, en un número que no recuerdo, detrás de la Iglesia de San Francisco. Esperamos allí hasta la una de la mañana. Allende, en la ocurrencia, era un personaje que  correspondía perfectamente a la fama de que gozaba en el ambiente politico, en realidad era un “picado de la araña” para decirlo en lenguaje popular y tenia todos los atributos de un seductor y de un bon vivant, apreciado por las mujeres por su simpatía y caballerosidad. Era un aspecto que me parecía mas bien simpático de su personalidad…

Rápidamente, a pesar del ir para allá y para acá con nuestro hombre, yo me di cuenta que nuestro trabajo era una rutina fatigante y a la vez rutinaria, a pesar del esfuerzo que significaba permanecer siempre vigilante y observar el menor signo de peligro o de maniobra sospechosa en nuestro espacio de visibilidad, en esa época no existía ningún apoyo electrónico para ese tipo de tareas. El viaje a Valparaíso, ciudad donde el candidato electo hizo su segunda aparición en público, frente a una gran concentración de partidarios, se hizo muy rápidamente, y para mi fue como una escapada en busca de oxigeno. Lo delicado fue sobretodo estudiar “la situación operativa” en torno al sitio en que iba a pasar la concentración popular, porque no éramos porteños y no sabíamos como iban a ser las reacciones de los habitantes frente a nuestras demandas para observar desde un segundo o un tercer piso si en ese sitio convenía instalar un vigía u observador. Allende hizo su discurso bien tarde, como a las once de la noche, si me recuerdo bien, después de haber discutido largamente en la tarde con políticos locales y los dirigentes que lo acompañaban.

Con dos compañeros mas, estuvimos encargados de vigilar el espacio posterior del escenario desde donde Allende hablaba, ojeando para todas partes, observando las sombras que se movían, escuchando los ruidos saliendo de lo ordinario, todo ello debajo de unas altas estructuras de acero que no recuerdo bien a qué correspondían. De lo que me acuerdo bien es que era una noche de viento sur fuerte, que entraba por debajo de las estructuras y calaba los huesos y que lo único que queríamos los tres apostados allí, era que la concentración se termine pronto, pero Allende, quien estaba en plena exaltación, no terminaba nunca… 

A partir de allí, yo no deseaba otra cosa que el mes prometido a Miguel Henríquez se termine pronto, tanto mas que tenia muchas otras ocupaciones por delante. No me acuerdo si llegué al mes, porque muy pronto la presión del Partido Socialista se hizo muy fuerte para que el aparato de seguridad sea integrado también por componentes de su Comisión Militar. El MIR debió compartir la composición del GAP con militantes socialistas. 

 

 

 

 

 

 

 

SKETCH MAPUCHE EN LAUTARO

En el otoño de 1971 la movilización mapuche en Cautín estaba en su apogeo y el Gobierno de la Unidad Popular encontraba dificultades para enfrentar una situación muy conflictiva. Numerosos fundos habían sido ocupados por sus trabajadores indígenas, los que, o bien seguían la política de acciones directas del MIR o aprovechaban simplemente la situación conflictiva mas o menos generalizada, que se había instalado en la región desde al año anterior, para reivindicar sus antiguas tierras usurpadas por no mapuches.

El panorama político era todavía mas conflictivo porque los trabajadores de los fundos ocupados, apoyados por los campesinos de las comunidades, habían comenzado a desconocer la política oficial destinada a proteger las organizaciones sindicales bajo el control de los partidos de la UP y habían comenzado a organizar asambleas o congresos en todas las comunas con la idea de crear Consejos Comunales revolucionarios.

Habiendo trabajado la cartografía de las movilizaciones rurales y sobretodo el potencial de reivindicaciones acumulado en la Araucania, yo y un compañero economista de la CORFO, logramos convencer al Vicepresidente del INDAP de plantear al presidente Allende, sobre la base de una argumentación seriamente trabajada, el interés de trasladar hacia Cautín el Ministerio de la Agricultura, y tal vez otras instituciones afines, para estar cerca de la zona de conflicto y tomar resoluciones adecuadas y oportunas con vistas a evitar en lo posible que las situaciones conflictivas se eternicen. De todas maneras, la burocracia es la burocracia y no se podía ser muy optimista. Sobre todo, teniendo en cuenta que las situaciones difíciles se multiplicaban bajo el impulso de los activistas radicalizados de los partidos de izquierda.

El MIR no perdía su tiempo y concentraba muchos esfuerzos en Cautín. Para reforzar todo ello y analizar el proceso político mas general, la dirección decidió organizar una Conferencia Nacional en uno de los fundos ocupados en la comuna de Lautaro. El fundo se llamaba “Camilo Torres”, en homenaje al guerrillero-cura colombiano y su ocupación había sido realizada con bastante violencia, siendo uno de los casos que hacía mas escándalo en la prensa regional y nacional. Por lo mismo los trabajadores tomaban muy en serio su preparación para-militar y montaban permanentemente la guardia. Talvez por la misma razón el sitio había sido elegido para el evento nacional del MIR, evento que debía ser clandestino pues los dirigentes eran buscados por la policía, acusados de expropiaciones a bancos y otros actos “revolucionarios”. Con el compañero que el MIR había puesto a mi disposición en mi puesto de consejero del Vicepresidente del INDAP para trabajos de organización y movilización campesina llegamos tres días antes a la región para tener algunas ideas precisas sobre los casos mas conflictivos existentes en algunas comunas, en particular en Lautaro y en Nueva Imperial. Habíamos tenido la oportunidad de conversar con el gobernador de Lautaro y como veníamos de INDAP nos presentamos mas bien bajo el perfil de mediadores en los conflictos para encontrar soluciones. El gobernador era un antiguo militante comunista, hombre de una cierta cultura, honesto y riguroso y deseoso de servir la causa de los mapuches y trabajadores rurales, de manera que nos entrego información y nos dio contactos útiles para realizar nuestra actividad de mediación.

Al día siguiente tenia lugar la Conferencia del MIR y nos dirigimos hacia el fundo “Camilo Torres” pero cuando llegábamos al lugar nos dimos cuenta que en el camino, frente al portón de entrada a la propiedad, había un gran despliegue de vehículos y de personas que se aprestaban a aproximarse a la entrada. En realidad se trataba de un alto funcionario de la FAO acompañado del gobernador de Lautaro y de un pequeño séquito y de varios periodistas que venían a visitar el fundo cuyo nuevo nombre era tan bullado. El gobernador nos dijo que ya habían hecho esa mañana dos tentativas de parlamentar con los ocupantes para que les permitieran visitar la explotación y conversar con los trabajadores de sus problemas y de las causas de la ocupación, sin resultado alguno, pues los interlocutores decían que iban a ver a los responsables y después no pasaba nada. Habían muchos indígenas alineados en tres filas en la avenida que se abría a partir del portón de entrada, los que se ejercitaban en el manejo de lanzas de copihue y hacían pasos de marcha, giros y otros movimientos de tipo militar al mismo tiempo que lanzaban consignas revolucionarias y gritos contra las autoridades seguidos de vivas al Movimiento Campesino Revolucionario, el brazo rural del MIR.

Nosotros habríamos podido entrar pues teníamos la consigna del día, pero los visitantes no perdían las esperanzas de convencer a algún dirigente de dejarlos entrar y recorrer el fundo y estaban decididos a insistir desde el camino, con lo cual la situación no dejaba de ser peligrosa para los asistentes a la Conferencia Nacional que había comenzado temprano sus trabajos. Decidimos jugar otra carta, en vez de entrar nosotros solos dejando a los otros en el camino. Ofrecimos nuestra mediación al gobernador y a sus acompañantes, les dijimos que nosotros, como veníamos enviados desde Santiago por la Vicepresidencia del INDAP íbamos a parlamentar y a lo mejor obteníamos algún resultado positivo. Nos aproximamos al portón y en voz baja les dijimos a los dirigentes que allí se encontraban que lo mas conveniente para la seguridad de los asistentes a la Conferencia, reunidos en un galpón un poco alejado de las casas patronales, era que nos echen también a nosotros dos y a todos los demás, que no querían saber nada con los de Santiago, ni con INDAP, ni con el gobernador, ni con nadie y que mejor nos vayamos porque de otra manera podía pasar cualquier cosa. Nosotros volveríamos para participar en la Conferencia pero cuando el camino estuviera despejado.

Entendido el sentido de la maniobra, los compañeros mapuches no demoraron ni un minuto en empezar a insultarnos, a recoger piedras y a simular que nos las iban a lanzar, al mismo tiempo que repetían sin cesar ¡Que se vayan, Que se vayan !... No queremos ni funcionarios ni visitantes extranjeros ni tampoco autoridades, solo queremos hablar con el Vicepresidente de la CORA para que apure la expropiación! Detrás de los que estaban en primera linea, unos cuarenta indígenas se pusieron en formación militar en tres hileras y armados todos de una lanza de quila empezaron a realizar ejercicios propios de la disciplina militar, marcar el paso, girar en un sentido y en otro, presentar armas, etc., todo ello acompañado de gritos estentóreos siguiendo el ejemplo de uno que hacia de instructor. Todo este despliegue escénico no dejó de impresionarme a pesar de que yo sabia que la puesta en escena de manera teatral es propia de muchos pueblos autóctonos de tradición guerrera, que yo mismo había tenido oportunidad de observar en otras oportunidades en tierras mapuches, como un par de años mas tarde observaría también en tierras de los Shuars (jíbaros) en Ecuador.

Lo cierto fue que la demostración de rechazo estuvo de tal manera bien realizada que el gobernador y sus acompañantes llegaron a la conclusión que no tenia sentido continuar intentando ser recibidos en el “Camilo Torres”. Nosotros, por nuestro lado simulamos que también abandonábamos el intento, nos despedimos de ellos y nos aprestamos a seguir la comitiva del gobernador, al menos hasta uno de los primeros desvíos de la carretera.  …….

Con el gobernador de Lautaro, yo tuve la oportunidad de comentar ese incidente cuando nos encontramos como refugiados políticos en la embajada de Francia, a fines de 1973. Le expliqué la estratagema a la cual habíamos tenido que recurrir para evitar la puesta en peligro de la dirección del MIR y por cierto le presenté mis excusas. En realidad por su reacción me di cuenta que de alguna manera había sospechado que algo raro pasaba en ese fundo, pero dejó pasar la ocasión de rediscutir el tema con nosotros. A pesar de la posición oficial de su partido, había visto mas bien con mucha comprensión las demandas y también las acciones directas del MIR, porque ese proceso estaba transformando la situación insoportable de explotación y de discriminación que sufrían los indígenas. Por eso rehusaba sistemáticamente el empleo de la fuerza publica para desalojos o simplemente para amedrentar a los activistas de las ocupaciones de fundos.

Yo había viajado anteriormente a Temuco, donde ya se encontraba mi inseparable compañero Yagüe (nombre tomado del combatiente republicano español), tomé el tren nocturno en la estación central de la Alameda y desembarqué a las 7 y 30 de la mañana para encontrar al Vicepresidente del INDAP y tratar de convencerlo de la línea política que me parecía la mejor a seguir en la provincia de Cautín : la necesidad de echar por la borda el decreto 480 del ministerio de Agricultura, que el ministro Chonchol se afanaba en defender. El estado organizacional de la población rural en la provincia era muy pobre, apenas el 12% de la población activa agrícola estaba sindicalizada y el dicho decreto entregaba el monopolio de la representación provincial a los sindicatos que eran controlados por los partidos de la UP. El MIR, naturalmente, tenia interés en quebrar la validez del decreto para legalizar su propia fuerza y tener asi derecho al financiamiento de sindicatos qué él estaba en condiciones de organizar. Las discusiones con el Vicepresidente y sus consejeros del Partido Socialista se prolongaron a lo largo de dos noches para convencerlos de que ellos también podían avanzar mas rápidamente trabajando en alianza con el MIR por la organización de Congresos Comunales Campesinos.

