Guayaquil

 

Guayaquil es uno de los grandes puertos de la costa del Pacifico, a través del cual entran a Ecuador mercancías viniendo de todo el mundo. Este rol lo asume desde hace siglos. En el siglo XIX por allí se hacia el intercambio con Europa de mercancías que desde Guayaquil partían a otros puntos del país sobre todo a las ciudades y pueblos de la Sierra andina. Para la anécdota, Humboldt el sabio alemán, describió las peripecias del transporte de un piano de cola desde Guayaquil a Quito. A leer.  

Guayaquil, en la Costa, se ha presentado desde el siglo XIX como el polo concurrente de Quito, la capital serrana, y llamado a jugar un rol decisivo en la vida del país. En los años en que yo empecé a visitar el país con fines de investigación social, Guayaquil tenia una imagen bastante desvalorizada en la Sierra. La burguesía comerciante era relativamente mal vista por la oligarquía serrana y además de eso la condición de puerto y de gran ciudad había atraído mucha población viniendo de la sierra y de otros puntos de la costa creando un excedente de mano de obra con consecuencias nefastas a nivel social, principalmente la proliferación de la delincuencia urbana.

En dos oportunidades yo había estado en la ciudad por un par de días, una vez hice el recorrido de la ciudad guiado por un amigo médico que allí habitaba y que me mostró algunos aspectos y barrios de la ciudad y sobre todo se había ocupado de indicarme, como visitante del exterior que yo era, las precauciones que era conveniente o necesario adoptar paseándose por la ciudad. Para dar ejemplos de lo que podía suceder, me dijo entre otras cosas que conduciendo un vehiculo era enormemente peligroso llevar el brazo apoyado en el marco de la ventanilla pues al llegar a un semáforo en rojo, tu reloj podía desaparecer y a veces hasta quedar con heridas en el brazo o la mano. Guardé todo eso en reserva por si algún día volvía a Guayaquil.

Ese día llegó efectivamente cuando, regresando de Francia, mi mujer me dijo que había recibido toda la información de la llegada del jeep comprado por ella a la Ford con varios meses de anticipación y que era necesario irlo a retirar aportando la debida documentación personalmente a la aduana de Guayaquil. Armamos viaje desde Loja al puerto el 23 de diciembre, reservándonos el día 24 para retirar efectivamente el vehiculo y regresar a Loja con él. Llegando el 23 por la tarde nos dirigimos al puerto para informarnos de las diligencias necesarias para desaduanar el vehiculo. Nos dijeron que lo mas indicado si queríamos sacarlo pronto de la aduana era ponerse de acuerdo con un “comisionista” que se ocuparía de todo el trámite. De otra manera corríamos el riego de demorar mucho tiempo. Nos dieron un nombre y lo contratamos  para el día siguiente a las diez de la mañana. El “comisionista”, un hombre de la cuarentena de años, nos dio buena impresión, aunque nos quedó la duda respecto de su verdadero status, era como un empresario privado operando entre la aduana y el publico. Nos dijo cuánto valía el servicio que nos iba a prestar y nos advirtió de llegar al día siguiente con la suma total de 40 o 50 000 sucres, no me acuerdo bien. Pero, atención, era necesario que esa masa de dinero se reparta en billetes de diferente valor, de manera que haya paquetes de 10, de 20, de 40 ó de 100 sucres.

Al dia siguiente pasamos por un banco y nos hicimos preparar paquetes de billetes de valor diferente y nos dirigimos a la aduana y a buscar nuestro “comisionista”. Lo encontramos muy rápido en los alrededores de las oficinas, le entregamos los paquetes de billetes y nos dijo de seguirlo. Entramos al edificio principal siguiendo un largo corredor que al fondo doblaba hacia la izquierda y seguía… A ambos lados del corredor había oficinas estrechas, concebidas para uno o dos empleados, dotadas de una pequeña ventanilla que hacía recordar aquéllas de los pagadores en los bancos antiguos. Contamos 14 ventanilla y detrás de ellas uno o dos empleados.

Iniciamos con nuestro “comisionista” una larga jornada que iba a durar hasta las cuatro y media de la tarde, cuando, por fin! pudimos aproximarnos al lugar donde estaba estacionado el jeep y mi mujer pudo instalarse al volante. Habían transcurrido mas de cuatro horas en tramites, totalmente burocráticos. Hubo que pasar por cada una de las ventanillas donde el comisionado, lo primero que hacia, era tomar algunos billetes de uno de los paquetes aportados, selección que él hacía según la importancia o cargo del empleado. ¡A cada status su peso en oro! El funcionario recibía los billetes sin mayores disimulos y luego se ocupaba de revisar los documentos relativos a la importación del Jeep y después de hacer como que los leía concienzudamente se aproximaba a la ventanilla y firmaba. En 13 ventanillas la cosa ocurrió exactamente de la misma manera hasta llegar a obtener la firma y timbre de cada empleado. Solamente uno de ellos rechazó la oferta del “comisionista” diciendo que él era una persona honesta y no entraba en ese juego.

Es decir, que la aduana, seguramente bajo la complacencia superior del Ministerio de tutela, había levantado un sistema de corrupción aduanera difícil de imitar, los funcionarios haciéndose fácilmente un segundo sueldo y los superiores recibiendo cada uno sus respectivas comisiones. Nuestro caso era de mínima importancia en términos de derechos y comisiones y se puede imaginar fácilmente las enormes sumas de dinero que pasaban al circuito de corrupción implantado simplemente por la via del deduanamiento del conjunto de mercancías que se desembarcaba en Guayaquil.

