EN FALCON POR LA PAMPA ARGENTINA

 

En 1996 estuve recorriendo una parte de la Pampa argentina, mas precisamente la parte que se extiende desde el sur oeste de Buenos Aires hasta un poco mas al sur de Bahía Blanca. Me proponía hacer una encuesta entre los productores de ganado para tratar de saber como después de las grandes desregulaciones del mercado hacían frente a la crisis y si entraban o no entraban en un proceso de reestructuración para enfrentarla. Esto significaba visitar diferentes puntos poblados, pequeñas ciudades o pueblos donde dominaba la actividad de medianos y pequeños ganaderos. Fue el descubrimiento de lo que significa la Pampa en términos de distancias: entre un punto habitado y otro hay que recorrer por lo menos unos 200 kilómetros como distancia media. También fue el descubrimiento de la diversidad de identidades de origen de esos centros poblados, cuyos comienzos fueron por lo general colonias de europeos venidos de Italia, del país de Gales, del Aveyron en Francia, alemanes del Volga, etc.

Para cubrir esas distancias me hice prestar el automóvil Falcon que el equipo había arrendado para poder desplazarse por la Pampa. Era la marca que en Argentina se había hecho siniestramente famosa porque era el vehiculo en que se desplazaba la policía argentina y los esbirros de la Inteligencia Militar durante la dictadura. Como estaba mal visto, su arriendo resultaba barato y nos convenía por los escasos recursos de que disponíamos. Era un armatoste pesado pero de una resistencia y durabilidad a todas prueba, a tal punto que cuando se le arrendó, uno de los colegas que nos acompañaba se empeñó en convencernos que no era necesario hacerlo pasar por una revisión técnica antes de lanzarlo a circular por la Pampa, se apoyaba en lo dicho por el empleado de la agencia quien decía que podíamos hacer unos ocho mil kilómetros sin preocuparnos de su manutención. Cuando yo lo tomé para mis encuestas personales, habíamos ya recorrido con él, sin problemas, unos tres mil kilómetros, de manera que en apariencia no tenia porqué inquietarme.

En mis encuestas a productores aislados, a cooperativas, a frigoríficos y a instituciones encargadas de la agricultura y la ganadería recibí mucha información y también direcciones y nombres de personas a las cuales convenía contactar para discutir con ellas. Entre esos datos había un nombre que se me señalaba en todos los lugares visitados como alguien con el cual había que conversar de todas maneras porque era en ese momento el mas activo corredor de ganado en toda la región. Vivía en la ciudad de Piugué, a donde decidí un dia dirigirme con el propósito de discutir con él. Concerté la cita por teléfono y el dia indicado hice mis 250 kilómetros de ruta para entrevistarme con él.

Yo sabia que iba a visitar un lugar vinculado históricamente a la Francia. En efecto, Pigüé es una pequeña ciudad de La Pampa fundada por franceses de la región de l’Aveyron en el sudoeste del país. La pequeña ciudad tenia en 1996 unos 12 000 habitantes de los cuales un 40% descienden directamente de las cuarenta familias de colonos que fundaron la ciudad en diciembre de 1881. La fuerza de la tradición es allí muy grande, afirmación que puede ser apreciada por el visitante de hoy, en el estilo de las casas, y en la gastronomía (sobre todo en la pastelería) y en el hecho de que numerosos habitantes hablan todavía, o comprenden, la lengua accitana que hablaban sus ancestros en sus lugares de origen[1].

Mi interlocutor buscado no era de cepa aveyronesa, me lo dijo después de nuestra entrevista, había llegado de Buenos Aires y era un hombre que conocía mucho la región y la evolución de la ganadería, lo que unido a su formación para el marketing hacían de él un informante precioso. Vivía en una calle que ascendía a una colina suave y luego comenzaba a descender mas suavemente todavía y era en esta leve pendiente que estaba el n° de su residencia, una casa de dos pisos sin mayor relieve construida recientemente. Yo conduzco mi Falcon hacia la vereda correspondiente para estacionarme detrás de un auto Renault reluciente, completamente nuevo, y cuando estoy a dos metros de distancia me doy cuenta de que no tengo frenos y sin poder maniobrar a tiempo mi auto se va contra la parte trasera de la Renault.