Una vez lanzada la nueva consigna, los recursos del INDAP (camionetas, promotores rurales, y dinero principalmente) fueron movilizados para asegurar la mas amplia participación de los campesinos en tales congresos. Con ello, efectivamente el panorama organizacional provincial iba a cambiar de manera radical. Situaciones conflictivas que se arrastraban a lo largo de los meses tuvieron asi un tal apoyo que la CORA se vió obligada a acelerar el ritmo de las expropiaciones en Cautín y por cierto allí encontró solución provisoria el prolongado conflicto de los Mapuches que se habían apropiado del fundo que ellos llamaron “Camilo Torres” en la comuna de Lautaro.

 

EN EL DESIERTO

A fines de 1970 yo estaba contratado con medio tiempo como investigador en el Instituto de Geografía y como profesor de geografía agraria en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Desde hacia un año el clima de efervescencia había ganado las aulas universitarias y el exceso de asambleas y huelgas parciales hacía muy difícil el trabajo universitario y muchos profesores resentían no poco malestar. El conflicto no era solamente por un reforma universitaria sino que se agregaban muchas otras reivindicaciones que eran de carácter político y que no podían tener satisfacción sino con un gobierno de izquierda. Por ejemplo la reforma del sistema educacional buscando crear un “escuela única”, tema que iba a ser abordado mas tarde bajo el gobierno de Salvador Allende.

No era el caso en este periodo de gobierno de la derecha tradicional y el conflicto se eternizaba. El asambleísmo concitaba el populismo de ciertos sectores universitarios y el ambiente que se respiraba era para mi muy decepcionante. Sencillamente era imposible trabajar seriamente. Estaba pensando en la manera de escapar a aquello cuando un amigo mío, Salvador Dides, historiador en el mismo Pedagógico, me dijo que partía a Antofagasta contratado por la Universidad Católica del Norte y que estaba a la búsqueda de un geógrafo para formar un equipo capaz de enfrentar la crisis de una carrera de historia y geografía en la Universidad. Me interesé de inmediato, le dije que yo era su hombre y concertamos una entrevista con el Rector con ocasión de su próxima estadía en Santiago.

La entrevista tuvo lugar en el curso de la semana siguiente y fui aceptado para ir a Antofagasta un mes mas tarde y firmar mi contrato. Inmediatamente después de esta entrevista volví a encontrar al Rector, esta vez de manera completamente inesperada, cuando me encontraba, como miembro del grupo de seguridad, encargado de la recepción de solicitudes de entrevista con el candidato vencedor de las elecciones, Salvador Allende. Nuestro Rector se presentó en Guardia Vieja una mañana y se incorporó a la ya larga fila que se había formado frente a la casa del presidente electo. Cuando llegó a la puerta, me reconoció inmediatamente, intercambiamos dos palabras y yo le recibí su tarjeta asegurándole que la iba a hacer llegar sin tardanza a manos de Allende. ¿Porqué estaba yo allí?, es algo que explico en otra de estas breves historias. Pero es interesante que me detenga un momento sobre este segundo encuentro porque me parece que la parte anecdótica refleja bien la manera como en la política funcionan las personas y se encadenan las cosas para terminar creando malentendidos y también complicidades.

Yo había tenido una entrevista con él en Santiago a propósito de un contrato de trabajo en su Universidad. El Rector tenia un conflicto difícil de resolver: la carrera de profesores de historia y geografía estaba en crisis, los estudiantes habían echado a todos los profesores, descalificándolos, y los estudiantes, que no eran numerosos, se habían quedado en el vacío y él se preguntaba qué iba a pasar con ellos, cómo salvar el año de estudios, qué hacer con esa carrera? Para eso me contrataba a mi y a mi amigo Salvador Dides, profesor de historia del Instituto Pedagógico, para ir a Antofagasta, analizar la situación en directo, programar la mejor salida y hacerle un informe sobre el futuro de la carrera. Íbamos allí a hacer equipo con Lautaro Núñez, el conocido arqueólogo chileno, premio nacional de Historia.

Cuando les di la noticia a algunos de mis colegas que me iba al norte, se quedaron mas que sorprendidos estupefactos. Una colega comunista, historiadora, con la cual mantenía buena relaciones, al escucharme me dijo “pero estás loco, ¿cómo vas a abandonar la Universidad de Chile para irte a una Universidad de provincia y mas aun, a una Universidad privada y católica?”. Su opinión demostraba que estaba muy lejos de imaginar que se podía existir como estudioso y profesor fuera de la Universidad de Chile, que eso dependía de la persona misma, y por otra parte demostraba que la crisis por la cual pasaba la Universidad desde hacia ya un par de años no había creado inquietudes mayores al interior de una cultura universitaria considerada como intocable. Dije que de todas maneras yo me iba al desierto, que estaba cansado de la demagogia y del populismo en torno a la llamada “reforma universitaria” y que además en el norte iba a tener las manos y la cabeza libres para desarrollar las cosas que me interesaba realizar.

Pasado el mes acordado con Miguel Henríquez, abandoné mis tareas en el GAP, me dispuse a viajar a Antofagasta y pedí a la administración de la Universidad del Norte que, dada la difícil situación de encontrar arriendos en Antofagasta, tratasen de conseguirme un estudio o pequeño departamento para alojarme y poder instalarme en la ciudad. A los dos o tres días recibí una carta del Director Administrativo diciéndome que no me preocupara en absoluto, que la Universidad iba a ocuparse de mi y que avise cuando iba a viajar y por qué via, para recibirme y llevarme a Antofagasta.

Cuando llegué a Antofagasta, en el aeropuerto me esperaba un chofer que me condujo al gran hotel de Turismo (frecuentado por turistas extranjeros, por gente rica y por los americanos ligados a la gran minería) equivalente a cuatro (o cinco) estrellas de hoy, que estaba localizado en la costa, a caballo sobre el mar. Yo me quedé sorprendido, naturalmente, y dije al chofer que me parecía que había un mal entendido pues la Universidad me iba a instalar en un departamento en la ciudad. Me contestó que tenía orden de instalarme en ese Hotel y que después vea eso con la Universidad. Me dijeron en la Universidad que hasta allí no habían encontrado nada para mí en la ciudad e insistieron en que no me preocupara, que los gastos corrían por cuenta de la administración y que me quede en ese hotel mientras aparece algo. Yo estaba molesto porque en esos ambientes yo puedo pasar un día o dos pero nada mas. Pasaron quince días y cansado de preguntar y presionar a la administración decidí tomar el toro por las astas y ponerme yo mismo a buscar un albergue. Lo encontré, pero había  pasado un mes en un hotel de lujo pagado por la Universidad.

¿Qué había sucedido? Yo no sé, solo puedo imaginarme. Es difícil explicar el gesto de la Universidad hacia un simple académico sin mayores conexiones universitarias y sin respaldo político o religioso, mismo si yo gozaba de un buen CV, sino como un malentendido del Rector, quien seguramente creyó después de su visita a Guardia Vieja que yo pertenecía al círculo de los íntimos de Allende o en todo caso era alguien que gozaba de la entera confianza del Presidente electo. En vez de un militante del MIR que hacia parte de su guardia personal. Yo me imagino que esta interpretación fue la que le hizo dar orden a su administración de atenderme como a alguien próximo del Presidente electo e instalarme en el Hotel de lujo de Antofagasta. Sin que esta operación tenga nada que ver con las decisiones de Allende, lo cierto es que al mes de acceder al gobierno el Presidente atribuyó al Rector Campos el puesto de Comisionado Especial para las relaciones universitarias de Chile con las Universidades de los países comunistas. Digamos que nuestro Rector  fue propulsado de un golpe a tareas de tipo internacional, con todo lo que eso significaba en términos de prestigio, salarios, viáticos,  conexiones útiles, tratamiento especial, etc.

Pero volvamos a las funciones para las cuales habíamos sido contratados. La carrera de historia y geografía no tenia bases sólidas para desarrollarse en Antofagasta, el número de alumnos que captaba era muy escaso y luego, fuera del arqueólogo e historiador Lautaro Núñez, no había mas profesores de nivel universitario. Mi idea fue que había que cerrar definitivamente la carrera y que la propuesta que deberíamos hacer al Rector era la creación de un Centro de Estudios del Desierto, región cuya historia y problemática de futuro estaba hasta ese momento muy poco abordada por especialistas. A él se irían incorporando poco a poco diversos especialistas, dejando a la Universidad libre de la presión de una carrera de licenciatura como la que íbamos a cerrar. Pero para ese Centro de Estudios debía darse un soporte documental que no existía en el Norte y que entonces la urgencia estaba en montar un Centro de Documentación del Norte, destinado a ayudar y nutrir la investigación. Para comenzar, la base de documentación en arqueología, gracias a Lautaro Núñez, era relativamente importante pero había que desarrollar la base para ponerla al servicio de las otras disciplinas, la especialista en documentación existía en la Universidad y era cosa entonces de definir y armar el financiamiento de un proyecto. Nos pusimos al trabajo y creamos el proyecto, incluido el plano de la construcción inmobiliaria indispensable para su instalación, que debía comenzar cuanto antes. El Rector recibió el proyecto y lo aprobó. De manera que en Diciembre de 1970 había comenzado la construcción del local. El Centro de Documentación del Norte, que subsiste hasta, hoy tuvo una larga historia…. 

¿Qué hacer con los estudiantes? Preparamos un plan de liquidación de estudios para los estudiantes del último año de la carrera (que no eran mas de una decena) asegurando así los intereses estudiantiles y resguardando también los intereses de la Universidad. Solo tres o cuatro de esos estudiantes iban finalmente a titularse según supe algunos años después. Los demás partieron a Santiago o buscaron otras soluciones.  Los profesores que se invitaron para la realización del plan venían de Santiago y también de la antena universitaria instalada en La Serena y durante su estadía tomaban a tiempo completo los estudiantes interesados en terminar.

Yo me sentía instalado en el desierto y acostumbrándome poco a poco, yo un originario del sur de Chile, acostumbrado a las lluvias, a los bosques y a los grandes o pequeños rebaños de vacas o de corderos. Poco a poco, en tres meses que frecuenté el desierto, me fui sin embargo habituando y pasé del estado del sureño que al principio no ve nada entre las piedras y los arenales, para quien el desierto es como una naturaleza muerta e insólita al rol del observador deslumbrado, sorprendido y deseoso de saber mas. Encontré que había una vida natural diversificada e intensa, conocí diversos oasis de la región y me interesé en la historia del norte, visité campamentos salitreros abandonados, leí Bermúdez el gran historiador del norte y otros autores especializados en las minas. Empecé a mirar el desierto de otra manera. Me estaba haciendo a la idea de instalarme por un tiempo durable en el desierto, estimulado por mis nuevas sensaciones.

Los fines de semana, una vez nuestras actividades universitarias terminadas, salíamos a reconocer la región, a visitar los viejos campamentos salitreros abandonados o a pescar siguiendo el borde marino. Para esto ultimo el sábado por la mañana temprano nos íbamos Salvador, Lautaro y yo, en excursiones por la Costa, equipados de alimentos para el día, de anzuelos y de carnada para pescar siguiendo los senderos entre los requeríos, caminábamos hasta cinco y a veces 10 Km. y volvíamos a la ciudad a veces con alguna pesca interesante. Otras veces íbamos a los arenales de Las Ventanas donde abundaban los lenguados y otros peces de escaso tamaño. Me acuerdo de las largas y ricas conversaciones a que daban lugar esos paseos, sobre los temas mas diversos, y en particular aquéllas en que interrogábamos sobre el Norte a nuestro amigo Lautaro, seguramente el conocedor mas exhaustivo de la evolución de la población nortina, trayéndola desde la época precolombina hasta nuestro días. Nos hizo conocer algunos oasis, talleres indígenas de trabajo de la piedra antes de los españoles y también ruinas de campamentos salitreros abandonados.

