Rutas serranas

 

La expresión hoy corriente de “tomar la ruta” era en el Ecuador de los años 1970 una manera de decir que ponías tu vida en peligro. Esto por muchos motivos, entre otros, la desprotección de las escasas rutas principales, que podían ser invadidas por animales grandes y pequeños que deambulaban sueltos por sus bordes. Este peligro se acentuaba cuando se atravesaban tierras indígenas donde el minifundio era acentuado y por lo mismo los animales eran echados al camino.

Luego estaba el peligro de numerosos choferes que no habían obtenido su permiso de conducir pasando por una escuela de conductores sino que lo habían logrado con malas artes, pagando simplemente, o apelando a algún amigo que conocía a algún funcionario de la oficina encargada de entregar el documento. Eran un verdadero peligro publico, porque no respetaban velocidad, doblaban en cualquier parte y conducían muchas veces vehículos mayores para los cuales no tenían ninguna autorización.

Que el hecho de tomar la ruta era un peligro de tragedia era bien mostrado con lo que mostraban los vehiculo de transporte colectivo: todos los buses o micro buses estaban llenos de imágenes de la virgen, del Nazareno y de frases como “Dios me protege”, “Protégeme Señor”, “La Virgen está conmigo”, etc. Manejando de cualquier manera, los propietarios, o  los choferes, no tenían ninguna conciencia de la responsabilidad que hacían recaer sobre las potencias celestiales en las cuales creían. Por cierto ninguna conciencia de su propia responsabilidad.

Otro factor de accidentes era el defectuoso mantenimiento de los vehículos. Los talleres mecánicos ofreciendo un servicio de calidad eran muy raros y los “maestros” sin formación y poco escrupulosos. Alimentaba todo esto la escasez de piezas de repuesto dando origen a un tráfico intenso de piezas usadas.

Si eso ocurría con choferes y vehículos motorizados la situación se agravaba al considerar el mal estado de las rutas, la ausencia de señalización y de información sobre la distancia a recorrer. Cuando uno tomaba la ruta, no sabia en cuanto tiempo iba a llegar a destino, si te parabas para preguntarle a alguien no ibas a estar mejor informado, peor aun, la mayor parte de las veces mal informado. El informante casual mas o menos avispado, te miraba el vehiculo de arriba abajo y hacia un cálculo del número de horas que podía durar tu viaje en función del estado del mismo, era lo mas aproximativo y generalmente no funcionaba. Todo iba a depender en realidad del estado de la ruta, de la densidad del páramo (bruma o niebla) en altura o de la existencia en esos días de una movilización social en los lugares de la travesía. Estos tres factores eran fundamentales en la duración del viaje y por desgracia se presentaban con frecuencia.

En esa época, para ir de Quito a Loja, en el sur del país, la carretera panamericana estaba pavimentada solamente hasta Riobamba y a partir de allí tu tenias dos posibilidades : o seguir por la sierra en dirección a Alausí y Cañar y luego a Cuenca y Loja, mas al sur, o bien, seguir la ruta pavimentada para bajar a la llanura de la Costa y luego en el pueblo de El Triunfo volver a remontar la sierra buscando llegar a Cañar. 

En el largo tramo que va serpenteando de Alausí a Cañar el estado en que se encontraba la ruta era siempre una incógnita. Generalmente había derrumbes por deslizamientos provocados por la lluvia, o bien obstáculos sobre la ruta, bloques, troncos o incendios provocados o instalados por campesinos indígenas protestando contra las autoridades. Si era esto último había que perder tiempo en negociar un laissez- passer con los dirigentes indígenas. Si ibas en periodo de abundancia de páramo podías circular apenas si su densidad era muy fuerte, en ciertas ocasiones tenias que rodar con la ayuda de alguien mirando puerta derecha abierta el borde de la ruta para evitar desbarrancarte y poder circular a lo máximo a unos 10 km. por hora. En Cañar la niebla era particularmente cerrada y en tal caso era difícil avanzar. No obstante, en un periodo de veinte años yo y mi mujer practicamos este camino de tierra en diversas ocasiones porque, independientemente de la pérdida de tiempo, cuando no hay páramo el paisaje es espectacular a una altura que va entre 3500 y 4000 metros.