Había dicho que el Falcon era un “mastodonte” y debería agregar que era también “blindado” porque toda la carrocería era de fierro y por lo mismo el vehiculo era muy pesado, razón por la cual incrustó toda la nariz en el pobre Renault, el que a su vez entró sus dos rieles defensivos en el interior del radiador del Falcon. La parte trasera del Renault quedó al descubierto con sus dos rieles a la vista como dos dientes de mastodonte y yo me dije que con esto podía decirle adiós a mi acariciada entrevista. Toqué a la puerta del número indicado y abrió la puerta la señora, persona amable a quien dije que andaba a la búsqueda de su marido. Le relaté el accidente que acababa de provocar y no pareció inquietarse sobre medida y apenas si se molestó para salir a ver los daños sobre el vehiculo accidentado. Me invitó a pasar a la sala de recibo para esperarlo, me ofreció asiento y continuó con sus ocupaciones caseras. Su reacción frente a lo que a mi me parecía una tragedia no me pareció normal, imaginándome la reacción de una mujer chilena puesta en su caso. Me dije, y tal vez me equivoqué rotundamente, que seguramente era una pareja no se llevaba bien y que de cierta manera en su fuero interno estaba contenta que su marido tenga problemas con su auto. En algunos casos que recuerdo de Chile, el auto solía tener mas valor que la mujer.

Esperé unos veinte minutos y llegó el marido, quien había ya visto el estado de su vehiculo, pero que sin comentarios mayores me dijo que iba a contactar su agente de seguros para ocuparse del asunto. Pasaron unos quince minutos, ocupado él en los trámites y mientras tanto me ofreció gentilmente un café, después me entregó todas informaciones para que yo haga reparar el Falcon. No me exigió ninguna contrapartida por el daño pues su seguro cubría todos los daños. De manera que después de reiterarle mi demanda de excusas, me dispuse a partir tendiéndole la mano, imposibilitado por la vergüenza, de volver sobre el objetivo de mi visita cuando mi interlocutor sorprende y me dice “ahora podemos hablar del asunto que a usted le interesa pues que es algo que a mi también me preocupa mucho”. Pasada la sorpresa, yo dije para mis adentros  que tenia que revisar la imagen negativa que la mayoría de los chilenos teníamos de nuestros hermanos argentinos;

Pasada la sorpresa le planteé mis preocupaciones a propósito de cómo él veía la salida de crisis de la industria ganadera de la región del sudoeste de Buenos Aires. Se explayó largamente sobre el tema y me señaló puntos importantes que yo debería investigar y visitar forzosamente: la feria ganadera de Buenos Aires (que marca con su sello las estrategias ganaderas argentinas), algunas cooperativas en reconstrucción (empezando por la experiencia de una colonia italiana) en el oriente de la provincia, uno de los grandes frigoríficos a visitar sin falta… Yo me quedé impresionado de la simplicidad de mi interlocutor, de su gentileza, y de su conocimiento de la situación argentina en general y de la ganadería en particular, tanto mas que yo tenia otra representación de los argentinos. De qué desconfiar de los a priori de la chilenidad…

Una noche pasada en Pigüé y recuperación de mi Falcon en el taller mecánico, los frenos arreglados perfectamente, su radiador cambiado por uno nuevo y de nuevo a la ruta. Dirección: el frigorífico Translink a 200 kms de distancia, no lejos de la costa atlántica. Este establecimiento había sido adquirido hacia un año y medio por una firma paraguayo-norteamericana con participación importante de la Pepsi-Cola (milagros de la enorme flexibilidad de los capitales) y el staff local era entonces de origen paraguayo y aceptaron mi entrevista y visita sin inconvenientes. Uno de los jefes me invitó a visitar la vasta sala de trabajo donde numerosos obreros y obreras se afanaban sobre inmensos mesones alargados dispuestos a todo lo largo de la gran sala.

En una primera mesa no había mas que hombres dedicados a deshuesar los cuartos del animal para satisfacer la demanda del mercado chileno, la carne era enviada en forma de “poncho” que en Chile iba a ser despresada en beefsteacks. Cada trabajador estaba premunidos de un corvo, ese terrifiante cuchillo curvo que es el instrumento cortante por excelencia en la Patagonia argentina y del cual en el sur de Chile se cuentan tantas historias. El mismo Borges lo hace portar a algunos de sus personajes. Era tal la destreza con la cual manejaban el pequeño instrumento que en cada pierna del animal no demoraban ni un minuto en dejarla limpia de huesos. Pasando por el estrecho pasillo detrás de los faenadores no dejé de sentir algunos escalofríos, recordando las peleas a corvo contadas en la literatura o escuchadas en mi infancia de la boca de alguien que había estado en la Argentina. 

Cada mesón trabajaba para un mercado de exportación diferente. Asi, lado, con destinación al mercado norteamericano, los faenadores preparaban los tiernos beefs del “ternero bolita” (expresión muy gaucha) es decir de ese animal nuevo, de menos de tres meses, alimentado permanentemente con la leche de la madre y  con cuidados especiales, incluida la música para evitar todo estrés y que por lo mismo está desprovisto de grasa de mala calidad. El súper lujo de los americanos adinerados. Mas allá, en el mesón vecino, trabajaban para exportar hacia los mercados japoneses, cuya demanda es la carne envuelta prácticamente en su grasa, la delicia de los paladares de los ricos del Imperio del sol naciente.