 

Un día que volvíamos de la playa nos tropezamos con un viejo hombre deambulando con su burro tan viejo como él, cargado de cochayuyo, ultimo vestigio de una actividad tradicional en las playas y ciudades nortinas, ultimo empleo de ese animal que en otra época había sido indispensable en el norte para las mas diversas actividades. Reemplazaba en realidad a los bueyes y caballos que en el centro y sur de Chile ayudaban todavía al hombre en actividades corrientes, montar, transportar, arar. La imagen nos provocó una gran emoción y para sobrepasarla, o para cambiar de tema, Lautaro dijo que el viejo hombre y su burro le hacían recordar una historia de su infancia en Iquique. Ella será contada en otro lugar, quiero solamente decir que me pareció una alucinante expresión de imágenes que talvez sólo los deslumbramientos del desierto pueden producir.

 

Sin embargo las buenas cosas no duran y los sueños a veces se interrumpen bruscamente. Los tiempos en Chile no estaban para la tranquilidad de los estudiosos. La política, ese bichito que me había habitado casi desde niño, me llamaba de nuevo al centro y al sur del país. Del desierto he guardado todo el apetito despertado y de las relaciones humanas establecidas en el norte la amistad inapreciable y duradera de Salvador Dides, profesor brillante, critico y ameno.

 

2006

 

Salvador Allende, narcissisme, crise et faillite de la gaucher chilienne des années 1970[1]

 

Au-delà de l’abondante littérature fortement idéologisée concernant l’histoire de l’Unité Populaire des années 1970-1973, il y a heureusement aujourd’hui quelques travaux effectués avec rigueur et impartialité qui contribuent à éclairer d'importants espaces de la complexité des situations sociales et politiques de cette période mouvementée de l’histoire chilienne. Malgré tout, on peut encore établir un répertoire non négligeable de sujets "en attente" d'être abordés ou d'être soumis à des approches interprétatives sous différents regards disciplinaires. Parmi eux: Qui étaient les acteurs décisifs de la radicalisation politique? Quel était le type de socialisation politique des militants des partis de gauche? Quelle fut l’attitude des directions et des militants face à la perspective d'une confrontation armée? Pourquoi, tout en impulsant la lutte de classes, ils ne se posèrent jamais l’éventualité de la guerre populaire? Quel a été le rôle des "acteurs culturels" dans l'exacerbation politique (mass médias, musique populaire "engagée", peinture murale)?, et encore bien d'autres ...

Il s’agira ici des acteurs responsables de la radicalisation politique et de la mobilisation révolutionnaire des masses populaires pendant le gouvernement de Salvador Allende et plus précisément des positions assumées par le président lui-même. Il me semble que la question des responsabilités politiques des principaux acteurs de la gauche dans la confrontation sociale qui a eu lieu entre 1970 et 1973 reste un domaine peu fréquenté. Il ne s’agit pas, bien sûr, d'établir une quelconque culpabilité historique ni d'entamer des jugements personnalisés puisque, comme on le sait, tout processus historique est le résultat d'une diversité d'acteurs et d'une grande variété et complexité de facteurs et circonstances. Mais cela ne peut signifier faire fi du fait que dans tous les processus sociaux et politiques, démocratiques ou révolutionnaires, il y a toujours des hommes politiques responsables de premier ordre et il convient d'aborder le sujet tout en tentant d’aider à mieux comprendre certains passages d’une histoire encore assez dans la brume. Suivant cette logique, cet article n’envisage pas de rentrer dans le domaine des initiatives et des actions de l’opposition de droite ni de celles du gouvernement américain par l’intermédiaire de la CIA, d’autant plus que l’auteur considère que l’efficacité de celles-ci furent largement favorisées par les conditions créés par la propre Unité Populaire.

L'interrogation majeure est celle-ci : comment un gouvernement de gauche, ayant un programme réformiste de transition démocratique au socialisme qui représentait en quelque sorte la continuité du populisme distributeur des présidences précédentes s’est laissé déborder par l'extrême gauche et termine naviguant à la dérive, avec un État ingérable en pleine décomposition, sur une société convulsionnée par la lutte de classes et soumise au déclenchement des passions et  de la violence?

C’est vrai, l'Unité Populaire (UP) avec ses promesses de réparation d'injustices, d’amélioration des conditions d'alimentation, de logement, de prévision, de santé et d'éducation pour tous, signifiait une radicalisation des populismes traditionnels et ouvrait de vastes espaces pour l'expression populaire des revendications. Les mobilisations sociales pouvaient êtres envisagés soit suivant la politique et l'action gouvernementales, soit en s’écartant éventuellement de celle-ci, en tout cas, avec des degrés divers d'intensité probable. Le gouvernement d’Allende, dans son propre intérêt, devait nécessairement compter sur ces prévisions et se préparer à trouver manière de leur faire face.

Quant à la stratégie économique, bien que la nationalisation des exploitations minières comptait sur un large consensus politique, il en était autrement pour l'intégration des monopoles industriels stratégiques au "Secteur de propriété sociale", ainsi que pour l’expropriation des grandes entreprises de la distribution, du commerce extérieur et de l'activité financière. Il s’agissait là, au contraire, de domaines exposés à risques et l’on pouvait s’attendre à des situations très conflictuelles, mais, comme rien n’était spécifié ni soumis à calendrier précis, on pouvait imaginer leur viabilité politique dans un moyen ou long terme comptant sur des négociations efficaces et sans prétendre d’accélérer les rythmes ni brûler les étapes. Forcément, avancer sur ces dossiers en vue d’une transition à un possible socialisme démocratique était une question de dosage, de prudence et d'audace, mais surtout de la capacité créative des responsables politiques.

La viabilité d'un tel programme a été remise en question autant depuis l'intérieur du gouvernement que depuis l'extérieur par des forces décidées à brûler les étapes, ne laissant pas du temps au réformisme d’assurer les premières conquêtes et de consolider les premiers pas d'une transition qui devait nécessairement être imaginé comme prolongée. Ces forces considéraient l'heure arrivée pour avancer résolument vers la révolution socialiste avec toutes ses implications en termes de changement, non seulement de structures mais aussi de régime politique et institutionnel, sans écarter bien sûr l'éventualité du fantasme "de la dictature du prolétariat". Ces positions étaient propres aux fractions radicalisées du Parti Socialiste et surtout au MIR (Mouvement de la Gauche Révolutionnaire), mais aussi d’autres composants de l’UP (MAPU et Gauche Chrétienne). Ce n'est pas ici le moment de discuter sur le bien fondé ou l'inadaptation de telles postulations aux conditions concrètes du Chili d’alors ni de l’illusion de prétendre passer au socialisme dans un bref délai historique. Je me limiterais à faire une allusion à deux faits de la plus grande importance. Primo, personne n'a été, ni avant ni après le triomphe de Salvador Allende, intéressé à la constitution d'un parti unique de la révolution, ou au moins à donner une conduction unique à la coalition de gauche, seule garantie jusque là connue pour la prise révolutionnaire du pouvoir par la classe ouvrière et d'autres forces populaires. Secundo, les partisans de la révolution maintenant! sous estimaient la puissance et surtout la cohésion des forces armées solidement structurées, hautement hiérarchisées et modernisées en technologie militaire et en renseignements, préparées psychologiquement depuis un bon moment pour mener une lutte victorieuse contre l'"ennemi intérieur" (le communisme). Deux de leurs caractéristiques s'opposaient à toute élucubration prétendant que les forces armées accepteraient l'installation dans le pays d'un système socialiste révolutionnaire: son prestige légaliste, qui venait d'une relativement longue tradition de respect institutionnel (« les militaires garants de la Constitution ») et la position de classe de la majorité des officiers supérieurs, presque tous  liés intimement par des relations de famille (parenté, mariage) à la bourgeoisie. La prétention d'installer dans un court terme une dictature populaire révolutionnaire (puisque dans la lutte de classes il s'agit ni plus ni moins que de cela), sans passer par la destruction ou au moins la division des institutions armées, apparaissait en 1970 comme une véritable utopie.  Face à ce défi majeur, en dépit du discours révolutionnaire il n'y a eu dans aucun des partis de la gauche chilienne une stratégie de guerre populaire, raison par laquelle il n'y a eu non plus aucune proposition sérieuse de comment s’attaquer à la puissance militaire garante du système politique qu'ils cherchaient remplacer. La constitution d'une armée ou milice populaire, avec ou sans une partie des effectifs désertant éventuellement les institutions militaires, n'a jamais été objet de discussion d'aucun des composants de la gauche.

Le sujet est alors, comment et pourquoi le gouvernement de Salvador Allende s’est laissé déborder par le révolutionnarisme auquel incitaient le Parti Socialiste (parti du président), le MIR et autres composants minoritaires de l'Unité Populaire. Au risque d’être accusé de "révisionniste" pour toucher de façon critique la valeur sacrée de la gauche chilienne post-coup d'État (l’image d’Allende canonisée par l'idéologie), je vais me permettre de proposer ici quelques pistes destinées à faire valoir que la première responsabilité dans la défaite historique de toutes les composantes de la gauche chilienne il faut l'attribuer en premier lieu au créateur même de "unité populaire", au président Salvador Allende.

Je ne suis pas historien, j’ai suivi dès l'étranger depuis 1973 l'évolution de la gauche chilienne et de la situation politique en général du pays, parfois j’ai étais amené à écrire ou à exposer des analyses critiques touchant la politique du pays en fonction d'une conjoncture exceptionnelle ou simplement en laissant aller mes "états d'âme" d'ancien militant. Je profite pour dire d’emblée que je n'ai jamais pu imaginer Salvador Allende en révolutionnaire. Et j’avais mes raisons. Sept années passées au Cuba entre 1961 et 1967 m'avaient permis de connaître beaucoup de chefs et processus révolutionnaires de l'Amérique latine et d'autres continents, et la comparaison que je pouvais faire ne favorisait en rien à notre leader populaire ni à d'autres chefs du socialisme chilien qui ont fréquenté l'île des Caraïbes durant ces années là. Avant cela, j'avais été militant du Parti Communiste dans les années 1950 et participé à la campagne présidentielle du FRAP (Front d'Action Populaire) de 1957. Après mon retour au Chili au début de 1968, mes activités politiques de terrain liées au Mouvement de la Gauche Révolutionnaire (MIR) - à mes yeux moins un parti qu’un projet pour le moyen et long terme - m'avaient servi pour prendre contact avec de nombreux militants et avec quelques importants "caciques" locaux du Parti Socialiste. Avec certains je me suis lié d’amitié et arrivais parfois à passer avec eux des alliances politiques circonstancielles sur le terrain.  De toutes ces expériences, anciennes et plus récentes, je m'été forgé une idée plutôt négative des prétentions révolutionnaires des chefs socialistes traditionnels (les "guatones" -les gros-, dans le langage populaire chilien) ainsi que du discours révolutionnaire, à mes yeux, trop facile voire utopique, des intellectuels socialistes. J’avais une certaine connaissance du mode de fonctionnement des niveaux intermédiaires et des sommets des appareils politiques ainsi que connu pas mal de chefs de la gauche des années 1960 et 1970 me permettant de calibrer la distance entre les pratiques politiques de base et les discours et comportements « d'en haut ». De sorte qu’au triomphe d’Allende, en septembre 1970, que ni moi ni le MIR n'attendait, je n'ai pu éviter le sentiment que sa victoire promettait au lieu du socialisme une catastrophe sociale et politique prévisible. Les faiblesses de la gauche sur le plan pratique et stratégique étaient à mon avis énormes.