La pavimentación de la carretera panamericana entre Cuenca y Loja fue una ocasión de observar el carácter “salvaje” con que se hacían estas obras en tierras indígenas. Todo vehiculo intentando circular entre las dos ciudades corría peligro. En ese periodo con mi compañera circulábamos mucho en la región por nuestras respectivas actividades. Los trabajos sobre la carretera no solamente estaban interrumpidos por muchas horas sino que, a veces, cuando la nueva ruta se construía a mayor altitud que la antigua carretera, las máquinas dejaban caer cerro abajo bloques y otros materiales que impedían el trafico y que a veces representaban un peligro de muerte. Ninguna advertencia para el conductor del vehiculo que circulaba en la vieja carretera y ninguna conciencia de parte de los conductores de maquinas del peligro que sus acciones estaban significando para los que circulaban por abajo. En una ocasión, nos encontramos bloqueados por dos maquinas que trabajaban a una distancia una de otra de unos doscientos metros, por encima de nosotros, en un momento dado una de las maquinas dejaba caer bloques de todo tamaño detrás nuestro y la otra hacia lo mismo pero delante de nuestro jeep. Tocamos la bocina, desembarcamos del jeep y nos pusimos a hacer toda clase de piruetas y gritando a toda voz, todo ello destinado a llamar la atención de los conductores quienes, ocupados de su trabajo, no miraban los efectos de derrumbe que producían mas abajo donde estaba la antigua carretera. Por fin, el que estaba delante de nosotros se dió cuenta del peligro y detuvo el motor mientras nosotros nos apresurábamos a mover, de todas nuestras fuerzas, tres bloques que impedían liberar el camino y poder escaparnos del infierno de los derrumbes.

Cuando se trataba de hacer el nuevo trazado de la panamericana nada impedía a los jefes de trabajo y a los ingenieros de pasar por sobre las pequeñas moradas de los habitantes indígenas, sin ninguna consideración por sus bienes y rechazando de plano sus protestas. En dos ocasiones tuvimos la oportunidad de observar cómo las máquinas habían pasado aplastando literalmente las casas de dos familias en el cantón Saraguro, las cuales tuvieron que pedir a familias amigas de acogerlas mientras no pudieran construir donde cobijarse. Por la corrupción imperante ningún recurso judicial podía tocar los intereses de los constructores “salvajes” de manera que las victimas no tenían ningún derecho a compensación financiera.

El trabajo en altura de las grandes maquinas que dejaban caer bloques, tierra y barro sobre los antiguos caminos o rutas situados abajo no merecían la mas mínima atención ni de parte de las empresas ni de parte de las autoridades. En una ocasión, por la caída de un bloque de piedra  sobre la ruta que nos llevaba a Loja, mi compañera se vió obligada a hacer una maniobra delicada sobre un terreno resbaladizo para evitar chocar contra un gran bloque que cayó sobre la carretera, a tres o cuatro metros delante del jeep, y para evitar caer al profundo barranco que se abría debajo. En su maniobra no pudo evitar un choque con la parte trasera del vehiculo contra la pared rocosa de la montaña, dañando considerablemente la carrocería. Nos dijimos que ya era suficiente de soportar lo que pasaba con la imprevisión completa de la empresa constructora poniendo en peligro la vida de los que circulaban por la vieja carretera y decidimos ir al campamento central a establecer un reclamo formal, cosa que ya habíamos hecho anteriormente a la policía de Loja sin resultados. El campamento estaba en una pequeña explanada al borde del río en la comuna de San Lucas, llegamos allí y pedimos hablar con el jefe el cual nos recibió al cabo de unos minutos, era un hombre de una talla enorme del tipo mestizo vestido a la Far West y con pistola bien visible debajo de su chaqueta de cuero y por cierto con mi compañera fuimos presa de no poca inquietud. Tiempo perdido, la Compañía no asumía ninguna responsabilidad por la falta de indicación y de señales de peligro sobre la vieja ruta, según ella era de responsabilidad del gobierno, o de la comuna, cosa que de cierta manera era verdad, solamente que existía una ausencia total de control oficial sobre las actividades privadas que atentaban contra el bien público. Así, todo podía seguir igual….

En condiciones normales, había a lo largo de las rutas ciertos lugares que eran famosos por los accidentes que tenían lugar todos los años. Nosotros conocimos dos tramos de rutas que eran particularmente expuestos a los accidentes por el descuido de los conductores. Uno, saliendo de Saraguro hacia el sur, era la subida o bajada de la Loma del Oro, peligrosa por su estrechez y la abundancia de curvas sobre un borde de acantilado. En una ocasión íbamos bajando hacia Saraguro y pronto íbamos a llegar a la Loma del Oro cuando fuimos doblados peligrosamente por una microbús que iba a gran velocidad, nos dijimos a esa velocidad ese no va a ir muy lejos. No anduvimos tres kilómetros, a baja velocidad por precaución, cuando comenzamos a escuchar gritos y lamentos provenientes de la parte baja de un acantilado, también vimos aparecer y desaparecer un hombre que había podido salvarse y trepar el acantilado.