Otra vez en la ruta, esta vez para volver a Bahía Blanca y recoger a mis colegas de misión para enrumbar hacia la península de Valdés. Era un día sábado y habíamos decidido ir ese fin de semana a visitar esta reserva natural de la Patagonia. Las ballenas que vienen a reproducirse cada año en la bahía de Valdés precisamente interesaban en particular a mis colegas. En este viaje largo de cerca de 800 kms, nuestro Falcon se portó magníficamente y tuvimos apenas un problema mecánico sin mayor importancia. La ruta es en línea recta sobre un paisaje plano cubierto generalmente de un matorral de estepa bajo y poco denso  aburridamente monótono creándose uno la impresión que nos dirigíamos hacia el fin del mundo. La monotonía era rota  de tiempo en tiempo por la presencia de rebaños vacunos de color negro y de talla mas bien mediana, eran de la raza Aberdeen, esa raza antigua venida, de Escocia, que se adaptó maravillosamente a las condiciones rigurosas de la Pampa, o sino por la imagen poco nítida de unas bajas colinas en la lejanía. Una o dos estaciones de servicio para abastecerse de combustible a todo lo largo del trayecto.

La península de Valdés es extensa y para llegar a la bahía hay que recorrer en su interior casi una centena de kilómetros, lo que permite ver aquí y allá las especias de la fauna allí protegida, principalmente el ñandú de Darwin, guanacos y el zorro gris de la patagonia. No pudimos detenernos para observar con mas detenimiento porque disponíamos de poco tiempo para llegar a nuestro destino y buscar donde pasar la noche. Al día siguiente nos deleitamos contemplando el espectáculo de la playa y la bahía. Sobre la playa elefantes de mar solazándose al sol, focas jugueteando en las olas rompientes sobre la playa, en el aire cormoranes y goelands planeaban dejándose llevar por la brisa costera. A una cierta distancia, en el mar, ballenas evolucionando calmadamente y de tiempo en tiempo saltando fuera del agua. Mas cerca, aproximándose ya a la playa evolucionaban con gran rapidez las espectaculares y terribles orcas. 

Precisamente, el espectador puede permanecer horas observando el espectáculo de la naturaleza. Las orcas, pez de gran belleza, principalmente algunos ejemplares que muestran una piel a rayas transversales un poco inclinadas en diagonal, han desarrollado una técnica adaptada a las condiciones de la playa de pendiente moderada, practicando de tiempo en tiempo fulgurantes operaciones de caza como si surfearan sobre la ola rompiendo en la playa donde juegan los pequeños, o a veces saliendo algunos metros sobre la playa misma en un movimiento circular, rápido como la luz, para apoderarse de alguna de las crías de elefante marino o de alguna foca reposándose en la playa a uno o dos metros del mar. Animal de gran tamaño y de perfil carnicero, sus dientes son terroríficos y su destreza alucinante. Espectáculo extraordinario!

Por cierto, no podíamos dejar de embarcarnos para ir a observar de cerca la ballena austral que cada año llega por cientos de ejemplares a reproducirse en la bahía de Valdés, entre los meses de mayo y diciembre. Pertenece a una subclase de los cetáceos de las grandes ballenas con barba, la cabeza es redonda y enorme midiendo casi el tercio de su cuerpo. Su tamaño adulto es en promedio de un poco mas de 15 metros. Pudimos acercarnos, motor casi apagado, a dos o tres metros de una ballena madre acompañada de su cría. Las dos se deslizaban tranquilamente, casi frotándose contra el barco. El gran cuerpo de la madre estaba recubierto de microorganismos calcáreos dibujando aquí y allá pequeñas manchas blanquizcas. Generalmente andan en pequeños grupos o en pareja madre y cría. Lejos, a unos 100 metros del barco, de repente alguna saltaba exhalando por dos orificios respiratorios un chorro de agua, dibujando una especie de pequeña nube en forma de V. El chorro que exhala puede llegar hasta los cuatro metros de altura, según los dires del capitán del barco que nos servia de guía. También aquí, la observación puede prolongarse sin fin y sin cansancio…

Las ballenas se irían a fines de diciembre, una vez que las crías hayan ganado la suficiente autonomía como para subsistir en el mar océano, mientras que nosotros estábamos obligados a abandonar el lugar esa misma tarde para estar en Bahía Blanca el lunes y cumplir cada uno su programa de actividades. Confiábamos en que nuestro Falcon iba a portarse bien…cosa que asi sucedió.



[1] Un libro de referencia ya clásico fue publicado en Toulouse por las ediciones Privat en 1997 con el titulo de Pigüé, des aveyronnais dans la Pampa.