Ce projet, de la revue Ecuador Debate, de revenir de façon critique sur les expériences des diverses gauches latino-américaines à partir de la mémoire historique, me paraît très important pour la formation politique des nouvelles generations, et comme aujourd'hui je dispose du temps pour revenir sur des processus dans lesquels j'ai eu une implication politique modeste, me paraît opportun de « reprendre la plume » sur cette partie de l'histoire du Chili. D’autant plus que je suis sorti de l'expérience politique des années 1970-1973 avec une considérable panoplie d'interrogations, auxquelles ni les discours ni les documents partisans de l'époque n’apportaient de réponses. Me venaient à l’esprit comme résultat d’une longue expérience personnelle. Cette proposition d'article, je la considère comme une tentative de réponse, au moins à une de ces questions.

Pour mieux comprendre les processus historiques contemporains, autant dans le Chili qu’en Amérique latine, je crois entre autres choses qu’il faut revenir sur le rôle des individus et, notamment, des chefs dans l'Histoire. La prolifération des études sociologiques sur les mouvements sociaux, sur les organisations et les structures, et plus récemment les études sur la "société civile", ont contribué à la disparition de l'individu dans l'histoire, à l’effacement des leaders, charismatiques ou non, lesquels si bien s’éloignent de plus en plus de la figure classique du "héros", jouent toutefois des rôles centraux dans les processus de type démocratique, populiste ou révolutionnaire. Assurément le phénomène est conforté par la pauvreté locale d’études historiques contemporaines, de l’"histoire immédiate" ou de l’histoire "du temps présent".

Jusqu'à quel point, dans l'activité politique et culturel peuvent jouer un rôle important, et parfois décisif, les facteurs conformant la personnalité des chefs, leurs motivations personnelles profondes, leurs idéaux narcissiques ? Cette interrogation contient une problématique rarement abordée par les sociologues, les politologues ou les historiens et se trouve pratiquement absente dans les études connues sur l'expérience de la gauche chilienne des années de l'Unité Populaire. Je prétends que le rôle des responsables politiques a été déterminant au cours des événements et dans le dénouement final, de la même manière qu’il faut considérer comme relevant le degré d'autonomie politique acquis au cours des événements par de vastes secteurs de travailleurs radicalisés de la ville et  de la campagne.

Le cas de Salvador Allende, son rôle dans la création de l'Unité Populaire et ensuite sa manière de concevoir l’autorité présidentielle à la tête du gouvernement réformiste me paraît une problématique cruciale pour comprendre le jeu politique et les enjeux du Chili des années 1970 à 1973. Ses motivations réformistes, voire révolutionnaires, doivent êtres confrontés à son comportement de gouvernant, à sa relation avec les partis de la coalition, à sa vision personnelle du "peuple". C'est ce que je me propose de faire dans cet essai, construit sur une tentative de mettre en rapport comportement politique et profil psychanalytique du personnage. J'ai pleine conscience que l'exercice n'est pas commode et non sans danger car je vais faire appel à un domaine d'interprétation scientifique qui n’est pas le mien et qui par ailleurs est quelque peu controversé dans les milieux scientifiques. Mais, en même temps, l’entreprise peut s’avérer passionnante. Il ne s’agit pas, bien entendu, de réduire la totalité de la situation historique à une de ses figures centrales, mais le rôle d'Allende me paraît crucial pour mieux comprendre le dénouement final d'un processus vécu comme une crise durable, qu'il a laissé se développer et s'intensifier tout le long de son gouvernement.

La persévérance d’Allende dans l’objectif de construire une union des différentes forces politiques de gauche, correspond chez lui à une idée ancienne qui prends forme déjà à l'époque de sa participation à la campagne politique qui permit le triomphe du Front Populaire en 1939 suivi de l'obtention, très jeune, du poste de Ministre de la santé dans le gouvernement du président Pedro Aguirre Cerda. On peut affirmer, sans crainte d’être réfuté, que derrière cette idée de regroupement ou d'union des forces de gauche se dissimulait le projet personnel d'arriver un jour à la présidence de la République, désir profond qui allait dominer sa vie politique sur toute autre considération. La réalisation du rêve caressé n’était possible qu’en passant par la lourde entreprise de construction d’une coalition de forces populaires.

Sa première candidature à la présidence datait de 1952, quand des courants socialistes divergents, en dissidence avec le Parti Socialiste Populaire dirigé par Raúl Ampuero plus idéologue qu’Allende, se rapprochèrent pour la première fois du proscrit Parti Communiste pour créer ensemble, avec beaucoup d’improvisation, le Front du Peuple destiné à essayer de récupérer au moins une partie de l’électorat ouvrier, secteur majoritairement attiré par la candidature populiste de Carlos Ibáñez. Même si sa candidature ne bénéficia que d’une partie infime des voix exprimées, elle sera le point de départ d'une ligne politique et d'une action persévérante de Salvador Allende pour fortifier le regroupement des mouvements et des partis populaires marxistes ou proches du marxisme. Une nouvelle tentative manquée d'arriver à la présidence en 1958, cette fois avec le FRAP, sera suivie par une troisième en 1964, également perdue, jusqu'à ce qu'avec l'Unité Populaire il triomphe en 1970 avec un peu plus du tiers de l'électorat national.

Gagnant, avec une coalition où les deux partis hégémoniques, le Parti Communiste et le Parti Socialiste, étaient loin d'avoir les mêmes projets stratégiques, la même volonté de se conformer à la voie démocratique du changement et la même capacité de discipliner leurs actions politiques. Le Parti Communiste déclarât sans ambiguïté son intention de rester fidèle à son option pour "la voie pacifique" définie en 1960 pour une transition au socialisme renonçant à la lutte armée - sans renoncer bien sûr à utiliser la pression au travers la mobilisation de masses à fin d’affaiblir et à long terme mettre en échec l'ennemi de classe – et il se méfiait quand même d’Allende, dont sa candidature lui avait été imposée par le PS. La direction du Parti Communiste aurait préféré plutôt une personnalité de gauche relativement indépendante. Le Parti Socialiste, au contraire, arrive au gouvernement dans la confusion politique, sans avoir renoncé à son tout frai programme sorti du Congrès de Chillán de 1967, où il rejetait la voie électorale comme moyen de conquérir le pouvoir et voyait dans la violence révolutionnaire l'unique ressort: "La violence révolutionnaire est inévitable et légitime... les formes pacifiques et légales de lutte (...) ne conduisent pas, par elles mêmes, au pouvoir. Le Parti socialiste considère celles-ci comme des instruments limités d'action au sein du processus politique qui nous emmène forcément à la lutte armée "(Paul Drake, 1992, 282).

La vie politique d'Allende était jusqu'alors marquée par une orientation plus social-démocrate que révolutionnaire, indépendamment d'une adhésion publique au marxisme et d'un discours fréquemment révolutionnaire. Sa conception plutôt démocratique du socialisme l’avait toujours placé loin du communisme d'obéissance soviétique et, paraît-il, loin d’une espèce de "communisme nationaliste" prôné à la fin des années 40 et débuts des 50 par quelques chefs prestigieux du socialisme chilien, intéressés à rapprocher des secteurs ouvriers un appareil qui continuait à recruter largement au sein des couches moyennes. Dans son propre parti, des années de l'Unité Populaire, traversé par la confrontation de diverses fractions, Allende resta toujours éloigné des positions radicales représentées principalement par Carlos Altamirano, ni plus ni moins secrétaire général. Tout au long de son gouvernement, les différences entre les deux homes ne feront que s’approfondir.

Le Parti Socialiste qu’arrive au gouvernement avec l'Unité Populaire était donc une organisation politique hétérogène qui, tout en s’identifiant à la classe ouvrière, accueillait secteurs significatifs des couches moyennes et même de la bourgeoisie. Bien qu'adhérant au marxisme et que son discours prenait parfois des accents léninistes, il restait toujours un parti fondamentalement populiste ayant des prétentions révolutionnaires. Du point de vue de l'appareil politique, de l'organisation interne et du mode de fonctionnement, il n'avait guère changé depuis les années 1950 quand les communistes y voyaient, avec un certain dédain “prolétarien”, plutôt un parti de "compères", conduit par de "chefs" parfois improvisées dans l’ensemble de la hiérarchie. Une vie organique flexible voire très libérale, la révolution comme produit du spontanéisme des masses, un discours éloigné de la pratique militante, une direction sortie des couches moyennes, composée d’intellectuels et de professionnels plutôt éloignés de la vie productive et de la quotidienneté des classes travailleuses, tels étaient les traits identitaires du Parti Socialiste d’Allende. Dans les échelons intermédiaires et de base, au lieu de véritables structures, le parti devait son existence et dynamisme à des caciques locaux et/ou régionaux dont le dévouement au service du peuple était une vocation très forte, mais dont le mode de fonctionnement était essentiellement celui de chefs de clientèles. Ils avaient peu à dire quant à la définition de politique nationale, mais étaient généralement très fidèles à l'adhésion partisane et, de ce fait, enclins à stimuler les débordements stimulés par l'orientation de la direction centrale. Plusieurs d’entre eux allaient  favoriser les activités du MIR à la campagne.

La possibilité de "débordement" du programme réformiste était donc dans l’air, et l’on pouvait espérer qu’Allende, homme plutôt pragmatique, modéré et prudent, ayant toujours œuvré en faveur des positions réformistes démocratiques et contribué depuis 1958, avec persévérance, à la création de coalitions électorales de type populaire, allait prêter la plus grande attention au danger latent venant notamment dans son propre parti. On pouvait imaginer qu’il allait  tout faire pour écarter la menace d'échec de son gouvernement à cause de l’extrême gauche. D’autant plus que son accession au poste de premier mandataire le 3 novembre 1970 n’a été possible qu’en passant par l’accord de respect des garanties constitutionnelles signé entre l’Unité Populaire et le parti de la Démocratie Chrétienne (PDC). On pouvait imaginer, donc, qu’Allende avait pensé sérieusement à la bonne parade, mais les événements allaient démontrer que ceci n’a pas été le cas.

L'unité de la gauche triomphante avait alors l’allure d’un cocktail explosif, contenant un danger latent pour l'accomplissement du programme de gouvernement dans la légalité démocratique. En cherchant d’explication à l'échec de l'expérience, il est très probable qu’Allende ait sous-estimé la force idéologique du courant révolutionnaire de son propre parti en même temps que surévalué sa capacité personnelle pour manœuvrer et contenir les tendances au "débordement". Plus encore, on peut suggérer qu'il crût, ou était sûr, de posséder la suffisante poigne politique pour neutraliser non seulement les excès de son parti mais aussi de ses amis du MIR, avec lesquels il allait établir une sorte d'alliance extra maritale. Il n’aura pas la capacité de contenir les débordements du MIR, de l’aile gauchiste du PS et d’autres secteurs minoritaires de l’Unité Populaire. Par ces ironies de l'histoire, Allende allait se trouver, le long de son bref gouvernement, très souvent très proche des positions du Parti Communiste, resté fidèle à son engagement de respecter le cadre démocratique défini pour les réformes, tandis que la distance entre lui et son propre parti ne faisait que s’allonger. L'intérêt personnel d’Allende de conserver l'Unité au sommet et, surtout de se maintenir à la tête du gouvernement, allait être constamment exposé aux tensions propres à cette bipolarité de réformisme et révolution des positions en jeun, favorisant la neutralisation de tous les efforts de construire une politique commune.