A las seis y media de la tarde estábamos terminando el limpiado y la puesta en marcha del vehiculo en una estación de servicio no lejos del centro de la ciudad,  no había clientes en ese momento y el vasto espacio de la estación aparecía desierto. Busqué donde podría lavarme las manos cubiertas del aceite de protección que el Jeep traía encima, vi que detrás de un pequeño inmueble al lado de las bombas de bencina habían instalado una cañería de agua que salía por una llave instalada por debajo de la cintura. En los alrededores no se veía ninguna presencia humana y me dispuse a lavarme las manos, estaba en esto, en la posición agachada que era obligada, cuando siento en el tiempo de un rayo, una presencia que me toca apenas el brazo izquierdo, pego un gran salto hacia el lado y lanzo un grito de guerra (yo había tenido entrenamiento de guerra en Cuba). Miré para ver mi asaltante pero ésta había desaparecido como un relámpago al mismo tiempo constataba que mi reloj había desaparecido de mi muñeca izquierda. Luego de dos minutos, recién ví que del espacio de la estación de servicio se alejaban dos individuos, marchando tranquilamente pero volviendo la cabeza para mirar hacia el lugar de su fechoría.

Uno de los encargados de la estación de servicio nos dijo que ese dia los delincuentes andaban sueltos por la ciudad, que él sabia al menos de cuatro atracos en el dia, entre ellos un asalto a la gran tienda de lujo localizada en una calle central, adonde dos individuos habían entrado disparando sus pistolas hasta el segundo piso donde estaban las cajas de las ventas del dia, bien llenas tratándose de un dia como la víspera de Navidad. Al mediodía otro almacén, mas modesto, había sido también asaltado por ladrones armados. Nos dijo que había que andar con muchas precauciones por la ciudad porque el clima general reinante era delincuencial. Con mi mujer nos dijimos que la primera cosa por hacer en tales condiciones era de poner el Jeep, todo nuevo e impecable, en lugar seguro y luego retirarnos al hotel en que parábamos. El hotel no tenia parking, pero allí nos habían indicado un garaje seguro donde podíamos guardarlo y quedar tranquilos. Estaba frente a la plaza central, tenia un gran patio interior donde estaba estacionados ya varios vehículos. Lo que nos llamó la atención fue la presencia bulliciosa de un par de gansos que se agitaban en torno a nosotros. Le preguntamos al propietario que hacían allí los plumíferos bulliciosos y nos respondió que eran los cuidadores del parking lo que nos hizo reír en una primera reacción, pero de golpe me acordé de los gansos del Capitolio romano y del rol que habían jugado en la defensa de Roma. ¿Porqué no? Nos explicó que los gansos, además de advertir con sus gritos de toda presencia extraña no probaban la carne envenenada, el anzuelo que los ladrones lanzaban a los perros de guardia, como le sucedió ya una vez.

Tranquilizados por la seguridad del magnifico Renegado que mi mujer acababa de recibir, nos dirigimos al hotel para decidir qué hacíamos con la invitación a celebrar la noche de Navidad con una amigo que vivía temporalmente solo en Guayaquil. Era un amigo de muchos años, que había hecho estudios avanzados en Francia, y a quien teníamos en gran estima. Habíamos previsto encontrarnos en un restaurante que quedaba lejos del hotel y había que atravesar la ciudad para allí llegar. Decidimos que, visto el ambiente delincuencial reinante, no íbamos a volver a salir, ir a buscar el jeep y circular de noche en una ciudad desconocida, etc. Decidimos entonces invitarlo a celebrar la cena de Navidad en nuestro hotel y que mejor sea él quien se movilice esa noche. Una cena de Navidad que resultó nada mal pero sobre un fondo de peligrosidad exterior.

Pero Guayaquil nos reservaba todavía la despedida, una muestra mas de la corrupción que reinaba en la ciudad-puerto paralelamente a la delincuencia habitual. A la corrupción en las esferas de las oficinas del Estado, esta vez tratamos con la corrupción en los estratos bajos. Decidimos salir de la ciudad pasando una vez mas frente al puerto y en la gran puerta de entrada dos individuos que en apariencia venían directamente de los barcos amarrados en los muelles nos hacen señales para detenernos. Uno de ellos traía un maletín y el otro nos preguntó si nos interesaría comprar vino chileno que, como marinos que eran, habían traído de Valparaíso. Por cierto, la cosa me interesó, tanto mas que en Ecuador en esa época costaba mucho encontrar vino chileno, quise saber lo que traían. Traían efectivamente algunas botellas de vino Cousiño Macul gran vino chileno de la época, que yo apreciaba y aprecio todavía, y que conocía bien. Haciéndome el inocente, les pedí que me muestren una botella para conocerla y me mostraron dos que, miradas por todos lados, parecían impecables, todo estaba OK, color, etiquetas, protección de corchos, etc. Le compré las dos botellas y seguimos nuestra ruta diciéndonos que nos íbamos a hacer un súper un pic-nic bien rociado con Don Matías en la mitad de la ruta.

Al cabo de una hora llegamos a un lugar apropiado para descansar y hace nuestro picnic. Detuvimos el vehiculo y mi compañera empezó a manipular lo necesario para el picnic, mientras yo buscaba un descorchador para abrir un botella del buen tinto que habíamos encontrado en Guayaquil. La abrí, pedí a Paulette un vaso, le puse una pequeña cantidad para probarlo y lo llevé a la boca: horror!, era un liquido con el color del vino, pero que no sabia a nada, salvo a un sabor a lesa, era un agua colorida con yo no sé qué! De manera que, una vez mas, Guayaquil nos decía adiós con un signo de corrupción, talvez para que no podamos olvidarnos.