Nos dimos cuenta que el bus había caído sobre el lado derecho de la ruta y a unos ocho metros mas abajo, en medio de los matorrales, había gentes heridas que lloraban y gritaban, también nos dimos cuenta que había muertos. Había sobrevivientes que trataban penosamente de subir por los arbustos y matorrales para ganar la ruta, pero no podían, unos por estar heridos y otros porque eran personas obesas. Había entre ellas una madre con su hija, turistas  de nacionalidad americana. Sacamos rápidamente la cuerda de unos quince metros de largo que nos acompañaba, por si acaso, en todos nuestros viajes y nos pusimos a ayudar a la subida de los sobrevivientes. Cuatro muertos y dos heridos graves fue el saldo del exceso de velocidad con que descendía el vehiculo. En cuando al chofer, era el hombre que vimos aparecer y desaparecer como un relámpago, emprendió velozmente la fuga y se perdió por los cerros para no exponerse a ser detenido en caso de llegada de la policía. A lo mejor ni tenia documentos para conducir… La catástrofe y las victimas no impidieron a los mestizos del pueblo de venir a saquear prácticamente las valijas y equipaje de las victimas.

La negligencia respecto del mantenimiento técnico de los vehículos era otro aspecto que incidía en la inseguridad de las carreteras. Nos tocó una vez bajar en bus por la carretera que lleva de la ciudad de Cuenca a Macas, en la región amazónica, carretera con múltiples curvas y pasos al borde de profundos precipicios y por cierto con muchos accidentes a lo largo del año. La bajada es desde los casi cuatro mil metros hasta la llanura baja, pasando por Sucúa, capital del país Shuar (jíbaros). A mitad de camino, el chofer detiene el vehiculo y dice a los pasajeros que tiene un problema técnico y que debemos descender del bus. ¿De qué se trata? Un resorte quebrado en la rueda trasera lado derecho que desestabiliza el vehiculo y hace peligrosa en extremo la continuación de la bajada llena de curvas de un camino que desciende desde los cuatro mil metros hasta la llanura amazónica. Una vez los pasajeros sobre el escabroso camino, vemos que el chofer maniobra y maniobra retrocediendo, tratando de lograr que la rueda trasera derecha quede instalada sobre una roca al borde del precipicio para poder intervenir debajo del vehiculo. La intervención es rudimentaria: con una gruesa cuerda, el resorte quebrado es sometido a un amarre lleno de nudos dejando debajo del bus un grueso paquete de cuerdas. La operación está terminada y una vez todos los pasajeros de nuevo en el bus, éste reparte siempre a gran velocidad. Claro, la calidad de la reparación técnica improvisada nos dejó en la intranquilidad, con el temor de un accidente mayor. Desembarcamos en Sucúa, nuestro destino, y pasamos allí dos días debiendo regresar desde Macas, término de los viajes desde Cuenca.

Macas está a unos cuarenta kilómetros mas allá de Sucia, a donde fuimos para asegurar los pasajes y asientos. El transporte estaba asegurado por tres buses de la misma compañía y de todas maneras nos hicimos a al idea que el bus de llegada posiblemente había sido ya reparado en el taller mecánico de la ciudad y sino lo mas seguro era que íbamos a embarcarnos en otro que estaría en forma. Estábamos soñando por cierto, nuestro bus de regreso era el mismo y todavía en las mismas condiciones, todavía con su montón de cuerdas envolviendo uno de los resortes traseros. Nos encomendamos a las potencias tutelares y pasamos una noche bien difícil, casi sin dormir, por la preocupación de un posible accidente tanto mas que el bus se fue llenando de gente, a tal punto que sobre el asiento de dos personas entraban tres, o bien un pasajero sentado tenia sentado encima un canasto o una bolsa de otro pasajero apretujado en el pasillo…Con otros tres pasajeros, yo encontré mas soportable hacer el viaje “colgado” encima de la tarima cubriendo el motor al interior del vehiculo. Cuando llegamos a Gualaceo, primera parada en la altura, el bus transportaba el doble de pasajeros de su capacidad autorizada…