Quand l’ingouvernabilité est un fait, quand le pouvoir effectif est plutôt « dans la rue », quand le danger d'une intervention des Forces Armées est déjà un sujet quotidien de conversation, le président Allende ne va, à aucun moment, essayer de forcer la main à l’UP sur une clarification politique, ni à imaginer un instant l’idée de remettre en question la validité de la coalition de gouvernement. Seulement dans les jours précédant le coup d'État, précisément le 28 août, il pose l’éventualité de sa démission, mais en se gardant de toute décision personnelle et en imposant quelques conditions: « Je n’hésiterais pas un instant à renoncer si les travailleurs, les paysans, les cadres, les partis de l’UP…me le demandaient ou me le suggéreraient » (Joan Garcés 1976, 237), possibilité absolument pas à l’ordre du jour, étant donné l’intérêt des partis de la coalition de ne pas se séparer de l’Etat. En réalité, la question de discipliner le processus politique, de forcer le consensus à l'intérieur de l'alliance pour la viabilité du programme de réformes par la voie pacifique, était brutalement posé déjà à la fin de 1971. Cependant, le président allait laisser s’écouler le temps, sans chercher à imposer sa direction, sans menacer jamais qu'il pourrait bien, dans une sorte de chantage - qui aurait été parfaitement justifiable -, faire abandon de son poste de premier mandataire, faute des conditions politiques indispensables pour gouverner. Crainte de provoquer un conflit avec les alliés? Assurément, car cela pouvait signifier la fin de la coalition populaire et par conséquent, le plus important, la fin de son mandat présidentiel. A tel point Allende était intéressé à conserver à tout prix l'unité de la coalition, pour précisément conserver la charge de premier mandataire, qu’il n’hésitera pas à imaginer une solution insensé qui prends forme à partir de 1972: que les institutions militaires pouvaient venir en appui de l'Unité Populaire en l’aidant à sortir de la crise de gouvernement.

Face à l’impossibilité d’unifier les critères de ses alliés politiques en vue de donner cohérence et discipline à l'action gouvernementale, Allende, tout en cherchant à éviter la rupture avec l'un ou l'autre, semble avoir décidé de ne jamais se montrer comme le chef politique de la coalition et de ne pas revendiquer le pouvoir de décision pour en finir avec les divergences et les tensions existantes entre les partis.  Au contraire, il a préféré adopter, comme l’exprima à plusieurs reprises, le profil bas d’une sorte de "coordinateur" de l'Unité Populaire, d'animateur de la bonne entente entre les partis dont des contradictions insolubles existaient, tant quant à la stratégie que quant aux rythmes et aux méthodes. En se tenant à cette position, le président contribua à maintenir le facteur déterminant de l'ingouvernabilité: l'autonomie complète des divers composants de la coalition, lesquels, dans leurs "forteresses" à l'intérieur de l'État et dans leurs quartiers généraux, n'obéissaient qu’à leurs intérêts et objectifs partisans. Le véritable « dépècement» pratiqué sur l'État, conséquence de l’attribution de quotas ou parcelles institutionnelles aux partis (politique du "cuoteo") n'a fait autre chose que renforcer le jeu des forces centrifuges de l'Unité Populaire. Le principal conseiller politique d’Allende a fait le constat suivant: « Tout au long de la période 1970-1973, les partis de l’UP ne se proposèrent jamais de créer un climat de confiance, de respect et de discipline à l’égard du comité politique de l’UP, ni du gouvernement- en tant qu’institution ouverte –, ni de Allende en sa qualité de représentant commun » (Joan Garcés, 1976, 167)

Cette position de se conformer au "non-commandement" des forces politiques qui le soutenaient est hautement significative, et je dois insister sur l'hypothèse selon laquelle ce qu'importait viscéralement à Allende, au dessus de toute autre considération, était l'objectif de conserver, à tout prix, le poste de président de la république et de terminer normalement la période de son mandat. Comment imaginer l’abandon d’un rôle pour lequel avait-t-il investi le meilleur de sa vie et était la source d’une véritable "plénitude narcissique"? Nous voilà arrivés à la véritable question: n’est-il pas à un rapprochement de type freudien qu’il convient de renvoyer le comportement d’Allende tout le long de la crise prolongée du gouvernement de l'Unité Populaire?

Pourquoi se montra-il incapable de prendre de décisions, au risque de provoquer une rupture, aux moments de crises aigues qui se sont succédé entre les années 1971 et 1973, à propos notamment d’un référendum[2] sur les moyens d’appliquer les réformes, de nationaliser les entreprises stratégiques et de créer le Secteur Social de l’économie[3], d’organiser les exploitations agricoles « reformées »[4]. Pourquoi n’a-t-il pas cherché une négociation à propos des relations entre l’exécutif et le Parlement[5], entre l’UP et le PDC ?, Pourquoi n’a-t-il pas voulu écarter du haut commandement militaire les généraux conspirateurs[6]? Pourquoi permettra-t-il que les débordements provoqués par l'extrême gauche arrivent à la création d'une situation de chaos social et d’ingouvernabilité? Pourquoi n’a- t-il empêché la décomposition de l'État - le meilleur atout pour gouverner et assurer les changements - provoquée par le jeu des intérêts partisans? Pourquoi, dans l'incapacité de gouverner en démocratie ou de se mettre à la tête d’une insurrection révolutionnaire, n’a-t-il pris le chemin d'abandonner sa fonction pour éviter une catastrophe politique majeure en évitant ainsi des souffrances à la population? Toutes ces questions restent dans l'air si l’on n’essai pas de comprendre les motivations profondes du personnage.

Tout se passe comme si, une fois au palais de La Moneda, l’objectif d’Allende, par dessus tout, c’était d’y rester. Quel enjeu personnel que celui de conserver le rôle conquis, même si, en contrepartie, il n’était pas commode, car signifiait aussi "ne pas démériter" aux yeux du peuple idéalisé! Pour personne n’est passé inaperçu - et les observateurs de l'époque n'ont cessé de le souligner-, jusqu’à quel point, transformé en chef d'État, Allende allait manifester une appropriation intense du prestige lié au poste de premier mandataire, se montre très intransigeant vis-vis de la dignité présidentielle et de ses prérogatives, dissimulant mal jusqu'à quel point il avait développé une haute idée de la fonction. Or, la fonction, dans son cas particulier, était intimement attachée à l'affection populaire ("le compagnon Président") et celle-ci était pour l'homme politique le retour espéré d'un long investissement dans ce vieil Idéal si difficilement travaillé qui était le "peuple". La notion d’Ideal, c’est bien une notion qui doit être associé au narcissisme.  Pour Thierry Simonelli (2003) tout narcissisme est déterminé par la relation à un objet introjecté, idéalisé qui, sur le plan du fantasme, constitue une partie de soi ou du corps propre. Selon cet auteur, l'état narcissiste se caractérise par un transfert de l'investissement sur les objets externes vers les objets fantasmatiques internes, résultant ainsi que le Moi surévalué du sujet est intimement attaché à son Idéal. Ce qui nous donne des éléments pour comprendre pourquoi Allende avait pris parti de manière si tranchante et exclusive pour le peuple (notion par ailleurs très vague) jusqu’en allant à dire: "je ne suis pas le président de tous les Chiliens" ainsi que, en contrepartie, farouchement méprisant et excluant contre la bourgeoisie et ses associés. Tout en idéalisant les caractéristiques ou les vertus de l'Un dévalorisait le profil de l'Autre. On peut voir dans cette bipolarisation rigide de la réalité sociale opéré par l’homme politique - absolument indispensable à son équilibre personnel - un facteur décisif de son faible intérêt, par exemple, à négocier en conditions favorables avec le parti Démocratie Chrétienne (dans l’opposition) à fin de neutraliser les agissements de la droite mais aussi à fin de récupérer la perdue capacité de gestion de l'État. Sur ces deux conditions l’on pouvait pourtant entrevoir un sauvetage du gouvernement et de la démocratie chilienne dès les débuts de 1972. Gauchement, il se décidera à négocier avec le PDC toujours en position de faiblesse, curieusement après le refus de ses propositions par l’UP, comme si d’emblée il ne croyait pas à la possibilité de réussite des conversations, ou mieux, comme s’il craignait qu’un éventuel succès des négociations ne se retourne contre lui, au détriment de son image, le peuple lui reprochant de trahison.

L'idéalisation du peuple, cet objet dont bénéficiait en retour l'Ego de l’homme politique, acquiert à ses yeux des vertus surévaluées: le peuple était un être sans failles, sans faiblesses, sans opportunismes, sans passions déviantes, sans haine, c'est-à-dire un univers formé d'individus foncièrement bons, qui ne voient que le bien d’autrui et la fraternité, bien entendu, l'ennemi de classe exclu. Dans Allende, l'illusion semblait dominer sur la réalité et, peut-être, explique-t-elle le comportement affectueux, bien que toujours très formel, ainsi que le ton désculpabilisateur et l'attitude essentiellement paternaliste du président à l’égard des secteurs populaires impliqués dans des "actions directes", ou dans des "occupations" d’entreprises et de fundos. Attitude similaire envers ceux qui étaient impliqués dans le marché noir, dans la corruption, ou encore, dans des actes de vengeance personnelle, actions toutes hors la loi. Tout cela contrastait avec la nécessité d'assurer à gauche au moins les conditions de gouvernabilité indispensables.

Tout en mettant sous tension l'activité pulsionnelle représentée et dirigée par le Moi, l'excès de narcissisme peut très bien s'opposer à ce dernier, et peut déterminer que les intérêts les mieux conçus du sujet perdent toute leur importance face au désir de satisfaire une nécessité narcissique (Bela Grunberger 2003).  En d'autres termes, le sujet peut tout perdre pour ne pas "perdre la face", c'est-à-dire, pour sauver surtout l'estime de lui-même, en satisfaisant de cette manière son égotisme. Comment ne pas lier cette assertion psychanalytique à ces moments où, tandis que tout le peuple de gauche (la définition du mot « peuple » étant toujours floue) attendait de décisions claires du gouvernement, le président se mettait en retrait, occupé inutilement à convaincre ses alliés de l’UP, ou à imaginer une manœuvre politique qui lui permettrait de sortir la "tête haute", même si la solution n'était que provisoire et/ou partielle. Le véritable enjeu semblait être que le narcissisme du président soit à tout prix épargné. Les psychanalystes ont souligné aussi (Pierre Dessuant, 2004) comment à coté du goût du plaisir on trouve chez les individus une sorte de force, une pulsion incoercible et inconsciente qui porte, dans quelques cas, le sujet à s’installer activement au centre de situations désagréables, voire catastrophiques. Même s'il a conscience que ce type de situations est motivée par des expériences bien réelles et présentes, le sujet va prendre distance de la réalité, pour répéter inconsciemment des anciennes expériences, dans le cas qui nous intéresse, les expériences politiques passées.

Des caractéristiques de la personnalité politique d'Allende, prenons l'exemple de sa confiance exagérée dans ses capacités à sortir gagnant de l'exercice de ce qu’au Chili est populairement connu comme « muñequeo » politique (art de la manœuvre). Pendant son gouvernement on peut observer, effectivement, la priorité qu’il accorde au mécanisme de la manœuvre politique comme porte de sortie aux impasses où lui placent les contradictions et les blocus de l'Unité Populaire ou les actions déstabilisantes mises en œuvre par l'opposition de droite. Tous les observateurs de la vie politique chilienne de cette époque ont souligné cette capacité extraordinaire acquise dans une longue trajectoire parlementaire. Il en était conscient, et bien sûr très fier de cette reconnaissance publique de son habilité politique. On peut imaginer que cela ne faisait que nourrir la grande passion pour sa propre personne. Or, ni lui, ni ces observateurs-là ne prenaient en considération que si bien l'exercice s’avérât efficace et rentable dans les conditions de normalité démocratique et institutionnelle - quand toute transaction politique commençait dans un bar ou dans des conciliabules restreints, en tout cas loin du bruit de la rue - la situation  à affronter en 1973 en était tout autre. Rien ne pouvait être résolu dans le secret, ni au sein de la franc-maçonnerie, espace que le Président continuait à pratiquer comme membre actif. Le contexte de 1971-1973 est d’une tout autre nature. Il s'agissait alors d’assurer la direction d’un processus de masses complexe à l’extrême, qui obligeait à se positionner stratégiquement sur le cours de l'histoire de la patrie, qui échappait grandement à la gestion habituelle et qui, surtout, devait  être traité face à un peuple qui, dans les circonstances, s'était investi d'un rôle d'acteur de premier plan. Essayer de dépasser la crise moyennant le mécanisme de la manœuvre politicienne décrit, bien que réconfortant pour le président, ne pouvait fournir qu’une solution en apparence et n'assurait pas vraiment la continuité sans faille de l'adhésion populaire.

Dans ce contexte, à la veille du coup d’Etat du 11 septembre, Allende croyait encore pouvoir sauver la situation moyennant le mécanisme habituel de la manœuvre habile, cherchant l'adhésion ou la neutralisation des forces armées via incorporation de généraux amis, d'abord au ministère de mines, puis au ministère de l'intérieur et enfin, dans d’autres responsabilités gouvernementales. De ces manœuvres, dont l’initiative lui revenait, il sortait chaque fois très heureux et fier de lui, croyant même, naïvement, avoir sauvé la situation. C’est sans doute  pour cela qu’il rejette l’initiative des forces armées (mois de juillet) d’engager de conversations à partir des propositions de l’Etat Major, se refusant de recevoir les trois commandants en chef, tout en leur signifiant que le règlement interdisait les forces armées de prendre des initiatives politiques. Pointillisme sur ses prérogatives présidentielles ?, sous-estimation de la gravité de la crise ? Quoi qu’il en soit, déjà à l’extrême, le 31 août 1973, dix jours avant le coup d’Etat, Allende était encore dans l’illusion, en disait à son principal conseiller politique : « Dans cette partie, où tous les joueurs cachent leur jeu, j’ai aussi quelques atouts secrets » en faisant allusion à des hypothétiques appuis au sein de l’armée de terre (Joan Garcés, 1976). Aucun sens de la réalité?, culte de l'immédiat avec perte du sens stratégique? En tout cas, à cette date, les conditions n'existaient nullement pour imaginer la viabilité d'une sorte d'autoritarisme populiste, avec Allende à la tête et les militaires associés à l'Unité Populaire comme plate-forme politique élargie.

L'identification du sujet à l’objet idéal (« le peuple »), tiendra une influence décisive dans le comportement du président. À propos de cette identification du Moi à l'objet, divers auteurs ont montré l'utilisation de celle-ci dans le renforcement de l'investissement narcissiste : une telle identification s'inscrit dans la dialectique amour de l'objet (le peuple) – besoins narcissiques du Moi (le chef). "L'identification sert tantôt l'amour objectal, tantôt les besoins narcissiques du moi, plus souvent les deux à la fois et de telle façon que chacun de ces buts est parfois difficile à distinguer de l’autre " (P Dessuant, 2004, 122).  A tel point Allende avait développé cette identification à l'objet narcissique qu’il ne voyait pas d’inconvénient à l'expliciter publiquement: "avec mon triomphe le peuple est entré à La Moneda", ou encore, "le peuple est le gouvernement". En entrevue à Régis Debray (203, 36) en janvier 1971, Allende s’est exprimé ainsi: "... un peuple uni, un peuple conscient de sa tâche historique, est un peuple invincible, surtout quand il y a des dirigeants conséquents, quand il y a des hommes capables de comprendre le peuple, de sentir qu'ils sont le peuple transformé en gouvernement » ". Donc, chef = peuple, transformé en gouvernement!!! La forte identification à cet objet, bien que rentabilisé par le sujet dans son affirmation narcissique, avait en contrepartie le danger de la fragilité inhérente à toute relation libidinale, la relaxation de la relation pouvant provoquer un repli sur le Moi du sujet. Et, comme les psychanalystes s’accordent à dire, ce repli est par essence dangereux.

La fixation d’Allende sur son identification au peuple sera soumise à dure épreuve par l'affaiblissement de la relation narcissique. La détérioration de celle-ci découlait de l’accumulation d’indécision, d’hésitations de toutes sortes, des silences fréquents du président, sur un contexte de manque de biens et de services allant parfois jusqu’à l’exaspération. Le distancement, entre le gouvernement et les masses populaires, chaque fois plus radicalisées et mécontentes, avait sa raison d’être : le libre cours des passions populaires déchaînées, ne provoquait ni une impulsion pour ouvrir largement la voie au processus révolutionnaire, ni non plus, une réaction venant du gouvernement destiné à maîtriser la dynamique sociale dérapant. La résignation populaire s’exprimait depuis la fin de 1971 dans cette formule hautement significative, irrationnelle et démoralisante: "ce gouvernement est une merde, mais c’est notre gouvernement". Alain Touraine (1973), observateur du processus Chilien entre juillet et septembre 1973 a résumé avec acuité cet état de choses le 17 août, dans un moment de répit de la grande grève insurrectionnelle des transporteurs: « Le Chili vient de vivre hors du monde politique, plongé dans le "social": poussée populaire, contre poussée de groupes de classe moyenne, grèves et manifestations. Il n'y a plus de classe dirigeante, pas davantage de gouvernement, et on se demande par moments s'il existe d'autres partis que le PC et le PDC, sauf quand il s'agit de se répartir les fromages de la bureaucratie de l'État et les accès au marché noir » (p 71). Une adhésion populaire restait, mais mitigée, obligée par les circonstances.

De son côté, Allende ne pouvait pas ne pas sentir que son image se détériorait dans la mesure où sa relation de confiance avec le peuple s’affaiblissait du fait de la crise de gouvernabilité. C’était, pour lui, un signe que l'heure de vérité était en train d’arriver. Sa seule possibilité de relancer le lien identificatoire était que lui, Salvador Allende, assumât la condition de véritable révolutionnaire, compatible avec ce que, dans ses discours, il n'avait cessé de répéter durant les années précédant son triomphe électoral. Mais ceci était impossible pour quelqu'un ayant une carrière politique de quarante ans dans les pratiques et dans les lieux de la démocratie parlementaire, qui respectait le caractère institutionnel de l'État, et qui ne s’était jamais préparé ni psychologiquement ni matériellement pour embrasser ce rôle exigeant en audace, naturellement exposé, abondant en dangers et de destin incertain, profil propre du révolutionnaire. En 1970, Allende s’identifiait, par contre, avec le style plus confortable du social-démocrate, propre de l'aile centre droite du Parti Socialiste (Paul Drake, 1992)

Les discours et les représentations qui avaient contribué à cultiver le côté révolutionnaire du personnage ne suffiront pas à combler la brèche provoquée par la perception d'une perte progressive de l'objet, c'est-à-dire, perte de la confiance et, pire encore, perte de l'amour du peuple.

Le contraste entre le discours révolutionnaire d’Allende et ses pratiques de démocrate progressiste a été interprété par les analystes sous l’angle peu révélateur d’ « ambiguïté » qui ne rend pas compte du fait essentiel: que l'acteur principal mettait une énorme charge subjective dans ses options, que la solution (ou la non-solution), du problème posé, était toujours à caractère narcissique, d’où sa difficulté ou  son incapacité de la remplacer par d’autres solutions.

Le comportement d’Allende est complètement cohérent avec lui-même :  puisqu’il est incapable d'imposer une solution unificatrice venant d’ « en haut » des contradictions des partis de l'Unité Populaire, il laisse la recherche de solution aux autres, tout en restant fidèle à la définition que lui-même donnait de son rôle : "un coordinateur pour assurer l'unité". Que, hélas ! s’est montré perpétuellement plus fictive que réelle, mais qui ne mettra jamais en cause son rôle de premier mandataire. Face à l’exigence  d’ « unité », mille fois répétée par le peuple, observateur critique des divergences visibles et profondes existantes au sein de la coalition au gouvernement, Allende ne pouvait rien. 

Le côté "révolutionnaire" du discours allendiste a son explication dans le besoin permanent du renforcement narcissique. S'il s'agissait de maintenir une relation forte à l'Idéal, impossible durant les années de la Révolution cubaine d'arriver à la présidence du Chili soutenu par des forces populaires sans aller forcément rendre hommage à Fidel Castro et aux réalisations de la révolution des Caraïbes. Ceci allait de soi pour le peuple, et pour Salvador Allende représentait une nécessité vitale. Seulement que, dans son enthousiasme, il va aller trop loin dans la relation, presque fantasmant une confusion de rôles, en compromettant de cette façon son destin personnel et le destin du processus politique chilien:

- Il décide de devenir l’ami personnel de Fidel Castro, tout en laissant dans l'atmosphère l'idée qu'il suivra ses pas (geste symbolique: photographie avec le fusil Kalachnikov offert par Fidel);

- Il introduit le MIR dans son environnement le plus proche : sa fille Béatrice, conseillère personnelle du président, est miriste et mariée avec le responsable des services de renseignements cubains pour le Chili ; son neveu Pascal Allende, l’un des fondateurs du MIR, lui rencontre fréquemment en famille ; ses relations sont amicales, bien que sporadiques, avec Miguel Enríquez, principal dirigeant du MIR ; et, enfin, il introduit le mirisme au sein même de son cabinet présidentiel.

- Il invite Fidel Castro visiter le pays au moment le plus inopportun, quand la réaction de la droite aux mesures prises par le gouvernement commence à s’endurcir sérieusement et la visite cubaine ne pouvait que l'exacerber. L’effet  ne pouvait être plus négatif, d'autant plus que Fidel s’est montré comme un hôte encombrant, restant tout un mois au pays s’impliquant dans la politique interne, à tel point qu'une grande partie de la gauche commença à trouver cela excesif et à s'inquiéter.

Est-ce que la prise en compte de la faiblesse de son propre parti, ou l'idée quelque peu confuse que le MIR, parrainé par les services de renseignements cubains, représentait un bon aval à son image de révolutionnaire, qui expliquerait en Allende la recherche d’une telle proximité ?, cela en dépit du rejet presque "biologique" que le Parti Communiste manifestait pour ce groupuscule d'extrême gauche…En tout état de cause, la faillite du réformisme de l'Unité Populaire est liée en grande partie aux relations ambiguës qui se sont nouées entre le président Allende et le minuscule parti d'extrême gauche qu’était le MIR à l'époque de son triomphe électoral. Celui-ci, était, cependant, étroitement lié à de certaines fractions radicalisées du PS, soit pour des raisons de sympathie, soit parce que le MIR pratiquait l’infiltration dans les files socialistes. Est-ce qu’un imaginaire fantasmatique, une sorte de romantisme révolutionnaire ou le désir profond d’être porté par un coup de hasard de l'histoire, ont joué dans l’esprit d’Allende davantage en faveur du MIR que toute idée de le neutraliser dans son extrémisme?

Reste que dans le cadre des ambiguïtés propres à la trilogie Allende/MIR/PS, la radicalisation gauchiste va se développer, va gagner en intensité et va conquérir une légitimité populaire étendue, débordant rapidement le gouvernement, le syndicalisme officiel et même en attirant les sympathisants des partis, y compris du Parti Communiste. Ce processus s’ajoutera à la décomposition aigue qui frappe l'État, scénario du jeu acharné des intérêts partisans

Or, en termes réels, l'alliance Salvador Allende/MIR apparaît comme le produit de malentendus, où le seul « gagnant » à court terme allait être l’extrémisme de gauche.

La direction du MIR considérait que l'arrivée de Salvador Allende au gouvernement représentait une porte ouverte exceptionnelle à l'extension de ses activités d'agitation, de recrutement et  d'organisation des masses. Le triomphe populaire, auquel le MIR n’y croyait pas, lui rendait le contexte très favorable et il lui fallait donc se doter des moyens pour matérialiser l’objectif d’amplifier ses bases populaires. De là son appui critique au gouvernement de l'Unité Populaire. Le contexte de tension crée par la droite dans sa tentative d’empêcher l’ascension d’Allende au pouvoir (y compris l’assassinat du Général Schneider ) favorisait les choses. Il y avait là, la possibilité de s'assurer une certaine protection politique, en comptant sur la bienveillance d’un laisser-faire venant du nouveau président. Ensuite, pourquoi sous-estimer la possibilité de pouvoir bénéficier des moyens institutionnels et matériels que pouvait offrir l'appareil de l'État ? Par le biais de cette alliance, on cherchait la manière de valoriser surtout les secteurs d'activité politique où le parti apparaissait aux yeux de la population avec une image d’efficacité et de dévouement à la cause révolutionnaire, en particulier deux:  les activités d'information et paramilitaires d'une part, et  d'une autre, les opérations d'occupation de terres conduites à la campagne par le Mouvement Paysan Révolutionnaire (MCR). Les interventions dans le secteur industriel ne prendront intensité que plus tard, quand déjà bien avancée la détérioration de l'image des partis officiels qu’y contrôlaient étroitement les syndicats.

La concrétisation la plus visible de l'alliance MIR/Salvador Allende a été évidemment la protection prêtée à la sécurité de la personne du président par le "Groupe d'Amis Personnels", garde personnelle constituée dans un premier temps par des "opérationnels" exclusivement militants du MIR, dont le contrôle politique était assuré par des personnes de l'environnement proche du Président et de membres du mouvement qui apportaient le côté "sérieux et politiquement fiable" de l'opération. Ensuite, le MIR mis au service du gouvernement son appareil de renseignements, expérimenté dans la clandestinité. En contrepartie, toute une série d'activités plus ou moins clandestines du mouvement, ont compté avec l’appui des services de la présidence, dont en particulier celles liées aux contacts de l'organisation avec les services de renseignements cubains, l'envoi de militants à se préparer militairement dans l'Île des Caraïbes, ou diverses activités spéciales réalisées à travers le territoire national.

De grande importance pour la transformation du MIR en une force politique de masses c’étaient aussi les alliances passées avec des fractions radicalisées du Parti Socialiste en vue surtout de faciliter les activités du "Mouvement Paysan Révolutionnaire". Mais, surtout, ces alliances, nouées souvent au coup par coup, allaient beaucoup favoriser les actions directes sur des exploitations agricoles grandes et moyennes et sur des centres industriels des plus diverses tailles, en créant ainsi des situations de facto pour pousser le gouvernement à prendre des mesures d’expropriation. Permissivité également pour les actions politiques destinées à créer des "Congrès paysans", "Cordons industriels" ou "Commandos communaux", formules toutes en rupture avec l’institutionnalité de l’Etat et avec les structures organisationnelles des travailleurs sous tutelle des partis de l'Unité Populaire. Ces formules suivaient de loin le chemin des "soviets" russes et signifiaient un défi rédoutable aux limites démocratiques et constitutionnelles dans lesquelles le gouvernement disait vouloir encadrer son programme.

La catastrophe que j’avais prévue en 1970 prenait forme concrète aux débuts de 1972, moment où l'aggravation de la crise économique et de la lutte de classes paraissait conduire aveuglement l’expérience de l’UP au naufrage. Quelques éléments indiquant qu’Allende avait parfaitement perçu que la dynamique sociale déchaînée par son gouvernement pouvait conduire à une catastrophe et à son échec personnel. Il est très significatif par exemple qu'en date aussi précoce que novembre 1971 ait fait une première allusion à son suicide en laissant entrevoir une préméditation du geste qu’il devait accomplir le 11 septembre 1973. Le Figaro du 13 septembre 1973 citait François Mitterrand en disant textuellement: "Ceci (le suicide), ne m'étonne pas.  Quand je suis allé chez lui, il (Allende) m'a montré sur son bureau le buste d'un ancien président du Chili, José Balmaceda, celui qui s'est suicidé au milieu d'un push militaire. Il m'a dit: Si je suis renversé, je ferai la même chose". En fait, l’idée de la mort est très présente chez Allende depuis les premiers jours de son gouvernement: "…Seulement en me criblant de balles, pourront-ils m'empêcher la réalisation du programme du peuple", " seulement mort me feront-ils sortir de la Moneda"... Jusqu’au jour du drame, où dans son quatrième discours au peuple (il en a fait cinq ce matin-là), à 9h03, il fait l'annonce définitive: "Je paierais avec ma vie la défense des principes chers à ma patrie".

Le processus politique confus déchaîné par l'Unité Populaire n'offrait de clarté en 1972 que sur deux points: d'abord, que le gouvernement d’Allende tournait en rond (par indécision), et ensuite, que le mouvement social et politique radicalisé évoluait avec une dynamique en spirale, obéissant ses propres impulsions et orphelin toujours d'un leader ayant habilité stratégique et capacité de commandement, à la tête d'une solide organisation révolutionnaire. Bilan désastreux! Quand Allende termine ses jours, le panorama de la gauche et du gouvernement est désolant et certainement la meilleure description du contexte est celle décrite par Touraine le 9 septembre, deux jours avant le coup d’Etat: "Aujourd'hui, le Chili est bien un socialisme démocratique mais en décomposition. Allende n'exerce pas le pouvoir, il ne mène pas une politique; il surnage et pourrait bien se noyer.  L'Unité Populaire est un navire démâté, sans gouvernail et sans unité de commandement " (Alain Touraine, 1973,192)

Dans ce contexte de désastre, la perception de ne pas être à la hauteur de l'idéal construit au long de tant d'années, et que la réalisation d’une transition démocratique au socialisme s’avérait impossible, doivent inévitablement avoir ébranlé la personnalité du président. On peut faire allusion à ce propos à la notion de "mortification" narcissique qui peut se traduire comme la honte du Moi et l'humiliation de ne pas avoir su contrôler activement les facteurs de régulation de la relation narcissique au Moi. On sait que, quand le facteur narcissique est mis en position d'échec, le sujet doit faire face à la notion de "perte narcissique" et souffrir ses conséquences selon un mécanisme qui peut être imaginé comme ressemblant à l'effet de boomerang. "Nous observons souvent des situations conflictuelles entre le narcissisme et le Moi, dans lesquelles le narcissisme, au lieu de soutenir le Moi, s'oppose à lui; nous constatons souvent que la poursuite d'un idéal narcissique hautement valorisé prévaut sur tous les intérêts égotistes du sujet, ce qui peut aller, à travers une succession systématique d'actes hostiles au Moi, jusqu'à sa suppression complète par la mort ",  écrit  Béla Grunberger (2003,21).

Celui-ci semble un schéma explicatif assez valable pour comprendre la solution qu’Allende trouve à la crise politique et personnelle au milieu de laquelle il se trouvait  installé durablement.

Le jour même du coup d'État, Allende eut la possibilité d'éviter la mort en passant à la clandestinité, pouvant éventuellement se mettre à la tête d'une résistance populaire, dans le pays ou depuis l'étranger. Pourquoi au lieu de prendre ce chemin, qui était le chemin de l'action révolutionnaire et de l’éthique de la responsabilité, il a pris précisément le chemin de La Moneda pour ensuite suivre l’exemple de Balmaceda ? Aller au palais présidentiel entre 7h30 et 8h, du matin, déjà quasiment cerné par les conjurés, n’avait aucun sens puisqu’il n’ avait rien à y faire, ni militaire ni politiquement?, Pourquoi faire, sinon pour satisfaire l'exigence d'une solution narcissique à la crise d'image ? Avant de se suicider, il va rester six heures au palais présidentiel, à attendre peut-être une solution miraculeuse. :  il ne va pas utiliser ce temps pour appeler à la division au sein des forces armées (ce qui n’était pas à exclure) mais pour s’adresser cinq fois au peuple à travers la radio, sans aucune référence à la lutte ou à la résistance mais en lui demandant simplement de se mettre à l’abri, de ne pas s’exposer inutilement, façon sans doute d’être fidèle à son paternalisme bien connu et de rester identifié pour toujours à l’Idéal.

Les dernières semaines avant le coup d’Etat, il est apparu très peu en public, en préférant la solitude d'un cercle très restreint, il était à la recherche de sa dernière solution politique (le ministère des militaires) et avait même écarté provisoirement son principal conseilleur politique, celui qui l'avait accompagné tout le long de son gouvernement (Joan Garcés). Son aspect était plutôt celui d’un homme profondément  préoccupé et inquiet. Tout le contraire des premiers jours de gouvernement, quand conforté par l'enthousiasme populaire il s’e st montré sûr de lui, en laissant dans ses interlocuteurs la sensation d'une très forte personnalité, mieux encore, la sensation d’être face à quelqu’un jouissant de l'invulnérabilité elle-même.  Ceci était ressenti par tous ceux qui l’ont approché en faisant référence non seulement à l’inflexibilité et mauvaises intentions de ses ennemis politiques, mais aussi à sa propre sécurité personnelle. Ses gardes personnels n’avaient pas la tâche facile du fait de sa tendance à s’exposer indûment dans des circonstances compliquées. Son comportement était extrêmement tranquille, mesuré et formel, même quand les circonstances exigeaient un rythme accéléré imposé par les modalités sécuritaires: " du calme camarade, avec moi rien ne peut se passer" (manière de dire: "je suis au-dessus des dangers"). Or, on sait que la croyance dans l'invulnérabilité est précisément une des caractéristiques discernables parmi des sujets pratiquant un culte narcissique exagéré et, évidemment, une telle croyance peut revêtir des manières dangereuses pour eux, pour leur environnement et pour la société.

En conclusion, il peut être suggéré que le suicide d’Allende ne correspond nullement, comme l’ont proposé certains auteurs, à un sentiment de culpabilité face au peuple ou à l'histoire, à une confession d'échec politique, mais il peut, par contre, en suivant Freud (1971), être interprété comme un geste dérivé d'une culpabilité égotiste où l’essentiel est l’auto règlement de comptes comme moyen d’échapper à l'humiliation. Les origines du sentiment de culpabilité se trouveraient dans l'angoisse devant le Moi surestimé, angoisse provenant de l'impossibilité de dissimuler, malgré tout, la persistance du désir d'investir dans l'objet, en l’occurrence dans l'amour du peuple, opération qui nourrissait, en retour, la valorisation narcissique du sujet. L'image du président se  dévalorisait, s'effaçant aux yeux du peuple par l’impossibilité de passer à l'action révolutionnaire, d'assumer la responsabilité du mot et du geste, et cela ne pouvait que propulser le sujet à se punir lui-même.

L'interprétation que je viens de faire, du rôle joué par le Président Allende à la tête du  gouvernement, a mis en jeu les éléments les plus visibles de la relation du personnage à la politique, en tenant compte de la manière comme il a fait face aux défis principaux que la réalité s'est chargée de lui présenter. Il est très probable qu'une étude affinée des différentes étapes de sa vie politique, ainsi que de certains traits de sa biographie personnelle, permetrait de renforcer la validité de cette interprétation en croisant des aspects de la personnalité de l'acteur avec les événements historiques et, éventuellement, contribuer à éclaircir d'autres aspects de la période, non traités dans cet article.

 

Épilogue

De leur côté, les dirigeants qui avaient stimulé la radicalisation des masses et qui ont insisté à accélérer un chemin révolutionnaire qui, en dernier ressort, ne pouvait avoir d’autre dénouement que la guerre populaire et  de classes, ne se sont pas pour autant inquiétés d’assumer les implications pratiques d'une telle prise de position.

Hormis quelques brèves escarmouches provoquées par la résistance d’héroïques militants de base des "cordons industriels" et de quelques quartiers populaires de Santiago, dans le reste du pays l’événement le plus marquant fût sans doute celui de la résistance armée opposée par les militants du MIR et les travailleurs forestiers de la région de Panguipulli, passant ainsi la guerre populaire révolutionnaire à la littérature de la science-fiction...

En réalité, les seuls à avoir cru dans la possibilité d'une telle guerre ont été les militaires qui, influencés par les discours révolutionnaires et les bruits d’armamentisme chez les partisans du gouvernement, ont cru qu’ils allaient se trouver face à des milices armées ou à une armée populaire sortie des activités clandestines des fameuses « Commissions militaires », du MIR et du PS notamment. En effet, jusqu'aux trois ou quatre mois après le coup d’Etat, les forces armées se considérèrent en « état de guerre », en croyant à l’éclosion d’un soulèvement armé, d'un moment à l’autre, ce qui peut, en partie, expliquer l'acharnement et la cruauté dans la répression.

L’intérêt de la direction du MIR n'était pas que le gouvernement de Salvador Allende se sauve du désastre ni non plus de contribuer à assurer quelques conquêtes aux travailleurs, son objectif central était de parvenir à faire du MIR le parti hégémonique de la gauche, même si cela devait se construire sur les cendres de l'Unité Populaire. De manière irrationnelle, fondés sur une évaluation légère de la gravité des enjeux et sur une pauvre perception du futur, ces dirigeants pensaient qu'après la défaite de l'Unité Populaire le terrain serait plus que jamais favorable à l’accomplissement de leur objectif. Dans sa brutalité, cette position de la direction ne fut jamais explicitée publiquement au Chili, mais, par contre, elle était connue des militants. Après le coup militaire, quelques témoignages laissent entrevoir la vérité : par exemple, Edgardo Enríquez, frère de Miguel, l’a exprimée clairement lors de sa tournée européenne effectuée en 1974, en faisant apparaître le MIR non seulement comme la force principale de la résistance à la Junte Militaire, mais comme le parti révolutionnaire des années à venir. Cette disposition d'esprit de la direction entre 1970 et 1973, explique que la question de la guerre populaire révolutionnaire n'ait jamais été sujette à la discussion dans les instances du parti, y compris la Commission Militaire. Ce qui explique la surprise, la dispersion et le manque d’articulation des diverses activités qui avaient une relation, directe ou indirecte, avec l'éventualité de la guerre. Ces activités ont été, en effet, très peu valorisées durant toute la période de mobilisations, et la demande réitérée, déjà en fin 1971, de quelques militants, d'ouvrir une discussion interne sur les perspectives d'une sortie par la guerre populaire n'ont jamais eu de réponse.

Entre 1970 et 1973, le MIR ne s'est jamais intéressé à la perspective de la guerre populaire comme voie de sortie de crise, pas par manque de temps ou de ressources mais, parce qu’en dépit de contribuer, et d’assister quotidiennement au spectacle de la mobilisation révolutionnaire des masses, sa direction n'était pas en condition de dépasser idéologiquement sa vision "guérrilleriste" de la révolution.

Quant à la "Commission militaire" du Parti Socialiste, dont ses militants avaient fantasmé sur son rôle à préparer la guerre, n’est allée au délà des bonnes intentions, sauf qu’elle ait eu quelque chose à voir avec l’infiltration de la Marine de guerre à Valparaiso, dont l'initiative appartient au secrétariat régional du parti, bien que la droite l’ait attribuée directement à Carlos Altamirano, son secrétaire national. Quant à l'approvisionnement en armes de bas calibre, de pistolets ou de revolvers, seul armement dont pouvaient disposer les militants socialistes, dépendaient de l'approvisionnement qui pouvait leur apporter marginalement le MIR. Mais, pour ne pas abonder sur un ton trop sérieux de quelque chose qui tenait beaucoup plus du romantisme et de l'improvisation que de vocation et rigueur révolutionnaire, je crois que le mieux est d’en conclure, après une brève citation du conseiller personnel d’Allende, par une anecdote, dont de la signification dramatique, le lecteur pourra facilement s’en apercevoir.

Écrit Joan Garcés (1976) :

 « C’est dans la matinée du 11 septembre, peu avant neuf heures, alors que les vols rasants de l’aviation rendaient difficiles les conversations que, dans une courte minute d’audience qu’Allende concède à Hernán Del Canto, membre de la direction du PS, ce dernier demande au président :

  • Président, je viens de la part de la direction du parti vous demander ce qu’il faut que nous fassions et où vous souhaitez que nous nous trouvions.
  • Je sais où est ma place et ce qu’il me reste à faire répliqua sèchement Allende. On ne m’a jamais demandé mon opinion auparavant ; pourquoi me la demande-t-on, maintenant ? Vous, qui avez tant paradé jusqu’ici, devez savoir ce que vous avez à faire. J’ai su dès le début quel était mon devoir.

La conversation s’acheva là. Del Canto s’en alla » (p. 276)

Cet écrit confirme le récit suivant :

En novembre 1973 je suis entré à l'ambassade de France à Santiago, à la recherche d'asile politique. J'ai très vite remarqué que dans l’escalier menant à une grande salle circulaire souterraine, où dormaient quelque 40 réfugiés, derrière la barre d’un petit bar installé sur un large palier, s’était installé, avec son lit de camp, un personnage qui a attiré mon attention. À la mi-matinée ou à peu près, l’homme en question posait, sur l’étroite barre du bar, un transistor de taille moyenne sur lequel il travaillait à la mise au point d’un texte enregistré par ses soins, texte qui rapportait les événements du bombardement aérien et de  l'assaut des militaires au palais de La Moneda. Je me suis renseigné auprès d’autres camarades : il s’agissait d’un journaliste syndical du Parti Socialiste qui se faisait appeler Caverno, son nom de bataille. Au quatrième jour, je l'ai approché avec le but de discuter sur son travail et là, il a profité pour me raconter la partie la plus récente que son histoire. Effectivement, journaliste du syndicat de la construction de Santiago, son histoire était celle d’un ancien militant socialiste de tendance trotskiste qui, les derniers mois avant le coup d’Etat, avait pris contact avec la "Commission militaire" du parti et, à la demande de celle-ci, il avait assumé la responsabilité de chef militaire du front des travailleurs de la construction du Métro de la capitale. Je rappelle qu'au moins 20.000 ouvriers y travaillaient quotidiennement dans les excavations et le transport de matériel, dans les œuvres de contention, etc. Quelques jours avant le coup d’Etat, ce camarade reçoit la consigne d'être immanquablement tous les jours très tôt à son poste de responsabilité politico-militaire, à l'Alameda Bernardo ÓHiggins, au centre donc du chantier, en lui faisant savoir qu’il y avait des signes d'un possible coup d’Etat militaire. On lui assure qu’au cas où la menace se concrétiserait, on lui fera parvenir au moins deux camions chargés d’armes pour distribuer aux travailleurs. On lui exige le plus grand secret sur cette opération, en insistant qu’à partir de ce moment, les seuls ordres qu'il devait obéir parviendraient du Comité Central. À partir de là, un temps d'attente s’installe.

Le 11 septembre, vers 8 heures du matin, ou un peu avant, quand il se dispose à partir vers son poste de responsabilité politico-militaire, reçoit un appel téléphonique d’une personnalité du parti, membre du Comité Central et parlementaire, lui demandant de venir la chercher en voiture (dans le véhicule de fonction) pour la transporter d'urgence à un emplacement encore non défini. Arrivé à la direction indiquée, on lui explique que la dirigeante en question doit s’asiler dans l'Ambassade du Mexique et que, comme la mission est sensible et importante, il fallait qu'un camarade efficace et responsable comme lui s’en charge : de la transporter et de la rendre dans les mains de l'ambassadeur de ce pays. Une fois cette tâche avec succès accomplie, il a dû s’en occuper d’autres missions du même genre. Si bien que la matinée du "responsable militaire des travailleurs du Métro" fut complètement vouée au transport des dirigeants du parti ayant décidé d’abandonner le pays. Fin de l'histoire: le camarade Caverno n'a pas eu besoin d’autres preuves pour s’en convaincre que la situation était au « sauve qui peut » et décida que lui aussi devait demander l’asile politique, en choisissant l'Ambassade de France. Quel a été le sort des travailleurs du Métro ce jour-là ? Quant aux camions chargés d’armes, on n'a jamais eu des nouvelles.

Références

Debray, Régis, 1973, « Entretien avec Salvador Allende », in  « Chili, 11 septembre 1973. La démocratie assassinée », Arte Editions, Paris,

Dessuant, Pierre, , 2004 « Le narcissisme », Que sais-je?, PUF, Paris

Drake, Paul, 1992, “Socialismo y Populismo. Chile 1936- 1973”, Instituto de Historia, Universidad Católica de Valparaíso.

Freud, Sigmund, 1971 “Malaise dans la civilisation”, PUF, Paris

Garcés, Joan, 1976, “Allende et l’expérience chilienne”, Presses de la Fondation Nationale des Sciences Politiques, Paris

Grunberger, Béla , 2003,   “Le narcissisme”, Petite Bibliothèque Payot, Paris.

Haynal, André, « Narcissisme et sublimation »,

www.sospsy.com/Bibliopsy/biblio2/biblio014.htm

Joxe, Alain, 1974, « Le Chili sous Allende », Editions Gallimard/Julliard, Paris.

Simonelli, Thierry, 2003, “Narcissisme destructeur et identification projective”, (www.psichanalyse.lu/articles):

Touraine, Alain, 1973, « Vie et mort du Chili Populaire » Seuil, Paris..

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] Publié en espagnol in Ecuador Debate, n° 68, agosto 2006, Quito.

[2] Allende avait  proposé à l'UP pour la première fois en janvier 1971, et ensuite à des occasions réitérées, l'organisation d'un referendum destiné à faciliter constitutionnellement l’action du gouvernement ainsi qu’a clarifier la portée et le planning  des réformes, mais la réponse de la coalition fut toujours négative.

 

[3] Durant le gouvernement d’Allende, la vie politique du pays fut perturbée par le désordre dans la mise en œuvre de la politique d'expropriation d’entreprises industrielles et de services, ainsi que dans l’organisation du Secteur de Propriété Sociale. Au titre d’exemple, le programme de gouvernement de l'UP n’avait prévu l'expropriation que de 80 grandes entreprises considérées stratégiques, mais au bout de deux ans d‘excercise plus de 200 entreprises de toute taille étaient intervenues, avec l’aggravant que celles qui étaient prévues sur le listing officiel n’arrivaient qu’à 40.

 

[4] Tout au long de 1971 et 1972, la discussion destinée à obtenir une décision politique quant à l'organisation des exploitations agricoles expropriées a été interminable (si Règlements, si Centres de Réforme Agraire, si Centres de Production, ou si Coopératives) raison pour laquelle la confusion régnait et de nombreuses unités agricoles se sont organisées spontanément. Tout cela a négativement répercuté sur la productivité des exploitations et  surtout a contribué fortement à l'agitation sociale dans les campagnes.

 

[5] L'Unité Populaire a toujours été en minorité dans le Parlement et toute possibilité de faire avancer les réformes dépendait de la Démocratie Chrétienne, parti centriste. Il s’est avéré qu’aux yeux des responsables de ce parti, l’UP n’était pas crédible du fait de ses contradictions internes et, par conséquent, Allende n’était pas fiable. Cette situation explique l'importance qu’Allende accordait au referendum, lequel devait considérer entre autres choses une réforme de la Constitution visant un nouvel équilibre Parlement/Exécutif.

 

[6] La nécessité, ou l'obligation, pour le gouvernement d'écarter les généraux et d'autres militaires hauts gradés qui œuvraient pour la conspiration a sérieusement été posée déjà à partir de juin 1973, après une tentative de coup  d’Etat manquée. Le summum de l'indécision d’Allende, favorisée principalement par la position du Parti Communiste, a été de ne pas avoir tenu compte des conseils du général Pinochet, en l’occurrence commandant en chef de l'armée, qui, pendant presque trois semaines avant le coup militaire n’a cessé d’avertir le président qu'une insurrection pouvait exploser à tout moment et qu’il était nécessaire d'écarter les officiers supérieurs qui conspiraient. Allende, décidé à ne pas courir le risque de division de l’armée, ne l’a pas écouté. Quant à l'attitude de Pinochet, l'avis de Joan Garcés est que, celui-ci s’est plié au coup d'État et accepté d'être à sa tête, seulement au dernier moment, son opportunisme le propulsant à soutenir le secteur qui paraissait le plus fort (Joan Garcés, 1976, 255).

 

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